Aghori Mhori Mei (2024)
- The Smashing Pumpkins
- ⭐️ 8/10
- Martha’s Music/Thirty Tige
The Smashing Pumpkins han atendido nuestras plegarias: el sonido hard core de Aghori Mhori Mei nos devuelve su esencia y nos remite a su época dorada
Lo lanzaron en junio de 1998 y la caja de los truenos se abrió. Adore, hoy en día encumbrado entre lo más insigne de la discografía de The Smashing Pumpkins, provocó un terremoto. Un giro en el sonido tan rechazado por los fans como para convertir a Billy Corgan en un mártir de la música electrónica, pese a que las redes sociales y la turba digital no habían hecho aún acto de aparición.
Desde entonces, la historia es bien sabida: múltiples cambios en la alineación de la banda; despedida definitiva y posterior retorno tras un lustro, y una trayectoria posterior algo irregular, con enormes aciertos y algunas decepciones.
En el centro de todo, siempre Billy: un hombre de alma torturada en aparente enfado permanente con el mundo. Es un músico que reúne un talento enorme e inquietud por evolucionar y crecer, pero que topa con las nunca (o rara vez) alcanzadas expectativas generadas por un ego desmedido y la ambición de unos proyectos musicales grandilocuentes.
Su anterior producción de estudio, Atum, una ópera rock espacial entregada en 3 actos que reúnen nada menos que 33 canciones, desencadenó la oleada de reacciones que siguen el patrón habitual.
Tal y como explicaba el propio Corgan en el podcast en el que, semanalmente, presentaba y contextualizaba la historia de cada una de las tonadas, podríamos resumir las quejas, casi tópicos, en las siguientes:
- Filtrando y dejando las 10 mejores canciones, podría haber publicado otro Siamese Dream.
- Debería olvidarse de los teclados y centrarse en las guitarras, para volver a sonar como en los 90.
- Billy Corgan ya no puede cantar y hace todo lo posible por enmascararlo con la producción [desmentido por él mismo y por sus actuaciones en directo].
Como suele ocurrir, algunas demandas de los fans están más justificadas que otras, pero, de cualquier forma, de vez en cuando está bien hacernos caso. Algo así debió de pensar el bueno de Billy al planificar los siguientes movimientos.
Del primero ya dimos cuenta en nuestra crónica del Mad Cool: la gira actual en la que la banda se encuentra inmersa es una pura exhibición de poderío y electricidad.
El segundo, lo anunció la banda a finales del mes pasado y es la excusa para estas líneas. Desde el pasado viernes 2 de agosto está disponible solo en plataformas digitales (a las estanterías de nuestras casas tardará un poco más en llegar) lo que tanto habíamos pedido: un verdadero álbum de The Smashing Pumpkins.
Con un título casi imposible de traducir, Aghori Mhori Mei, inspirado por el sonido de sus primeros años, se trata de una producción de guitarras duras que nos remite, definitivamente, al periodo más esplendoroso del ahora trío.
No se trata de una obra maestra, pero sí de un gran trabajo; quizá el mejor que han entregado en, al menos, dos décadas.
Es una creación muy oscura e inquietante; desde ese mencionado encabezamiento que hace referencia a los Aghoris, secta hindú conocida, sobre todo, por su práctica del necro-canibalismo…
Desde un punto de vista lírico, los cortes muestran una visión atormentada de la vida y un cierto solipsismo por parte de Corgan, que nos habla del amor eterno, de la pérdida y del dolor que produce. Apoyado en múltiples metáforas y figuras mitológicas, es un relato contado, en apariencia, desde el duelo. En él vemos errores, castigos y sufrimiento, pero también historias de resistencia y redención.
Y nada mejor para acompañarlo que ese clima tormentoso que aportan las guitarras eléctricas de Corgan y Iha, totalmente protagónicas, y la percusión de un Jimmy Chamberlin liberado, por fin, de ataduras.
Es un disco indudablemente hard core, que casi cruza la frontera con el metal en más de una ocasión, se deja seducir por el grunge en otras y sabe dejar espacio para esas líneas melódicas que redondean el resultado. El sonido característico de los Pumpkins que a tantos nos conquistó cuando el siglo pasado enfilaba su recta final.
El fuego se abre con dos grabaciones de más de 6 minutos y su arranque, ‘Edin’, nos remite a los tiempos del Pisces Iscariot, en el que hubiera encajado a la perfección. Un suave punteo de guitarra solista forma una marejada que no tarda en mutar a fuerte marejada y mar gruesa. Los golpes sobre las cuatro y seis cuerdas, así como sobre las percusiones, forman olas altas que rompen por encima de nuestras cabezas.
La instrumentación dibuja una imagen apocalíptica sobre un relato de tragedia, de lucha contra la adversidad, contra los elementos. De la angustia que produce la pérdida de esperanza.
En esta misma línea continúa ‘Pentagram’, con su comienzo arpegiado antes de que la locura se desate con múltiples capas de guitarras que envuelven la angustia del amor eterno no correspondido. Curiosamente, lo que escuchamos nos remite a un periodo posterior; al sonido de su proyecto paralelo Zwan o, incluso, a ese renacimiento que supuso Zeitgeist.
Por su parte, la electricidad de ‘Sighommi’ es una corta elegía por la pérdida de un ser querido.
En cambio, en ‘Pentecost’ realiza un juego de contrastes entre el tono y la narración. Juega con la dualidad entre amor y dolor con la letra y con la música. El acertadísimo uso de los elementos orquestales crea una atmósfera aparentemente optimista sobre una historia de ruptura tras una relación complicada.
Echamos de menos unos coros reales en lugar de las voces superpuestas del propio Corgan (ninguna novedad), pero la balada tiene mucha fuerza y todos los elementos funcionan, alcanzando momentos sublimes como el solo de piano.
En ‘War dreams of itself’ encontramos guitarras muy pesadas, de corte metalero, sobre ritmos sincopados que ilustran una velada crítica a la sociedad actual y su tendencia violenta.
La escucha nos ofrece un respiro con ‘Who goes there’, una reflexión sobre la propia identidad y la búsqueda de un espacio propio. Un medio tiempo de guitarras suaves y teclados que nos alejan un poco del tenebroso tono general del álbum. Una temática y un ritmo similar, aunque apoyado en guitarras más agresivas, es la propuesta de ‘999’, mientras que ‘Goeth the fall’, más suave, fabula una ensoñación producto de la persecución del amor.
Abordamos la recta final de la mano de ‘Sicarus’, otro tema con el aroma de los clásicos de la banda, con guitarras poderosas, sublimes y que ofrece el mejor momento de Chamberlin al mando de sus baquetas.
Quizá no sea perfecta, pero es una entrega de calidad notable en forma y contenido.
Tras su escucha, la noche se evapora lentamente y el día amanece despejado. La mar, en calma. Billy canta sobre unas suaves notas de piano que pronto deja paso a un muro de sonido sinfónico exquisito. El barco flota suavemente y lo vemos alejarse hacia el horizonte, mientras asoman en la pantalla los títulos de crédito. El héroe se redime y el ciclo de la vida continúa.
Una suave melodía con la que la que las calabazas salen victoriosas del último desafío y nos dicen hasta pronto.
Sin duda, habrá fans que escuchen el flamante disco y griten emocionados que han vuelto. También habrá críticos que los acusen de copiarse a sí mismos y apostar por lo seguro. Lo único cierto es que, en un corto espacio de tiempo, nos han regalado el concierto y la grabación que tanto habíamos reclamado con tanta insistencia.
Quizá le falte esa canción que trascienda en clásico. Quizá la producción le dé un protagonismo excesivo a la voz de Corgan (en una posición demasiado frontal en algunos momentos). Quizá no sea perfecta, pero es una entrega de calidad notable en forma y contenido, casi a la misma altura de aquellas que forjaron la leyenda y que, finalmente, cumple con aquel deseo que Billy compartió en el ya lejano 2005 de su primer retorno:
“I want my band back, and my songs, and my dreams” (“Quiero que vuelvan mi banda, mis canciones, y mis sueños”).
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Yago Hernández
Redacción