
De vuelta al redil después de tantos meses me dispongo a escupir las líneas más sinceras y quizás, sólo quizás, menos objetivas que jamás haya escrito en este humilde medio.
Y es que hoy no voy a hablar de un concierto, ni de un disco en concreto, pero si de un grupo en general y de mi historia en particular, pueden dejar de leer aquí cual libro de elija su propia aventura o acompañarme en este baño de nostalgia, opinión, leyenda y realidad.
Con el pretexto del lanzamiento de Héroes: Silencio y rock and roll, estrenado el pasado viernes en la plataforma Netflix, no he podido contener mi verborrea ávida de valorar y mitificar a la banda que cambió en gran medida la música de este bendito país desde diferentes vértices y puntos de vista: musical, lírico, discográfico, directo, internacionalización y ese gran halo de leyenda y misticismo que construyó Héroes del Silencio durante sus 12 años de vida. Segunda salida para abandonar el texto, advertidos/as quedáis.
La cinta, dirigida con tino por Alexis Morante, narra con adecuado ritmo para la época de fugacidad y prisas en la que vivimos las aventuras y desventuras de la banda desde su creación hasta su disolución. Nada novedoso en un documental de este tipo, pero un acertado homenaje para contar la historia de un grupo amado por muchos, pero denostado por otros tantos a lo largo de los años. A estos últimos recomiendo fervientemente su visionado, después ya nos pegamos en el barro. Tercera salida, no digáis que no os avisé.
De la ambición de sus inicios y el sonido enlatado de su primer disco, que con el tiempo ha envejecido peor que regular, es inevitable inundarse en las letras compuestas por un chavalito de apenas 20-21 años y las melodías envolventes y punzantes del que parece gran damnificado de la ruptura, el bueno de Juan Valdivia. Suenan de manera certera (es fácil elegir) versiones e imágenes de coleccionista de temas como “Mar adentro”, “Héroe de leyenda” o “Hace tiempo”.
La salida y conquista del público extranjero con Senderos de traición, a base de kilómetros en la carretera (“igual que te ibas a Cádiz, te ibas a Bruselas” dice Bunbury) son impensables en el panorama actual, incluso prepandemia. Y la acogida de los países no hispanoparlantes con Héroes del Silencio uno de los fenómenos más inverosímiles que se ha dado en la historia cultural de nuestras tiernas tierras sudeuropeas. Todo ello acompañado de la gran explosión de “Entre dos tierras” (aun habiéndose desgastado con los años, emociona oír cómo se gestó ese majestuoso riff de guitarra) o la letra de “Hechizo” simbolizando su salida hacia nuevos horizontes.
Si algo hay que destacar del tercer gran bloque de la pieza documental es el enaltecimiento de la creatividad potenciado por el consumo de las drogas, sobre la cresta de la ola en que vivía el grupo con la grabación de El espíritu del vino. Guste o no, estereotipado o no, sigo esperando una banda de rock and roll que no haya hecho uso “terapéutico” de sustancias extra para llevar al límite las posibilidades artísticas y musicales de su creación (no os perdáis a toda la banda aceptándolo sin tapujos, y a Bunbury glorificando una de las epopeyas más clásicas de ese disco: “no es ningún mito, es una realidad”). Etapa aderezada con cañonazos como “El camino del exceso” o una primera toma de “La sirena varada” que hace las delicias de sus seguidores más acérrimos.
Después de 11 años de vida, infinitos conciertos, ritmo desenfrenado de creación, pérdida de personas fundamentales para su entorno y desavenencias personales envueltas en el ego propio de quien alcanza la cima en escaso tiempo, la bonita historia y documental se desmorona en apenas diez minutos…pero diez minutos que dan para mucho al espectador. Cerradas y sanadas las heridas después de 25 años da gusto oír hablar desde la sinceridad (entrañable a la par que severas palabras de Pedro Andreu) de la ruptura y motivos de la misma a todos sus miembros. Motivos mundanos por un lado y sorprendentes por otro. Suena “En los brazos de la fiebre” para despedir una etapa musical a la que parece no poner demasiado en valor la cinta, a la sombra de una muerte que con el tiempo parecía más que anunciada, pero que en su día pilló por sorpresa a más de uno (o dos millones de personas en el mundo). Cuarta y última salida, no hay vuelta atrás.
Y a partir de aquí, dejadme regocijarme en el recuerdo de un chavalito que evoca vagamente imitar la voz engolada de Bunbury que sonaba en los vinilos Héroes de su hermana. Que descubrió con 12 años que ese mismo “personaje” que sacaba un disco de rock electrónico era el líder de una monumental banda que acababa de dejar de existir un año antes. Y que los Reyes Magos de aquel año le trajeron la discografía completa de un grupo que se convertiría en su referente musical y cultural hasta hoy. Os dije que no había vuelta atrás.
No todas las historias de amor son extraordinarios e ideales de principio a fin (que me lo digan a mi). Nací cuatro o cinco años tarde para alcanzar la contemporaneidad con la banda, aunque fuera en su ocaso.
Desde entonces, comenzó un camino en el desierto, aderezado por lecturas, mitos, rumores, foros de los de antes, chats, y un doctorado cum laude en la banda zaragozana. Hasta que un 14 de febrero de 2007, 20 años después del lanzamiento de su primer EP, anunciaron su vuelta para una gira mundial de 10 únicos conciertos (en inicio 5 confirmados) para despedir con honores una trayectoria digna de alabar.
Por fin, me adentro en el presente de la banda que refleja el último tramo del documental Héroes: Silencio y rock and roll. Luchando y durmiendo en las calles para conseguir unas entradas (en 2007 las colas eran reales, no virtuales) que se vendieron en tiempo record, aumentando las fechas sucesivamente, y acompañado de mis aprendices y fieles escuderos (dos haches más para completar el tridente) emprendí un viaje que comenzó en Zaragoza el 10 de octubre y finalizó el 27 del mismo mes en Valencia. El resto es historia.
Llegados a este punto no os trataré de convencer de las bondades del grupo, ni de su papel en la historia de la música española, ni de su importancia en la internacionalización de nuestra industria musical, ni de la anomalía de una banda que con cuatro discos y diez años de ausencia congregaron a medio millón de personas en el mundo en diez únicos conciertos, ni de los 6 millones de discos vendidos, ni de que todo esto lo consiguieron haciendo rock and roll. Espero que ya lo estéis.
Héroes del Silencio es rock and roll, es literatura, es iconografía, es presencia, es ego, es grandeza, es una filosofía de vida que retumba en tú cabeza. Es “nadar mar adentro y no poder salir” de la pasión hacia el otro, es “amanece tan pronto y yo estoy tan solo” después de una noche eterna de excesos junto a ti mismo, es “la pelea de gallos, se admiten apuestas” en las desavenencias personales y sentimentales de nuestras vidas, es “ponme fuera del alcance del bostezo universal” en el eterno intento revolucionario de ir a la contra. Son Héroes.

Iñaki Molinos
Redacción