Una banda en claro ascenso llenó La Riviera con su contagiosa energía (post) punk
Es el Bee Week un fantástico ciclo de conciertos, nacido el año pasado, gracias al cual un buen puñado de bandas emergentes e independientes (más de 40 en la edición actual) tocan durante cuatro días en diversas salas madrileñas.
Entre ellas, Depresión Sonora, el proyecto musical del joven vallecano Marcos Crespo, de aspecto urbano y mirada retro. Compone melodías oscuras envueltas en profunda melancolía y vestidas con letras introspectivas. Notas de post punk que miran al pasado y voces que apuntan al futuro.
Son canciones de mirada hacia el suelo y de cabeza al cielo; de lágrimas de rabia y sonrisa eufórica; para lamentar que el mundo se pudre y para gritar que lo vamos a pelear.
Crespo es un cantante de energía punk y sensibilidad poética, heredero de Patti Smith o Nick Cave, que aúna fuerza, rebeldía, delicadeza y pasión.
Con esa actitud se subió al escenario de La Riviera el pasado viernes y nosotros estábamos allí, para cantar y bailar en la oscuridad, atraídos por el magnífico recuerdo que nos dejó su actuación de la primavera de hace un año, tal y como contamos en nuestra crónica del festival Tomavistas.
El cuidado diseño escénico mostraba la evolución experimentada en estos meses: luces de penumbra y una pantalla con proyecciones retro, como las de los fantásticos créditos de “Succession”, revisitando momentos de un pasado, en realidad, muy cercano.
Que ha subido un peldaño en el escalafón de la escena alternativa lo evidenció el sold out y la actitud de un público que mostraba su excitación incluso antes de su aparición en escena y que le acompañó a los coros en todas y cada una de las tonadas que sonaron.
Aunque el sonido inicial estaba algo por debajo de su habitual lo-fi, la mejora en vivo de ‘Hasta que llegue la muerte’ y ‘Ya no hay verano’, con respecto a las versiones de su homónimo primer y pandémico EP (2020) era notable. Más ricas en matices, arreglos más realistas y un resultado más maduro.
Pocos minutos antes habían arrancado con ‘Como todo el mundo’, cierre de El arte de morir muy despacio (2022), su primer larga duración, dejando claro que el ritmo y la intensidad del concierto iba a ser alto y con pocos respiros. Incluir ‘Gasolina y Mechero’, propulsora de cuerpos hacia el aire, en ese cuarteto inicial, fue otra prueba más de sus intenciones.
En abril tocarán en varias localidades de EE.UU., incluido el cuasi mítico festival de Coachela, lo que explica que hayan apostado a lo grande y, sobre las tablas, ahora viéramos por primera vez un quinteto en lugar de un trío. Una banda más robusta en la que el prominente bajo mantenía el protagonismo y la guitarra solista, unas veces con punteos rabiosos y otras con acordes arpegiados, marcaba el tono y la atmósfera.
Todo sonaba más auténtico y fuerte. La batería replicaba a la perfección los diabólicos ritmos electrónicos originales tras, como nos advirtieron, un encierro de dos meses ensayando. Y, aparentemente, no falló una nota. Sí lo hizo la guitarra de su líder en el inicio fallido de ‘Bienvenido al caos’, pero poco importó: el segundo intento nos hizo olvidarlo a los pocos segundos.
Aunque en su carta a la soledad canta que siempre llora en su cumpleaños (‘La abrazo con fuerza’); pese a que bajo esa gorra y dentro de esos pantalones anchos proyecte una imagen de timidez acorde con sus escritos; bajo su piel se esconde un guerrero y un auténtico animal escénico que se libera frente al público. Canta y recita a pleno pulmón elevando el tono y contagiando al público con la facilidad que le proporciona su insospechado carisma. Por eso le cantamos feliz cumpleaños y el lo celebró sin lágrimas, entre el público, entre saltos, danzas y cánticos entre las sombras.
Podemos admitir que la fórmula de su propuesta es, a veces, algo repetitiva. Sin menoscabo de su atractivo, algunos temas suenan muy parecidos. Pero es justo reconocer que, el orden de la secuencia y la intensidad interpretativa le daban un aire distinto a cada uno.
Alargó su actuación durante casi hora y media, estirando el setlist hasta el punto de repetir lo cantado en los primeros compases, pero el público reaccionó de forma aún más visceral que en la primera escucha y, si se lo hubieran preguntado, habrían votado por una tercera.
Porque sus conciertos son arenas movedizas en las que entras y no sales. Cuanto más te mueves, más te atrapan. Y nos movimos mucho porque, en realidad, no queríamos salir.
Fotos: Josué Manzano y Yago Hernández
Yago Hernández
Redacción