Polémica en Madrid con el dúo, que terminó antes de tiempo su actuación, debido al lanzamiento de un pañuelo palestino
Eran, aproximadamente, las diez y veinte de la noche cuando, de repente, la pareja de Nottingham abandonaba el escenario sin despedirse y para no volver. En los mentideros del recinto, al llegar a él, corrían afirmaciones de que el concierto iba a durar solo 1h y se había superado; por ello, pasada una cierta sorpresa inicial, la reacción del respetable, al menos en la mitad de atrás, fue la de asumirlo con naturalidad.
Pero el público proveniente de la parte más cercana al escenario salía con cara de indignación y pronto se supo que se habían retirado por un berrinche tras caer sobre las tablas el símbolo palestino dos veces y haberlo advertido en la primera.
Siendo una banda especialmente reivindicativa, que hace gala constantemente de su conciencia social y de clase, quizá pueda sorprender un tanto que optaran por la equidistancia. Lo cierto es que tampoco sabemos de sus lazos, relaciones personales o situación que les empuje a mantener esa posición.
En todo caso, tienen todo el derecho del mundo a mantener sus actuaciones libres de manifestaciones políticas, pero, en tal caso, su deber es actuar como profesionales, ignorar el lanzamiento de un objeto inocuo y continuar con su actuación de forma normal. En su lugar optaron por marcharse de un lugar en el que, en realidad, nunca se habían presentado.
Porque lo que se veía desde la platea no era la actuación en vivo de un grupo musical: Andrew Fearn solo se acercó al ordenador para hacer clic en el botón de play y soltar todos sus sonidos tal y como estaban grabados, sin mezcla alguna en directo, mientras bailaba pegado a su compañero Jason Williams que, al menos, sí desgranó su spoken word en el micrófono.
Si Fearn se acercó una segunda vez a su instrumento para acabar con todo o no, es algo que no se sabe porque hacía mucho que habían perdido la atención de gran parte de los asistentes, que, desde el inicio, charlaban distribuidos por la sala como en un bar de copas sin DJ. Desde luego, esa propuesta sin un solo añadido que diera algo de vida al espectáculo y la selección de un repertorio en el que costaba distinguir un tema de otro no funcionó en ningún momento, como es lógico.
La música en vivo emociona porque la interpretación en directo nos transmite y hace sentir cosas más allá de lo que ya nos llega al reproducirla por nuestra cuenta. Es un juego en el que conectas con el artista porque te hacen sentir parte de su arte. Con su feo gesto, los británicos consiguieron enfadarnos, pero, sin él, nos hubiéramos olvidado de ellos al salir por la puerta de la sala.
Yago Hernández
Redacción