La mítica banda de Boston ofreció en la Sala Paqui de Madrid un intimista concierto para el deleite de sus fieles y respetuosos seguidores, donde repasaron su extensísima colección de canciones.
Partiendo de esta base, y aun tratándose de un concierto sustancialmente diferente, de un grupo de los denominados de culto, elegido así por una cuantiosa horda de fieles que se comportó como hacía tiempo no veía ni sentía en una sala de Madrid, The Magnetic Fields ofrecieron un concierto notable, acorde al frio lunes de resaca en la capital que no pudo salvar ni un ranger vigilando las que un día fueran sus calles.
El quinteto comandado por su alma mater, Stephin Merrit, tomaban asiento con puntualidad para comenzar un concierto que, si bien sonó a las mil maravillas desde el primer acorde, pareció suspenderse sobre la eterna niebla que baña un valle del que nunca quisieron salir, obstinados en un repertorio que a sabiendas de no ser el más alegre de su generación, podía haberse negociado de manera más amable.
Y cuando digo amable, me refiero a accesible, me imagino fluidez, fantaseo con la energía y bailoteo sobre las melodías cadenciosas que nos ha regalado la banda durante sus más de 30 años de carrera. En esta ocasión, seguramente como siempre, optaron por la intimidad, calidez y oscuridad de una colección de canciones sobresalientes, con las que es difícil competir a pesar de mi crítica velada por la selección de las mismas.
A todo esto, cualquiera que estuviera en la Sala Paqui el pasado lunes, se estará rasgando las vestiduras, teniendo en cuenta la pasión –en este caso no desbordada- que ofrecía el unánime público, a través del silencio más absoluto en cada interpretación, para romper en un aplauso y griterío al cierre de los casi 30 temas que sonaron en directo durante su generosa actuación.
Un sonido fabuloso desde el inicio, basado en su set cuasi acústico habitual, donde demuestran con firmeza la calidad de una formación que se basta y se sobra con un par de guitarras, un ukelele, un chelo que hace las veces de contrabajo y un teclado con unas cuantas bases programadas de percusión.
En el primer tramo introductorio del show, donde la devoción del público anteriormente mencionaba, contrastaba con el frio carácter del peculiar líder de la formación, que se erigió como interlocutor oficial, anticipando con seriedad cada una de las canciones que procedían a tocar, primaron sobre todo cortes de su último disco, “Quickies”, y de su trabajo más alabado, “69 love songs”, protagonizados por la grave y cautivadora voz de Merrit como la delicadeza de ‘I don´t beleive in the sun’ o el contraste de ‘Come back to San Francisco’, primer cambio de ritmo –y casi último-, con Shirley Simms al micro.
Un setlit plagado de piezas aparentemente simples en lo musical, pero trascendentes en lo emocional, que siguieron sucediéndose para la algarabía de un público para el que parecían cumplirse todas sus expectativas. Gracias a temas recientes como ‘The day the politicians day’ o la salvajemente hermosa ‘The book of love’ acompañada por el silencio sepulcral del respetable y el “contrabajo” de Sam Davol.
Así, se sucedían las tonadas empapadas de aroma pop folk, y un ritmo denso de concierto que pareció disiparse con su obra maestra y un triplete formado por ‘Papa was a Rodeo’, ‘All my Little words’ y ‘The luckiest guy on the Lower East Side’, pero que rápidamente se tornó en espejismo para adentrarse en una bruma que alargó el letargo hasta el final de un bolo que concluyó, tras un brevísimo bis, con la divertida concesión de ‘A chiken with its head cut off’ y el cierre definitivo de ‘It´s only time’, resumiendo a la perfección la noche de The magnetic fields: belleza, maestría y “puretanismo” para terminar de derribarte un triste lunes de noviembre en Madrid.
Iñaki Molinos
Redacción