Monteperdido

 

El festival madrileño volvió en este 2023 a su hábitat natural, el parque Enrique Tierno Galván, recuperando el gran ambiente de ediciones anteriores, y volviendo a triunfar como un festival diferencial, en cuanto a público, comodidad, logística y música en directo

Nunca un festival estuvo tan unido a una ubicación como Tomavistas. O puede que sí, y que cada uno de los festivales a los que tanto cariño tenemos estén indisociablemente unidos a un recinto y lugar concreto, pero después de esta edición, me apostaría una caña a que el Tomavistas encabeza esta ficticia y obvia clasificación.

Confieso que era uno de los escépticos que se acercaron al Tierno Galván barruntando sobre un cartel más flojo que en ediciones anteriores, confiando en la esperanza de que la nostalgia de años pasados supliera unos horarios ciertamente delicados en esta época del año, y confieso también que acabo el fin de semana con una sonrisa de oreja a oreja, provocada principalmente por la atmósfera creada gracias a la combinación de un espacio fantástico para la realización de conciertos y la dedicación cariño y trabajo de un festival que sabe cuidar a su gente.

Una gente con la que te encuentras a cada paso: amigos que localizas con facilidad con tan solo una llamada y una mano alzada, colegas que no sabías que pasarían por allí, conocidos del ‘sector’ que te saludan con amabilidad y alegría, familias -con hijos que pisaban por primera vez el festival-, artistas modestos que se mezclan con la muchedumbre o mentores académicos convertidos en compañeros de algún que otro viaje.  En Tomavistas hay sitio para todas.

No por todo ello, debemos olvidar los peros de este año, que aun siendo pocos, podrían ser mejorables: el primero, como decíamos, tiene que ver con un cartel inferior a otras ediciones. Entiendo que la organización, como la de cualquier otro festival peleará cada año para que le salgan las cuentas entre patrocinadores, asistentes y cachés de artistas, para así poder presentar un elenco acorde a las expectativas de un público muy bien acostumbrado al buen gusto de la programación de Tomavistas, prácticamente desde su inicio, pero que desafortunadamente se ha quedado lejos del de otras ocasiones en cuanto a calidad y, seguramente, cantidad.

Con esto no estoy calificando negativamente a ninguno de los artistas presentes en la edición de 2023; de hecho, la sobresaliente actuación de la práctica totalidad de los mismos a lo largo de todo el fin de semana ha añadido un plus a la nota final al festival, pero creo que es natural pensar en los carteles de años anteriores y comparar nombres, sobre todo en lo que a cabezas de cartel se refiere. ¿Ajustes de cuentas? ¿Cambio de paradigma? ¿Nuevo enfoque económico o artístico? Cada uno que saque sus conclusiones.

El segundo parece aún más fuera de control del propio festival. Y es que la unión entre el cambio de fecha del festival, a finales de junio, con la propuesta horaria de los conciertos generó momentos incómodos y angustiosos para disfrutar de actuaciones bajo el sol madrileño, que superaba los 30 grados en las jornadas del viernes y el sábado. Sí es verdad que el Tomavistas nunca se caracterizó por ser un festival trasnochador y siempre ha contado con buenas propuestas en horarios vespertinos, pero en esta ocasión la realidad era cristalina como el cielo azul de la capital en esos días: horarios de tarde y apenas un par de conciertos de noche, donde los primeros espadas asomaban a las 19:00 horas, y el último artista en desfilar echaba el cierre a la 1 de la mañana.

Amoldados a estos horarios y con el gesto algo torcido, al menos en mi caso, alcanzamos a disfrutar prácticamente todos los conciertos disponibles -al margen de los solapes-, que comenzaron el jueves con los jóvenes Menta desplegando su pop de guitarras enmarañadas, a los que sucedieron Shego, otro de los grupos nacionales del momento, que tuvieron el honor de estrenar el nuevo escenario 2 -incrustado perpendicularmente en la parte derecha de la grada del auditorio-, donde ofrecieron un notable concierto cargado de desparpajo, empoderamiento, guitarras, letras afiladas y un estilo ciertamente alejado de sus coetánexs.

Tras ellas, Niña Polaca inauguraron el escenario principal, con una demostración de poderío representado más en su público que en su música. La banda madrileña defendió muy correctamente un repertorio que los llevará a La Riviera a finales de año, pero que sigue sin agarrarte y estrujarte el corazón, al menos a mí.

Los que sí suelen hacerlo, a pesar de moverse en una liga menos masiva, son Depresión Sonora. Post punk, bases electrónicas y lo-fi aderezado con las abrumadoras e intensas letras de un Marcos Crespo que interpreta cada una de sus canciones con la insolencia de un chaval de su edad, y la sobriedad de un intérprete en su máxima maduración.

Siguiendo con el rebote entre el escenario 1 y 2, llegaba el turno de unas Ginebras que han pasado de inaugurar festivales en horarios intempestivos a encabezarlos en apenas dos años y una pandemia. Con una fórmula de pop simplón y letras que conectan con una generación joven pero adulta – ¿podríamos decir millenials de cierta edad? -, las valencianas se metieron al público del Tomavistas en el bolsillo de principio a fin.

Con Carlangas despedimos el jueves, y menuda despedida. Si el reencuentro con Tomavistas nos había dejado buen sabor de boca, con el gallego, la valoración rozó cuanto menos el sobresaliente, gracias a un concierto repleto de ritmo, cumbia, funk y rock, donde alternó con maestría los mejores cortes de nuevo disco -al que algunos aún tenemos que darle una vuelta- con los mejores pelotazos de Novedades Carminha, todo ello de la mano de una bandaza como Mundo Prestigio que sonó precisa, deliciosa y punzante durante toda la actuación.

Parquesvr, con su asombrosa facilidad para confeccionar temas cargados de sorna, acidez y costumbrismo, dieron el pistoletazo de salida a la jornada del viernes en el siempre acogedor escenario 3, donde a pesar del calor imperante se agolparon varios cientos de personas para degustar un sonido eclipsado de alguna manera por la actuación y “cante” del bueno de Javi Ferrara. Perro volvía a Tomavistas, y parecía que nada había cambiado para los murcianos, para bien o para mal, siempre es un gusto disfrutar de su punk rock de provincia, sus mensajes mordaces y su particular liturgia sobre el escenario donde lucían dos baterías sonando al unísono durante gran parte del bolo.

Así llegamos al escenario principal, donde Triángulo de Amor Bizarro se encargaba de presentar su nuevo álbum, ‘Sed,’ lanzado ese mismo día, generando su habitual y arrolladora atmósfera sonora de la que todo el respetable se contagiaba. Alternando nuevos cortes con grandes clásicos de la banda, el concierto adoleció de un mejor sonido vocal o cierta nitidez en función de tu posición en la pista, una lástima para los que disfrutamos de ellos en cada gira, y sobre todo en cada sala.

Entre tanto, Mujeres se adueñaban del escenario 2, que, si bien pareció un gran acierto durante el jueves, el significativo aumento de asistentes durante el fin de semana, le hizo perder valor en cuanto a posición, aforo y sonido. A pesar de ello, los barceloneses nos regalaron otro de sus arrolladores directos, en los que un fiel y entregado público no dejó de bailar, agitar y gritar cada uno de los temas de la banda, incluidas las colaboraciones con Cariño y Ariadna de Punsetes.

The Vaccines consiguió encajar a la perfección su indie rock clásico en una programación en la que a priori parecían metidos con calzador, callando bocas como la de un servidor, en un concierto infalible, donde no faltaron ninguno de los éxitos que la gente esperaba mientras caía la noche madrileña. Con ella ya instalada sobre el Tierno Galván, los franceses La Femme consiguieron enganchar a duras penas durante la segunda parte de su concierto a un público que se acercaba a cenar y recargar su bebida en unas barras que funcionaron a las mil maravillas durante los tres días.

La noche la remató con su siempre efectista show, La Casa Azul. Milkiway y compañía hicieron bailar a todo el festival, con su clásico synthpop, cargado de aromas disco y ramalazos funk, con un repertorio lleno de clásicos y temas del gusto de su amplio séquito, que por momentos se confundía con el público general que parecía sediento de más conciertos teniendo en cuenta la hora de cierre. Un concierto más que correcto, pero que puedo colocar en mi tibio estante de actuaciones.

Después de dos largas jornadas, el sábado Tomavistas nos retaba con una jornada matutina donde alcanzamos a ver a una clásica como La Bien Querida, en un ambiente idóneo para la ocasión -dejando a un lado los 35 grados centígrados-, y donde la bilbaína se desenvolvió a la perfección, acompañada con la dulzura de su melódica y tradicional banda.

La Paloma, subrayados con fuerza como una de las bandas a perseguir en los carteles de este año, dejó claro que no estaba para nada equivocado. Bajo un sol de justicia a las 4 de la tarde, los madrileños interpretaron gran parte de su disco debut, Todavía no, y de su primer EP, con un sonido gratamente fiel para los que añorábamos los aromas rock envueltos en rabosa actualidad. A ellos les sucedieron Allah-las en un escenario principal donde el público trataba de agolparse bajo la poca sombra que se generaba, en uno de los conciertos más deslucidos del festival, pero en el que la banda angelina ejecutó con la clase y tesón que acostumbran un repertorio exquisito, plagado de su pausada psicodelia y trazas de indie surf.

Y es que el sábado dio mucho de sí, con una ruta recurrente que nos conducía de una zona a otra del recinto -que fantasía contar con solo dos zonas en un festival-, donde alternábamos los reconocidos y ya grandes nombres del festival, como Cala Vento o Los Punsetes, con pequeñas bandas en proceso de consagrarse, como es el caso de Margarita Quebrada. La banda valenciana reventó el tercer escenario de Tomavistas, con uno de los espectáculos del fin de semana: post punk, oscuridad, electrónica, sintes y una puesta en escena arrolladora, donde su vocalista, Nacho López, reinterpreta cada uno de sus yoes galopando a lomos del autotune y el urbano, mientras se acurruca en textos frágiles pero violentos encarnados en cada uno de sus temas.

Recuperados de este quiebro emocional, nos subimos sin pensarlo a la velocidad que nos propone Cala Vento desde su llegada a nuestras vidas. Con un rodaje desorbitado, el power dúo catalán demostraron estar subidos en una rueda de la que difícilmente les bajarán, y donde cualquier concierto, aun no siendo el mejor que le recordamos por estos lares, queda enmarcado con sobresaliente en la pared de cualquiera de nuestros cuartos: pegada, brillantez, himnos coreables y cercanía con un público independiente cada vez más amplio.

El turno de Los Punsetes en el 2 fue menos disfrutable que en otras ocasiones, al menos para mí, por el fenómeno que comentábamos antes con este escenario y la cierta desconexión sufrida si no te situabas cerca -y pronto- al comenzar el concierto. No por ello dejó de ser otro gran concierto del quinteto madrileño, que intercaló canciones de su último álbum con otros de sus éxitos interpretados por una impertérrita Ariadna, vestida de ¿fallera?

La divertida, frenética y por momentos demencial propuesta de La Élite fue danzada y vociferada por una destacada multitud que se refugiaba en electro punk de los catalanes, mientras Lady Tron cerraba con cierta indiferencia el escenario 2, al igual que la noche anterior sucedió con La Femme, en dos de los pocos pinchazos que se dieron en esta edición.

Con las fuerzas escaseando, y tras tres días de maratón conciertil, alargué mi estancia en aquel maravillo espacio para despedirme como se merecía de una nueva edición de Tomavistas. Lo que nunca hubiera imaginado es que en esa ceremonia de despedida se convirtiera en uno de mejores conciertos que recuerdo de Metronomy, donde el sintetizador de Oscar Cash nos hizo desgastar la suela de nuestros zapatos cuando apenas quedaba combustible de ningún tipo en nuestro cuerpo, acompañado, como no podía ser de otra manera, de una banda en estado de gracia: ritmo, repertorio, entrega y un sonido compactado -en el mejor sentido de la palabra- que me arriesgaría a decir que no se llegó a apreciar en el escenario principal durante todo el festival.

Noticias relacionadas:

El mató a un policía motorizado y Cala Vento invocan el espíritu Tomavistas (2022)

Tomavistas 2022. Siempre nos quedará Madrid

Rufus T Firefly y Maika Makovski agrandan el “pequeño” Tomavistas (2021)

El Festival Tomavistas 2019 cumple y arrasa con las expectativas

Cuarta edición del Festival Tomavistas: la reunión del indie

Iñaki Molinos

Iñaki Molinos

Redacción

Fotos @adrianyrphoto para Tomavistas

Fotos @adrianyrphoto para Tomavistas