Foto: Josué Manzano
Las argentinas cautivaron al público con un viaje musical que va más allá de las fronteras geográficas
Allá, en la lejanía de Tierra del Fuego (cuya visita recomiendo vivamente a quien tenga la oportunidad), se encuentra Ushuaia, fundada a finales del s. XIX, que ostentó el título de ‘ciudad más austral’ del mundo hasta que esta denominación pasó a manos de la chilena Puerto Williams, fundada medio siglo después, más pequeña, pero situada 40 Km más al sur.
Ushuaia debió conformarse con el de ciudad del “fin del mundo”, origen real del nombre de esta maravillosa banda argentina que, como ellas mismas reconocen, “se resignificó” a partir de la pandemia.
Son autoras de un debut de enorme calado, el flamante ‘Todo va hacia el mar’ (que, a su vez, es literalmente la suma de los dos EPs anteriormente publicados por el cuarteto), una colección de 8 canciones preciosas que visten lo mejor del post punk y shoegaze, y coquetean de forma descarada con el post rock.
De esta guisa se presentaron la noche del miércoles en la sala Moby Dick de Madrid, uno de los mejores emplazamientos de la capital para ver conciertos en distancia corta, en lo que ha sido su deslumbrante estreno en el viejo continente. Las precedieron Veracrvz, banda española de corte noventero que nace de otras, mezclando veteranía y juventud, que supieron preparar el terreno para el debut de las argentinas en este lado del charco.
“Es que abrí la ventana hace un momento
Y en las alas finísimas del viento
Me ha traído su sol la primavera”
Estos versos, pertenecientes a ‘Hacia los bosques’, son los únicos que tiene la canción con la que Fin del Mundo abrieron fuego, y resumen a la perfección la propuesta de la banda: mensajes cortos, directos y sugerentes, envueltos en una densa capa instrumental que evocan los paisajes del sur de la Patagonia. Al menos, es inevitable sentirlo así; acaso sugestionados por la magia del nombre y del origen.
Su directo tiene fuerza y tocan con una maestría impropia de la juventud de sus integrantes: la sección rítmica, perfectamente engrasada, sostiene todo el armazón. El bajo marca la línea y el tono oscuro de las canciones. Sus cuerdas son los raíles sobre los que circula el tren de las Stratocaster, que suenan nítidas y crecen al albor de unos efectos perfectamente medidos, añadidos y retirados a tiempo.
Tocado en otro orden y en vivo, el disco crece, como sucede con los buenos grupos. Añadieron, además, ‘Cuando todo termine’, tema inédito que encaja a la perfección y es epítome de su esencia: comienzos delicados que suben de intensidad y emociones opuestas que se encuentran en un oxímoron musical que aúna la ilusión de lo que está por llegar y la melancolía que exudan las texturas que construyen alrededor.
Y la mejor noticia es que, pese al título de la canción, todo está lejos de terminar. Como ellas mismas dicen, el fin del mundo es también el inicio y ha sido un orgullo poderlo compartir. Su obra seminal y la presentación en vivo quedará como uno de esos recuerdos mágicos en una ciudad que ya extraña sus notas y pide que nos volvamos a ver.
Yago Hernández
Redacción