La banda irlandesa ofreció un sobresaliente concierto en el Wizink Center de Madrid, con motivo de la presentación de su último álbum, Romance
En estos tiempos de consumo bulímico y desmedido, es difícil arriesgarse a dar grandilocuentes titulares, pero creo que no nos equivocaríamos al situar a Fontaines D.C. como el principal candidato -en el mundo alternativo- para coronarse como la nueva banda de estadio que estábamos esperando. Y más, tras lo visto el pasado sábado en Madrid -aunque aún fuera en formato ring y gradas extensible-.
Los de Dublín, en escasos cinco años, han logrado brindar una colección sobresaliente de canciones, agasajados por la crítica y encumbrados por un público que abarrota sus conciertos allá donde van. Y aunque la costumbre nos lleve a pensar en otras formaciones que consiguieron todo ello con sus primeros lanzamientos, lo cierto es que pocos pueden presumir de contar con una discografía tan excelsa como abundante -ya son cuatro álbumes-, que ha alcanzado su enésimo zénit con Romance, discazo que ya analizamos, en detalle, en nuestra web.
En este trabajo, Fontaines D.C. bajan las revoluciones, suavizan su versión más contundente, donde predominaba el pospunk, pero siguen otorgando a cada una de sus canciones su sello inconfundible. La oscuridad y densidad de su sonido más clásico se mezcla con un barniz más liviano, que abre una nueva puerta, donde las luminosas melodías, los sintetizadores y las guitarras de carácter más orgánico, parecen dar la bienvenida, con los brazos abiertos, a un nuevo ejercito de fieles que entraron sin llamar en el recinto madrileño el pasado sábado.
Con esa misma naturalidad, elegancia y acierto con la que han moldeado su propuesta en el estudio, sacaron adelante un concierto que alcanzó tintes épicos desde el primer minuto, y que resultó rotundo hasta que cayó el telón tras sus 90 minutos. Duración que podemos calificar como el único “pero” de un concierto que pudo haber contado con alguna que otra canción más, teniendo en cuenta el extenso material con el que cuentan en su estantería.
Gracias a un sonido arrollador desde los primeros acordes, llevando al límite la capacidad sonora del recinto madrileño -sobre todo en cuanto a la base rítmica se refiere-, la banda capitaneada por Grian Chatten, no se dejó munición pesada en la recamara.
Antes de caer el lienzo sobre el escenario, y con un potente y variado juego de luces que brilló durante toda la actuación, comenzaban a sonar con suavidad las primeras notas de ‘Romance’; delicadas, sumisas, pero con la pretensión clara de desatar su ira sobre un público que vociferaba nervioso ante la salida de sus ídolos. Ídolos modernos y generacionales, pero músicos de rock, al fin y al cabo . Y en eso se convirtió la noche madrileña; en un concierto descomunal de una banda que lleva sus canciones a un nuevo y vanguardista escalafón de la música popular.
La explosión de júbilo al ver, por fin, las caras de los protagonistas de la noche, enlazó con la temprana apoteosis de ‘Jackie down the line’, y la calma contenida de ‘Televised mind’, visitando en sus primeros tres temas sus últimos tres discos, en una muestra de lo que sería un repertorio escogido a la perfección en cuanto a ritmo, discurso y una lección estilística apabullante.
Turno entonces para ‘A lucid dream’, y un Chatten demostrando sus dotes de frontman: descaro, rebeldía, presencia y una voz sobria a la vez que descarnada. Tras ella, sonaron ‘Roman holiday’ o ‘Big shot’, de su maravilloso Skinty fia, para regresar con ‘Death kink’ al barniz -solo barniz- suavizado de su último disco.
A estas alturas de concierto, y sin apenas mediar palabra -en una actitud más trabajadora que chulesca- el entusiasmo del respetable con la banda era desbordante, y a ello ayudaban los riffs y golpeos de guitarra de Conor Curley, protagonista vocal, además, en ‘Sundowner’; el ritmo endiablado de Tom Coll en la batería, acompañado por el temblor protagonista del bajo de Conor Deegan III, y el no menos importante acompañamiento de Carlos O´Conell en la segunda guitarra y los teclados.
En una extraña mezcla de sutiles influencias, tanto en su sonido, como en su actitud y estética, la vena británica atraviesa a estos muchachos. Algo de Pulp, quizás Blur, alguna pose de Liam Gallagher -a pesar del beef-, pero con una potencia sónica que termina por derribar a cualquier referente del celebrado britpop noventero.
El riff obsesivo -y con aroma a The Strokes- de ‘A hero´s death’ daba paso a la fase más melódica y aseada de un show que se acercaba a su final de la mano de ‘Here´s a thing’ o ‘Bug’, tras un bonito interludio en el que O´Conell se atrevió con un par de versos de los ‘Tesoros’ de Antonio Vega. Un crossover difícil de predecir, si no fuera porque el guitarrista nació y vivió en Madrid hasta los 18 años.
El pegadizo y escurridizo spoken word de ‘Boys in the better land’ hizo de antesala para que el preciosismo de la formidable ‘Favourite’ diera por zanjado el concierto, antes de unos bises que aún siendo notables se hicieron cortos. Mas luminosidad “romancera”, gracias a ‘In the modern world’, la crudeza de ‘I love you’ y la magnífica ‘Starburster’, convertida ya en un clásico recién nacido, sirvieron para dar carpetazo a un concierto absolutamente impoluto.
Si hemos de adorar a una nueva banda, que sean Fontaines D.C.

Iñaki Molinos
Redacción