El peculiar artista cántabro ofreció el pasado jueves un sobresaliente y singular concierto en la primera de las dos citas programadas para celebrar el aniversario de su primer disco, Camino ácido (2014), en la sala Galileo Galilei de Madrid
Es posible que durante estos diez últimos años nos hayamos acostumbrado a ver en el circuito de conciertos y festivales con asiduidad al bueno de Ángel Stanich subido sobre el escenario, o facturando con “facilidad” un importante repertorio de canciones en sus variados y numerosos álbumes y EP´s, pero que no se nos olvide que el protagonista de estas líneas no deja de ser un rara avis en el actual panorama musical nacional.
Escondiéndose bajo un atuendo más cercano al rock de autor (Antigua y barbuda, 2017), al pop vigoroso de guitarras (Polvo de Battiato, 2021), o incrustado casi de rebote en el manido indie-mainstream patrio –aún sigo dándole vueltas a su éxito en estas esferas, y mira que me alegro-, lo cierto es que el origen de toda esta historia es todavía más inconcebible, y es aquí donde nos llevó Stanich y su fantástica banda en un insólito viaje en el tiempo con destino a 2014 y su seminal Camino ácido.
Insólito porque en los tiempos que corren no faltan las ofertas de conciertos con la excusa de celebrar el aniversario de un primer, segundo o fastuoso y exitoso disco y, entre estas celebraciones, las hay buenas, regulares y malas; pero no recuerdo una tan pertinente como la del pasado jueves en la sala Galileo, que también cumplió con creces con el papel que se le había otorgado en tan solemne función.
Y es que lo maravilloso del asunto residió en el buen hacer a la hora de estructurar un concierto que rozó las dos horas de duración, y donde no sonaron canciones posteriores a ese 2014 en el que Stanich asomó la cabeza y empezó a hacerse notar entre el “gran público”.
Gracias a un estilo musical y personal que hace de su despegue artístico un hito más meritorio si cabe, retomando aquí lo inconcebible que citaba hace unas líneas: una mezcla de trovador y ermitaño con su guitarra a cuestas, que a ratos te recuerda al Dylan de los 60, entremezclándose con altas dosis de sarcasmo, sátira y pasajes berlanguianos de sus letras; una voz caricaturesca, quebrada pero poderosa, que finalmente viene acompañada por un aroma folk, polvoriento y fronterizo en sus armonías totalmente contrapuesto a lo que podríamos entender como accesible, comestible o de gusto comercial para los oídos de las multitudes. ¿Quién coño decidió fichar a este tío para Warner? No lo sé, pero siempre estaré eternamente agradecido.
Con este panorama, Stanich arrancó su masterclass en solitario sobre las tablas interpretando los primeros acordes de ‘Amanecer caníbal’, mientras el resto de su excelsa banda se fue sumando a la liturgia que se prolongó durante toda la velada.
Acompañados de un sonido que se convirtió en perfecto en apenas dos canciones, se sucedieron temas oscuros como ‘Mojo’ que, aunque no forme parte del disco en cuestión, nos sirvió de pista para confirmar que no iba a ser un concierto al uso: canciones pertenecientes a una etapa primigenia que conforman una fotografía sonora común, en un orden personal pero conceptualmente notable.
La deliciosa ‘Miss trueno ‘89’, con aroma americana, fue la siguiente en sonar, antes de la fascinante espesura de ‘El cruce’ y la primera aparición de los Arizona Baby: Javier Vielba –productor del LP protagonista de la noche- y Guillermo Aragón que, a la guitarra y congas, amplificaron y potenciaron ‘Camino ácido’, justo antes de la huidiza y e íntima ‘La noche del coyote’.
A estas alturas de actuación ya nadie dudaba que no avanzaríamos más años en el tiempo y, a pesar de no ser el concierto más coreado de Stanich en los últimos tiempos, la fiel masa social que le acompaña en cada show mostró el respeto que se merece un evento de este calado, a pesar de las habituales e inevitables conversaciones que se diluían con el inicio de cada tema.
Temas que, si bien, adolecen, en ocasiones, de textos más afinados –o dicho de otra manera: han mejorado sustancialmente a lo largo de los años-, no necesitaban mucho más gracias a los ropajes melódicos de canciones como ‘Jesús Levitante’, grabada en acústico en su día, pero interpretada por la banda al completo en directo, ‘El menor’ o la versión del ‘Hey hey my my’ de Neil Young, que nunca fueron siquiera grabadas en el estudio.
Regalos de coleccionista, rarezas y un atracón final que se veía venir, y que fue estrechando el camino de la mano de la colosal ‘Carbura’, su corte más universal y con el que muchos conocieron al pequeño cantautor lisérgico, coreado hasta la extenuación por el respetable antes de retirarse por primera vez a los camerinos.
Tras su vuelta, una nueva sorpresa llegó con la interpretación de ‘CHEVY 57’, su último single, lanzado junto a _juno recientemente, pero compuesta y guardada en un cajón desde aquella hornada ácida de 2014. A continuación, volvieron de nuevo Vielba y Aragón para redondear una idea redonda y perfectamente ejecutada -con la dosis justa de nostalgia-, juntando la Stanich Band –Belters- original que tocó en ese mismo escenario 10 años atrás.
Así, sonaron la magistral ‘El outsider’, se alcanzó el clímax con ‘Mezcalito’ y al rock and roll de ‘Metralleta Joe’ se sumaron su actual formación y toda la sala para alcanzar el final de un camino décimo que quedará en la retina de todos como ejemplo de buenas prácticas en los conciertos aniversarios.
Chapó, una vez más, para Stanich y los suyos.
Iñaki Molinos
Redacción