
Aprovechando el visionado del biopic oficial sobre el inicio de su carrera en Nueva York, me lanzo a las teclas para ensalzar la maravillosa obra del genio de Duluth
Las expectativas generadas no eran las mejores, pero la obligación moral me empujó a visitar el cine para ver A complete unknown (James Mangold, 2024), la biografía autorizada de Bob Dylan en la gran pantalla, y mis peores sospechas se hicieron realidad. Tampoco estoy aquí para hacer de crítico cinematográfico, que con dármelas de cronista musical ya tengo bastante, pero creo que es una buena excusa para ofrecer mi humilde homenaje al tito Bob.
Hace casi ocho años conocí al que hoy es un gran amigo, en un entorno enteramente musical, y una de las primeras preguntas que nos lanzamos, fue cuales eran nuestras referencias nacionales e internacionales, pudiendo escoger únicamente una de cada. Mi respuesta fue clara: Héroes del Silencio, de los que ya hablé aquí aprovechando el documental de la banda lanzado en 2021, y Bob Dylan, que merecía al menos otro personal artículo como este.
Ya sé que esta es una web de música alternativa, y que el de Minnesota representa, en gran medida, la música de masas prácticamente desde su llegada a la industria, pero como en muchos otros casos, la crítica y el público se pusieron de acuerdo desde muy pronto. Algo que parecía anhelar un joven Dylan veinteañero, y que, a la vez, se convirtió en su mayor pesadilla apenas explotó su popularidad. O así nos lo cuenta su edulcorado y oportunista biopic.
El largometraje no para de ofrecernos momentos clave de su carrera, muchas veces introducidos con calzador, que cualquier seguidor medio de su obra identificará sin problema, entremezclándolos con numerosos minutos musicales protagonizados con acierto por un soberbio Timothée Chalamet, principalmente, en la interpretación vocal de los primeros discos de Bob.
La obra recorre los primeros álbumes de su discografía, desde que llega al Nueva York de los 60 como el nuevo baluarte del folk más clásico, hasta que “traiciona” al conservadurismo musical de guitarra, harmónica y canción protesta, apostando desatadamente por un rock de autor, que contenía su mejor lírica, mamaba el blues del Delta y encumbraba a los pioneros del rock and roll de los 50.
Este “pequeño” spoiler me lleva a recomendar vivamente el documental No direction home (Scorsese, 2005), que narra la misma etapa, con entrevistas y testimonios de la época, donde el director norteamericano retrata de manera mucho más fidedigna la importancia del personaje en la cultura popular americana y mundial. Habré olvidado muchas cosas desde entonces, pero se quedó grabado a fuego en mi joven mente como Dylan fue el primero en proporcionar a los textos de una canción la universalidad que posteriormente han reproducido millones de artistas en sus canciones.
Una canción protesta que hizo reflexionar a la multitud, capitaneada por la manida ‘Blowin´ in the wind’ o ‘Masters of War´ y encumbrada con ‘The Times They Are A-Changin´’, y que ahora nos parece algo someramente anticuado, dio un poder descomunal a la historia de la música.
Yo también he caído en los clichés y el empalago adulando a Bob, pero dejadme que me revuelque en este mar mitológico que es su obra. Porque no hay más que revisar las infinitas versiones que hay de ‘It´s all over now, Baby Blue´, de ‘It ain´t me baby’ o la desgarradora ‘Girl of the North Country Side’ –elevada al séptimo cielo junto a su gran amigo Johnny Cash- en su vertiente más intimista, antes de convertirse definitivamente en un ser despreciable e individualista –o al menos así lo pinta el filme- y querer cerrar ese capitulo de su creación para colgarse la guitarra eléctrica y acompañarse de una bandaza para cantar a la introspección y experiencia personal.
Esas letras, lejos de convertirse en el canto quebrado de un narcisista vanidoso, se inoculan en cuerpos ajenos, transformando cortes clásicos como ‘Like a Rolling Stone’ o ‘Highway 61 revisited’ en auténticos monumentos de la cultura rock. Sarcasmo, intelecto, ensoñación, confrontación o diversidad, desde la atalaya del que se creyó Dios y acabó siendo premio Nobel de Literatura. No está mal.
Y es que al final da igual que la película mezcle churras con merinas, el Gaslight del Greenwich Village con Kennedy, Luther King y los misiles de Cuba, o a Pete Seeger y el festival de Newport con el Royal Albert Hall (el concierto de Manchester en realidad)… si te gustan las canciones, si aprecias la música, te tiene que gustar Dylan; y hasta disfrutarás la cinta.
Porque Dylan es Calamaro, Amaral, Nacho Vegas, Cat Power o Quique González, también Fiona Apple, Bunbury, Nat Simons, Jeff Tweedy o Joana Serrat. Cada uno en su casa y Dylan en la de todos.

Iñaki Molinos
Redacción