La banda demostró su consistencia en un concierto sin mácula y sin momentos destacados en su actuación en Madrid

Hablar de Teenage Fanclub es hacerlo de uno de esos clásicos dentro de la esfera indie. El típico grupo que, sin haber destacado en exceso, goza de gran reconocimiento y predicamento en tanto que son una referencia de calidad.

No en vano, su trayectoria se extiende por encima de las 3 décadas en las que los escoceses, desde su álbum debut ‘A Catholic Education’ (1990, un año después de su formación) ya mostraban ese característico sonido que combina armonías brillantes con esas guitarras prominentes y distorsión contenida, que conforman unas melodías impregnadas de delicadeza.

Ahora se han embarcado en una gira que les está llevando en este mes por gran parte de nuestra geografía, ofreciendo hasta nueve conciertos en las ciudades de Murcia, Granada, Madrid, Gijón, Ferrol, Alcúdia (Mallorca), San Sebastián, Valencia y Barcelona.

La excusa para la gira es el reciente lanzamiento de su último álbum, ‘Nothing Lasts Forever’, ensalzado por gran parte de la crítica, aunque apenas destaque (ni en sentido positivo ni en el negativo) dentro de la discografía de una banda que, si bien es un valor seguro, les cuesta salirse del guion.

Y el guion escogido ahora, según reconoce el propio Norman Blake, único miembro original junto a Raymond McGinley, es el de grabar y girar de forma continua, para no dejar de hacer nada.

El formato escogido no es el más común en los conciertos de rock: recintos de aforo limitado con el público sentado, requisitos ambos que reúne el Teatro Albéniz de Madrid, adonde nos acercamos en la noche del pasado martes para verlos y escucharlos.

A las nueve y media de la noche, con exquisita puntualidad y sin grandes alharacas, aparecieron sobre un sobrio escenario y dieron comienzo al recital con ‘Home’, de su penúltimo disco ‘Endless arcade’, en el que destaca el enorme solo que recrean a la perfección.

Aunque algunos preferimos ver un concierto de pie, una de las bondades que tienen los teatros, además de la visibilidad del escenario, es una acústica perfecta (o casi) que permite percibir matices y en los que, las baterías y bajos (y en las buenas bandas son dos instrumentos relevantes) suenan esplendorosos.

No fue el caso en esta ocasión ya que, el sonido, sin ser malo, quedaba lejos de estas expectativas, no era tan limpio como se esperaba: en los momentos de guitarras más pesadas así como en aquellos en que las voces de Mark y Raymond se solapan (las famosas armonías que hemos comentado en los primeros párrafos) apenas se escuchaban los vientos o teclados, y el conjunto llegaba a nuestros oídos con algo de saturación. Al menos, así era en las alturas del anfiteatro.

El grupo demostró solidez y consistencia a lo largo de los 19 temas que tocaron (un tercio de ellos centrados en su flamante obra) en los que, de vez en cuando, incrustaban algunos de sus legendarios ’Bandwagonesque’ y ‘Grand Prix’, muy celebrados por el público.

Fue muy inteligente introducir ‘About you’, del primero, al principio y cerrar el setlist principal con ‘The concept’, del segundo. Y no digamos, el broche final con ‘Everything flows’, su primer  single, de 1990 que el respetable, lejos de una patulea, celebró con efusividad y permitió una salida con buenas sensaciones y sonrisa en la cara.

Pero, tras solo 90 minutos, la sensación era la de haber asistido a un buen concierto que, sin embargo, no dejará excesiva huella en la memoria. Un ejercicio de profesionalidad y un rato agradable escuchando buena música, de un buen grupo, pero uno espera algo más de una experiencia en directo, más aún en estos días, al precio que nos la sirven (aunque, en este caso particular, no era un disparate).

Yago Hernández

Yago Hernández

Redacción