Foto: Javier Bragado para Mad Cool
Una organización que demostró haber tomado nota de muchos de los problemas de ediciones anteriores y algunas actuaciones musicales para el recuerdo en una edición que alcanzó el notable
Con el epílogo ofrecido por The Kooks tras la colosal actuación de The Killers, el pasado sábado 13 de julio cerraba la última edición del Mad Cool, la mejor organizada y, por fin, libre de polémicas.
Por un lado, hemos podido disfrutar cómodamente de los conciertos: los desplazamientos eran rápidos y ágiles; la masificación, razonable; sin colas para ir al servicio o pedir bebidas.
Por otro, es un evento tan diseñado para el consumo y las poses que la música ya ha perdido gran parte del protagonismo, hasta el punto de descuidar el sonido, cuya excelencia es marca de la casa, y ofrecer problemas evidentes, especialmente en el escenario principal. Parecía estar preso de los designios del dios Eolo y, a la estela de su aliento, iba y venía, subía y bajaba en un vaivén desconcertante.
Desde el punto de vista logístico, además de lo comentado, debemos mencionar la agilidad de los accesos, sin rastro de las temibles colas a las que nos hemos enfrentado en ocasiones pretéritas. Sin embargo, no parece razonable que la estación de metro más cercana se encuentre 25 minutos de camino a pie, más aún con el cansancio de la vuelta y el casi imposible acceso a la misma por la gran concentración de gente en la relativamente temprana hora de salida.
Tampoco lo es que la policía acordone la zona y corte las calles de tal forma que convierten la salida en transporte rodado desde Madrid en una ratonera innecesaria. Era infinitamente más ágil hacerlo desde Getafe, a unos pocos metros del recinto.
Desde el punto de vista musical, una vez más, ha resultado una experiencia destacable a pesar de la irregularidad de su cartel, muy desequilibrado entre jornadas; con propuestas comerciales que han descontextualizado un tanto a la escena alternativa; con una segunda línea un tanto desdibujada ante la irrelevancia de algunas bandas como Keane o Sum41.
Con todo, hemos podido disfrutar de propuestas más que interesantes y de actuaciones memorables como las de The Killers, The Smashing Pumpkins y de alguna que otra sorpresa inesperada, como ocurre en todo buen festival.
Porque, por mucho que la artificialidad de las redes sociales quiera tapar, esto va de música y, por ahora, es lo que realmente queda cuando baja el telón.
Un MIÉRCOLES electrizante
Arrancamos la jornada inaugural de Mad Cool con el sol arreciando de forma violenta sobre nuestras cabezas y disfrutando del correcto directo de Soccer Mommy en el escenario tres. La artista de Nashville no hizo excesivas concesiones a un repertorio que sonó sólido, a pesar de algún problema de sonido, pero que se vio eclipsado por la combinación de temperatura y horario, uno de los “peros” recurrentes, aunque casi inevitables, para un festival en el mes de julio en la ciudad de Madrid.
Mucho más padeció Shirley Manson liderando a los míticos Garbage al borde de la lipotimia, con el inclemente Lorenzo golpeando frontalmente, ya pasadas las ocho de la tarde. En un buen concierto que fue de más a menos, la banda británica arrancó entremezclando los temas de sus recientes trabajos con clásicos de su carrera, hasta ir perdiendo algo de fuelle a la par que su vocalista iba “derritiéndose” -con una bolsa de hielo al cuello incluida- sobre el escenario.
Sin embargo, en el escenario principal, Janelle Monáe no pareció sufrir con la climatología, ofreciendo un maravilloso espectáculo, en el que combinó los sonidos característicos de su repertorio: afro beat, pop, funk o soul. A su poderosa voz e interpretación se sumaba una banda que derrochaba talento por los cuatro costados, mientras Janelle alternaba vestuario y homenajeaba a grandes referentes -Michael Jackson o James Brown- en una de las actuaciones más destacadas de la primera jornada de este Mad Cool.
Con la noche cayendo sobre el recinto de Villaverde, llegaba el turno de la estrella de la jornada. Y así lo demostró Dua Lipa en cuanto a poder de convocatoria, móviles al aire grabando, y su habitual propuesta de dance pop masivo. La artista no dejó de bailar repetidamente sus uniformes coreografías, haciendo gala de su atractivo ante las cámaras en formato tiktokero, pero sin ofrecer un show extraordinario que descolocara a nivel musical o visual. Repetición de planos contrapicados, los habituales samples de temas ajenos que conforman su cancionero y falto de sorpresa alguna tras visionar (más que escuchar) dos o tres canciones.
Una tormenta de calabazas aplastó nuestras cabezas
Tras la actuación de la británica, nos dirigimos al segundo escenario, el único cuyo sonido alcanzó la perfección durante las 4 jornadas, para ver la segunda actuación de la banda de Billy Corgan en el Mad Cool. La formación, con la vuelta de James Iha, reúne a 3 de los integrantes del cuarteto original y ha ganado empaque. Lo demostró hace 5 años en su actuación en el recinto de Valdebebas y en muchas de las 33 canciones que conforman ATUM, la ópera rock publicada en varias entregas entre finales del 2022 y la primavera del pasado año, aunque le sobren muchos de los cortes.
Por tanto, nos acercamos a escucharlos con tanta emoción como incertidumbre sobre el repertorio elegido, temiendo que ATUM copara gran parte de la actuación. Pero The Smashing Pumpkins optaron por escuchar las plegarias de sus fans acérrimos y soltar una descarga eléctrica digna del mismísimo Zeus.
La descomunal pegada de Jimmy Chamberlin, solo de batería incluido, acompañada de 3 guitarras y bajo, resultó en un delirio voltaico que combinó los temas más potentes de su última entrega (‘Empires’) con todos los clásicos que tanto nos despegan del suelo: ‘Tonight, tonight’, ‘1979’, ‘Ava Adore’, ‘Bullet with butterfly wings’, ‘Zero’, ‘Cherub Rock’ y ‘Disarm’ sonaron como truenos.
Entre medias, su sorprendente y bendita revisión del ‘Zoo station’ de U2 y las bromas continuas de un bienhumorado y alegre Billy Corgan en continuo compadreo con Iha.
Un recital sin tregua, de riguroso negro, que nos dejó aturdidos del primer al último minuto y que, de haber tenido lugar fuera del marco de un festival, habría copado las portadas de los medios musicales. Un retorno a la época dorada, con la calidad sonora que proporciona la experiencia, sin las torturas existenciales y los excesos de aquellos años, pero con la misma intensidad y energía.
A unos cuantos nos devolvieron a finales de los noventa y a otros les dio una lección de lo que fueron aquellos años del rock.

Foto: Javier Bragado para Mad Cool
Lo que el viento se llevó del JUEVES
El jueves fue uno de esos días en los que era difícil alejarse de los dos grandes escenarios del festival. Michael Kiwanuka nos regaló un delicioso concierto, provocando que en las escasas sombras cercanas el personal se dedicara a “cascar” con la voz en grito -un clásico festivalero-. Cuando conseguimos escapar y conectar con el británico y su banda, el soul que emanan sus canciones nos terminó de inundar, confirmando que se trata de un artista para disfrutar en las distancias cortas y no tanto en un macrofestival de esta talla.
Mando Diao, con un sonido horrible en el tercer escenario, y con la voz rota -y muy limitada- de su vocalista, sirvieron de bisagra para el concierto de Keane, otro de los platos principales del cartel del jueves. Y en este caso, no por esperado fue menos duro comprobar el mal envejecer de su primer disco, que cumplía 20 años. No es tanto el paso de los años -estando tan de moda la celebración aniversarios-, sino cómo hacerlo encajar en el contexto actual. Una actuación intrascendente, que pasó por Mad Cool sin pena ni gloria.
Pearl Jam faltos de pegada
Y llegó lo más esperado de la jornada, y quizá de todo el festival. Con la vitola de la leyenda, el recuerdo imborrable de su actuación de 2018 y la magnífica impresión de su última entrega discográfica, las expectativas con Pearl Jam estaban en todo lo alto y… lamentablemente, el resultado, siendo bueno, quedó por debajo.
Como ya hemos mencionado al principio, fueron uno de los más perjudicados por la volatilidad del sonido del escenario principal que nosotros achacamos al fuerte viento, al que, sospechamos, se añadieron otros factores técnicos.
Pero también la propia banda, que parecía ajena a las cuitas acústicas, tocó sin la intensidad y la energía características. Como un guiso que se queda corto de sal. Tampoco ayudaron los excesivos intentos de conectar con el público por parte de su líder, Eddie Vedder, leyendo unos textos en castellano, que lastraron el ritmo de la actuación.
Cómo no, Javier Bardem se llevó una mención especial. A él le dedicaron ‘Unknown thoughts’, tema que no habían tocado en toda la gira.
Consiguieron terminar por todo lo alto gracias al arsenal que reservaron para los bises: ‘Better man’ (dedicada de forma sorprendente a Miguel Ríos e hija), ‘Do the evolution’, ‘Alive’, ‘Rockin’ in the free world’ y ‘Yellow ledbetter’. Pero, de nuevo, fue como arreglar con el salero los defectos de la preparación de un plato que estaba riquísimo, a la altura de restaurante caro, pero no de la Estrella Michelín® que ostenta la banda.

Foto: Javier Bragado para Mad Cool
Tras el esperadísimo cabeza de cartel del día, la segunda jornada la cerraron con honores unos inspiradísimos Greta Van Fleet. La jovencísima banda de Michigan -sí, siguen siendo insultantemente jóvenes- prendió fuego -casi literalmente- al segundo escenario con su revival de hard rock y progresivo, el falsete eterno de Josh Kiszka a la voz, sus hermanos como escoltas, y una base rítmica demoledora. Acabaron despidiéndose con los correspondientes punteos, solos y un final sempiterno más allá del horario establecido.
Un VIERNES sin cafeína
De nuevo al resguardo de la sombra ofrecida por la torre de sonido del escenario principal, disfrutamos de la psicodelia y funk de Unknown Mortal Orchestra. Otros artistas en hora y lugar inopinados, pero que supieron salir triunfantes con una propuesta de gran calidad.
La falta de un reclamo fuerte en el cartel se notó en una menor afluencia de público y en un cierto vacío puesto que muchas de las propuestas no terminaron de funcionar.
Sleaford Mods ofrecieron una versión muy mejorada respecto a su vista de hace unos meses, sin espantada y con momentos animados. Pero un espectáculo (cada vez más repetido por parte del artisteo en estos tiempos) consistente en una voz en directo sobre bases grabadas, sin músicos, tiene un recorrido demasiado limitado.
Tras ellos, Black Pumas nos reunieron de nuevo frente a las tablas del escenario principal y ofrecieron el mejor concierto de la jornada lastrado por la discutible decisión de limitar el sonido por debajo del mínimo requerido. Ni siquiera en las primeras filas se podía disfrutar en condiciones.
Una lástima porque los de Austin (Texas) dieron una lección de saber estar, de combinar los ritmos negros, el soul y la psicodelia e, incluso, de transmitir al público sin grandes alharacas. Tanta es su calidad que les bastaron esos susurros para hacernos sonreír, disfrutar e, incluso bailar, haciéndonos sentir que esa inmensa esplanada de Villaverde era un club nocturno de Chicago o Nueva York.

Foto: Andrés Iglesias para Mad Cool
Un rato más tarde, lo ocuparon los italianos Måneskin, que tienen su tirón, no tan fuerte como para encabezar un festival de esta magnitud, pero que ofrecen poco por debajo del ruido que enmascara sus melodías pop.
Entre ambos, Sum 41, muy lejos de sus mejores días, ofrecieron un espectáculo intrascendente y algo trasnochado.
Cerramos la jornada con las hermanas Deal, The Breeders, que ofrecieron un concierto tan efectivo como extraño. Las canciones, una vez que arrancaban, sonaban maravillosamente, pero cada comienzo y cada interludio resultaba agónico, con aires de ensayo más que de una actuación real, con cierres abruptos y desconcertantes.
‘Cannonball’ casi nos pilló de sorpresa y el único momento en que Kim, siempre a la guitarra, se animó a coger su bajo fue en ‘Gigantic’, la única concesión a los fans de Pixies, sus ex, que sirvió para cerrar un bolo más propio de una hora vespertina.
Y el SÁBADO las aguas se abrieron
La jornada final de Mad Cool 2024, tras tres días intensos de conciertos y kilómetros en las piernas, se antojaba duro pero esperanzador, gracias a un cartel equilibrado en el que poder ir saltando por interesantes actuaciones.
La primera de ellas, y una de las de todo el festival, corrió a cargo de Nathaniel Rateliff & The Night Sweats. Cortes de rock, folk y soul desbordados para dar como resultado un concierto memorable y emocionante, en un escenario repleto -a pesar del intenso y recurrente calor- que no paró de bailar, corear y acompañar a una banda inmaculada que sonó a las mil maravillas, potenciada por su carismático líder y su penetrante voz. Cerrando su actuación por todo lo alto, versionando a Springsteen y compartiendo un trago con el respetable: “Son of a bitch, give me a drink”.
Sin comerlo ni beberlo, nos vimos sorprendidos por el fenómeno nostálgico que sigue agitando el pop adolescente de una Avril Lavigne ya cerca de la cuarentena, en un escenario principal que pasados los días acabo siendo la peor de las pesadillas en cuanto a sonido se refiere: estridente o insuficiente, yendo y viniendo, y en general muy por debajo del impoluto rendimiento del escenario secundario.
Los habituales solapes festivaleros, aun sin grandes nombres en la jornada del sábado, nos permitieron disfrutar de una de esas costumbres casi olvidadas en estos eventos: sorprendernos con actuaciones inesperadas o desconocidas para nuestros humildes paladares.
Así, rebotamos hasta el tercer escenario para engancharnos al country rock sosegado de Lord Huron. Slide guitar, teclados, sombreros de cow boys, y profunda voz de vaquero de Los Ángeles. Pero quién se llevó la palma como revelación del día fue Joel Culpepper. De una de las pequeñas carpas del festival asomaban sonidos con aroma a soul y R&B, atrayendo a cualquiera que pasara por la puerta. El artista británico, acompañado de guitarra y batería -y bajo pregrabado- embelesó a los asistentes con su interpretación cercana al hip-hop por momentos, pero arraigada en los mejores vocalistas de la música de la Motown.
Una memorable actuación de The Killers
Y el fin de fiesta, encabezando el cartel del sábado -y con razón-, corrió a cargo de The Killers. La banda comandada por Brandon Flowers, que ya pasó por Mad Cool en 2022, no acusó en absoluto tal circunstancia, convocando a una muchedumbre que respondió sin prebendas a la llamada del predicador de Las Vegas.
The Killers saben muy bien lo que se hacen. Con un show más que efectista, se metieron al público en el bolsillo desde el inicio gracias a un carrusel de éxitos coreables a la altura de pocos. De esta manera, sonaron para arrancar temas como ‘My own soul’s warning’, ‘When you were Young’ o ‘Smile like you mean it’, mientras volaba el confeti, se proyectaban rayos de luz y se veía nítidamente a la banda por las tres pantallas gigantes del escenario principal -incluyendo la proyección central-. Apuesta ganadora desde el primer minuto.
Una banda diferencial en directo, que suplió con pegada, entrega, ritmo y la personalidad arrolladora de su frontman, una vez más, el sonido deficiente del primer escenario. Un recital imbatible que prosiguió, sin descanso, con clásicos vencedores como ‘Somebody told me’ o el bonito número de subir a una persona entre la multitud para tocar la batería -de forma muy decente, por cierto- en ‘For reasons unknown’.

Foto: Mad Cool
Tras el cierre de ‘All these things that I´ve done’, llegaron los bises y, con ellos, la apoteosis final de ‘Human’ y ‘Mr. Brightside’, acompañada de un medley final de los grandes éxitos ya interpretados, para el placer y regocijo de un gentío que demostró la mayor conexión con una banda de todo el festival.
Tras ellos, el brillante sonido de The Kooks, en una actuación tan sólida como olvidable en el segundo escenario, y las artes escénicas, que no musicales, de Ashnikko en el tercero, sirvieron para cerrar una muy buena edición del Mad Cool, con cosas por mejorar, pero con muchas soluciones para viejos problemas que no se han repetido.

Yago Hernández
Redacción

Iñaki Molinos
Redacción