Foto: Javier Rosa para Canela Party
Un año más, el genuino festival malagueño fue un éxito de público, organización, logística y crítica. Los más de 40 conciertos en cuatro días nos volvieron a recordar la importancia de la música como centro fundamental de este tipo de eventos
Siempre se han hablado maravillas del Canela Party, y es de justicia contaros que efectivamente, la cosa sí es para tanto. Como el rara avis que es en la actual industria musical, lo cierto es que, aun pasando los años, y sin poder hacer una comparativa con anteriores ediciones, la propuesta que ofrece la organización del Canela es considerablemente diferencial.
No es ningún secreto que no nos encontramos ante un macrofestival al uso, con varias decenas de ceros a sus espaldas, y este es uno, si no el principal punto de partida de un Recinto Ferial de Torremolinos que, para la ocasión, albergó a unos 5.000 asistentes por cada una de las jornadas del festival.
La hoja de ruta que sigue a esta ecuación cuenta con otro componente fundamental, casi existencial, a estas alturas de la película. Y es que la mayoría del público viene a escuchar música y a ver los conciertos. ¡Milagro! Aunque no seríamos fieles a la verdad si obviáramos que unas bandas pueden gustar más que otras, que hay numerosos grupos de amigos y conocidos que coinciden en ese maravillosamente “escueto” espacio tras tiempo sin verse, y que la media de edad de los asistentes ronda los 40, con la habitual capacidad bebedora del personal.
Pero que estas pequeñas y necesarias puntualizaciones no nos impidan ver el bosque, frondoso y luminoso, de un festival, al fin y al cabo, singular. Con una contundente y cristalina línea editorial, repleta de bandas y artistas difíciles de ver en los carteles de nuestro masificado circuito festivalero (sobre todo a nivel internacional), agrupados en torno a un género centrado en sonoridades punk, pospunk o hardcore, -por citar algunas-, pero aderezado con sobresalientes y eclécticos detalles de pincel fino, para terminar, entregando un listado de nombres que hacía la boca agua del respetable antes incluso de su inicio.
Y fuera de lo meramente musical, que analizaremos más adelante, la comodidad de un recinto y aforo ciertamente reducido es uno de los pilares fundamentales del evento.
Sin esperas en las barras, en la zona de gastronomía o en los servicios -a pesar de los problemas de limpieza en la última jornada de los que me consta que la dirección ha tomado nota-, el ambiente y comportamiento del público hace el resto. Como un niño chico que vuelve de un campamento veraniego, pero ya aterrizado de la resaca emocional, es fundamental poner en valor a las dos partes fundamentales de este invento: los que están sobre y tras el escenario y los que están bajo el mismo.
De los primeros, es difícil recordar, al menos en mi caso, a gente tan agradable y cercana en el trato y la comunicación como la dirección y el equipo del Canela. Además del amor, pasión y fanatismo demostrado por muchas de las bandas del festival, y corroborado por estos ojos y oídos.
El complemento perfecto para los anfitriones viene de la mano de unos huéspedes atentos y con un gran espíritu musical. Entusiastas, respetables, gustosos, y con un abrumador sentido del humor, que alcanzó su culmen con la fiesta de disfraces de la jornada final del sábado.
La fiesta de bienvenida del miércoles como sparring para el resto del festival
Lo cierto es que todo lo descrito anteriormente se vio reflejado, principalmente, en las tres últimas jornadas del festival, quedando señalado el día inaugural como el menos acertado de la edición. Desde el inicio, con una larga cola en el acceso para la validación de pulseras, los problemas en algunos de los locales de restauración que llevaron al cierre provisional de alguno de ellos -desconozco los motivos-, un ambiente muy diferente al resto de días en cuanto a público -achacable quizás a gratuidad en el acceso a través de invitaciones-, y quizás el problema más doloroso, por persistente, durante toda la tarde noche, fue el deficiente sonido de los dos escenarios del recinto. Con unos conciertos mejores que otros, pero sin encontrar la fórmula perfecta que si fue la tónica el resto de los días.
Mientras accedíamos al recinto alcanzamos a disfrutar a los valencianos La Culpa, justo antes de que Monteperdido se subieran por última vez a un escenario en un concierto notable, plagado de guitarras y su vitamínico y adictivo pop, lastrado por la estridencia sonora que comentábamos anteriormente.
Adiós Amores, con su pop artesanal, casi de cámara, tomaron el relevo en una actuación muy similar a sus predecesores, antes de que los americanos Deeper sacaran a relucir su melódico rock de guitarras en uno de los conciertos del día, que fue reforzado por The Tubs, y su fresca cadencia guitarrera más cercana a la new wave ochentera.
Foto: José Andrés Albertos
Intercalando a las dos bandas internacionales del día, Los Punsetes, acostumbrados a conciertos directos y arrolladores, no terminaron de acertar con el repertorio en una actuación algo irregular. Algo que pareció sucederle a La Plata, última actuación de la noche, pero que acabo arreglando de manera prodigiosa, ejecutando una última parte de concierto sobresaliente en cuanto a ritmo y sonido, como presagio de lo que restaba de festival.
Jueves de resurrección. Sobresaliente general y alguna que otra matrícula de honor
La distribución de los conciertos, con dos escenarios que no se solapaban, hacía casi imposible perderse alguna actuación, más allá de la llegada o marcha del recinto, las necesidades vitales de ir al servicio y alimentarse, o la pequeña carpa con sesión continua de música bailable que también triunfó entre el público.
De esta manera, la segunda jornada arrancaba con una de nuestras nuevas bandas favoritas. Las argentinas Fin del Mundo dieron una lección de pospunk y posrock dejando con la boca abierta a muchos que desconocían su existencia. En nuestro caso somos reincidentes y, apenas 48 horas después, las visitamos en la Moby Dick de Madrid.
La psicodelia de Ghost Woman, sustituyendo a última hora a Bar Italia, es otro claro ejemplo de la capacidad de reacción y currazo de una organización que intercambió dos bandas europeas de un día para otro (a saber lo que sudaron para lograrlo), y que sirvió de aperitivo para una de las mejores bandas de hardcore nacionales, Viva Belgrado, que ofreció un concierto abrasador y mayúsculo, ante una audiencia entregada a su propuesta de principio a fin.
Principio y fin -con su correspondiente chorro de confeti y humo- de cada concierto, que se pueden disfrutar desde la mayor de las cercanías -o lejanías, para gustos…-, ya que el espacio y la distribución del gentío así lo permiten, sin perder en ningún momento la sensación comunal que se vive en los mejores conciertos del mundo: los de sala.
Curtis Harding y su embriagador soul, e Israel Fernández, Lela Soto & Frente Abierto, con su flamenco más heterodoxo, dieron la nota de color a una jornada que continuó con uno de los nombres principales del cartel.
Big Thief cumplió y arrasó las expectativas con un delicioso concierto donde abrieron de par en par las ventanas de su pop más intimista, coquetearon con el country y abrazaron el folk como mejor saben hacer. Todo ello sustentado por una armoniosa banda que sonó mejor que nunca -incluyendo dos baterías/percusión- y la actuación estelar de su lideresa Adrianne Lenker, que consiguió emocionar al más punki del lugar. De ‘Shark Smile’, pasando por ‘Not’ o cerrando con ‘Masterpiece’. Sublime.
Foto: José Andrés Albertos
Standstill, en su gira de retorno a los escenarios, destapó el tarro de la nostalgia indie, con una de sus mejores actuaciones del verano -que no han sido pocas-, la potente psicodelia stoner de Slift, y el pospunk, más urbano que nunca, de Margarita Quebrada, cerraron por todo lo alto una segunda jornada mejorable del Canela Party
Viernes de guitarras para los viejóvenes puretas
El viernes estaba señalado en el calendario como el día grande del festival, en cuanto a género -fresco- se refiere. Grandes nombres de la “nueva” escena pospunk/noise internacional se daban cita para delicia de un público de paladar fino que gozó de actuaciones como la de Militarie Gun con su aroma californiano y sus melodías pegadizas o el noise rock de Cloud Nothing, que fueron creciendo hasta alcanzar el éxtasis en el último tercio de show.
La fascinante oferta de Wednesday, con cabida en grandes festivales alternativos, o en otros de nicho como el Canela, donde mezclan melodías cercanas al country con guitarrazos y griterío punk, se adueñó del público antes de que otras de las bandas llamadas a encabezar el cartel de este año hicieran acto -y qué acto…- de presencia sobre las tablas. Protomartyr golpeó en la mandíbula a sus fieles seguidores y a los que iban a comprobar si el mito era tal como lo pintaban. Esos se llevaron más de un bofetón.
Como el mejor crooner pospunk, Joe Casey iba comiéndose el escenario en cada uno de los temas, acompañado de una banda que funcionaba como un reloj, mientras el suelo se hundía bajo nuestros pies. El mito era cierto, bolazo.
No se quedaron atrás, ni mucho menos, los canadienses Metz, que con su muro de guitarras demoledor y melodías indomables, volvieron a enamorar a un Canela que los ha visto desfilar hasta en cuatro ocasiones desde su primera edición en 2007. Otro concierto para el recuerdo.
Foto: Javier Rosa
El nuevo revival pospunk -acuñado también como crank-wave– fue protagonista de las siguientes actuaciones, con unos excesivos Model/Actriz y unos correctos Gilla Band, con quien un servidor despidió la tercera jornada.
Sábado de verbena: Fiesta de disfraces sin olvidarnos de otra notable jornada musical
Es lógico que las distracciones hagan su efecto cuando ves tantos y tan originales disfraces a tu alrededor, pero la gente debe estar acostumbrada. Y los artistas también.
Así, desde la llegada al recinto, con la actuación de nuestros queridos Cala Vento, más rodados que los pilotos de Formula 1 a los que imitaban con sus disfraces, la fiesta de la musical no se detuvo.
Tras el dúo de l’Empordà, el nuevo punk, adornado de fantásticos sonidos sintéticos de Home Front, y el delicioso y aclamado pop beatleiano de The Lemon Twigs dio paso a otras dos bandas míticas del cartel.
El power pop de Superchunk, adornado por sus maravillosas guitarras de aroma ochentero cedían el testigo a Triángulo de Amor Bizarro, en una de esas actuaciones prodigiosas que estamos más acostumbrados a degustar en sala, pero donde el Canela volvió a hacer su magia para alcanzar la catarsis en otro concierto histórico de la edición de 2024.
Foto: José Andrés Albertos
Crack Cloud nos regaló su original pospunk con tintes psicodélicos, antes de que Ibibio Sound Machine nos sacara a bailar con su sonido afro-funk cargado de sintetizadores, y Trippin’You los multiplicara para terminar de quemar la poca suela que nos quedaba tras cuatro largos días de tremendos conciertos.
El Canela Party demostró en su edición de 2024 ser un festival necesario, admirado, familiar y sobre todo bonito. Un lugar donde la música vuelve a ser importante, aunque siga siéndolo más cómo y con quién vivirla.
Iñaki Molinos
Redacción