Sidonie y El Columpio Asesino Noches del Botánico
 

​La banda congregó a sus fieles en el cierre de gira de su primer y excelso trabajo, Todavía no, en una repleta sala La Riviera, alcanzando un nuevo hito en su breve carrera

Como cada año, ya parece tradición terminar en La Riviera celebrando la música en directo y, como ya hicimos en 2023 con Mujeres, en esta ocasión era el turno de La Paloma.

A diferencia de los barceloneses, con ya un amplio recorrido y empaque en la escena alternativa nacional, La Paloma son unos recién llegados, que en un trienio han crecido meteóricamente para llenar uno de los templos madrileños de la música en directo, cerrando la gira de su primer LP.

Y, aunque es cierto que la fugacidad del contenido cultural, concretamente el musical, nos hace olvidar a menudo los logros cosechados por los artistas y grupos que lo reventaron hace dos días, como quien dice, cuando te acercas a comprobar el estado de salud de un hype como el de La Paloma, confirmas que parecen haber llegado para quedarse. Aunque sí es cierto que el estrato socio-económico de su núcleo duro de fans, seguramente no sea el soñado por la banda: rebeldía y desencanto frente la opulencia de un público que consume su música como un producto de lujo más.

Independientemente de este desconcertante contexto, el concierto ofrecido por la banda cumplió gran parte de las expectativas depositadas en una formación que ha crecido a gran ritmo, desde que en 2021 viera la luz su primer EP, y el año pasado recorrieran el país de festival en festival presentando el trabajo que este sábado despidieron con honores en Madrid.

Unos honores, sin embargo, no exentos de problemas técnicos en un sonido que no terminó de alcanzar un nivel del todo notable. El poderoso juego de guitarras, mano a mano entre Nico y Lucas resplandecía, mientras la batería de Juan reverberaba en demasía, resultando un efecto enlatado que no permitía escuchar las voces con claridad, asumiendo que no es una banda de pop-rock clásico cuya sección vocal sea el sustento principal de su propuesta.

De hecho, una de las cosas más interesantes del grupo madrileño-valenciano-canario -se complica un gentilicio tan compartido-, es esa mezcla entre estructuras y riffs de guitarras de rock clásico juvenil, con aroma a noise y atmósferas alternativas de un indie primigenio. Y en ese equilibrio liderado en cada extremo por sus dos compositores, está la virtud de su genuina fórmula.

Y con los ingredientes de esa receta auténtica, construyeron un repertorio arrollador durante escasos 70 minutos –no hay más material del que tirar- para conquistar un foro predispuesto desde el inicio a corear cada una de las pegadizas letras del trío, acompañado durante la noche –y gran parte de la gira- por Ade Martín al bajo –ex Hinds-.

Así sonaron de inicio ‘El adversario’, la seminal ‘Siempre así’ o ‘No es una broma’, en un arranque demoledor, donde demostraron porque fue una de las bandas revelación del pasado año, y porque deberían seguir siendo importantes con su segundo y siempre definitorio disco. El tiempo lo dirá.

Con el ambiente más que caldeado, el público en el bolsillo y sin apenas mediar palabra –en un gesto de timidez y no de soberbia-, seguía sonando la música –regular eso sí-, que al fin al cabo es lo que importa, aunque en los tiempos que corren a veces se olvide. El canto ahogado de ‘Todo esto’, ‘Sigo aquí’ o ‘Polvo’ ponían el contrapunto idóneo a un inicio frenético, en una nueva muestra de esa dicotomía que representa a la banda, densidad y ruidismo como pulcrísima anestesia.

Un juego que seguía su eterno balance en un repertorio muy bien escogido, donde regresaba la luminosidad melódica de temas como ‘Tiré una piedra al aire’ y el pop pausado de ‘Cosas sencillas’, intercalados por el enjambre y las capas excelsas de ‘Cosquilleo’ o ‘Vuelta a casa’, lanzada como single independiente en el mes de abril.

Encaraban así la recta final de un concierto breve pero intenso, que aterrizó en su destino tal como despegó, con artillería pesada como la inocencia de ‘La edad que tengo’ o la nostalgia de ‘Algo ha cambiado’, para despedirse antes de los definitivos e infalibles bises. Su magnánimo –y diría que insuperable- himno, ‘Bravo Murillo’, más karaoke del bueno, de mano de ‘Quejas célebres’, y la cautivadora simpleza de ‘Palos’ para despedirse definitivamente.

Una actuación que quedará para el recuerdo de la banda, un nuevo peldaño en lo popular, que quedó empañado por un sonido deficiente durante toda la noche. Ya sé que no, ya sé que no es para tanto…

 

Iñaki Molinos

Iñaki Molinos

Redacción