La banda ofreció un concierto lleno de energía, positivismo y buenas canciones

En los albores del presente siglo, en una década de gran fertilidad que revitalizó el panorama musical, se formaba en Estocolmo un quinteto, Shout Out Louds, que publicaba su primer disco en 2003 en Escandinavia y aún tardaría un par de años en lanzarse en el resto del mundo.

En esa gira de presentación, que algunos tuvimos la suerte de disfrutar en la sala Moby Dick de Madrid, nos sorprendió con su alegre indie-rock de melodías pegadizas y una contagiosa energía positiva que dejó una impronta de optimismo grabada en nuestra memoria melómana.

Dos décadas y 6 álbumes de estudio después (el último de ellos, ‘House’, publicado el pasado año) poco ha cambiado en una banda que, incluso, mantiene su formación original y continúa transmitiendo un incansable espíritu alegre, que no debería ocultar un enorme talento para hacer lo importante: buenas canciones.

Conviene señalar este aspecto porque quizá estemos ante uno de esos grupos infravalorados: el típico que todo el mundo recuerda con una sonrisa y un reconocimiento de que estaban bien, sin darles mayor importancia, sin apreciar en su debida medida la elegancia de su línea de bajo, de la voz o sus guitarras.

Pero eso tiene sus ventajas, como la posibilidad de verlos en una sala pequeña (aunque, desgraciadamente, el sonido en el Independance Club no es el mejor), y por un precio más que razonable; una auténtica rareza en estos días. La sala, por cierto, estaba prácticamente llena.

Arrancaron la velada defendiendo su último trabajo con ‘My companion’, canción de tempo ligeramente acelerado e intensidad creciente, de esas que escuchas estáticamente y terminas bailando de forma contenida pero animada. En una pirueta temporal, miran hacia el pasado y rescatan ‘Very loud’, de su álbum seminal; la primera de las canciones cuyo estribillo se corea entre la audiencia, que ya da los primeros saltos.

Iniciaron así un recorrido por toda su discografía, con parada especial en el magnífico ‘Your ill wills’ (2007), disco del que tocaron la mitad, y demostraron el buen funcionamiento de esa fórmula que combina un sonido limpio (aunque la sala dificultara la inteligibilidad de las letras y propiciara que los teclados quedaran un tanto canibalizados), con unas canciones de velocidad cambiante y estribillos que conectan con los que lo escuchan.

Eso sí, lamentablemente, siempre hay quien no lo hace. Incluso en conciertos pequeños en recintos cerrados. Esa gente que paga entradas para ponerse a “cascar” con el de al lado en lugar de disfrutar y, sobre todo, dejar que otros lo hagan. Es obvio que un concierto de rock no es una obra de teatro y es absurdo pretender escucharlo en recatado silencio. Tampoco es recomendable. Comentar es parte del disfrute, pero hablar sin parar es una falta de respeto al artista y al resto de asistentes.

Afortunadamente, los suecos tienen canciones a prueba de sabotajes. Así, a mitad de recital llegó ‘Impossible’, sin duda el epítome. Casi un himno de culto. Una de esas canciones de cantar, bailar y dibujar una sonrisa en el rostro más mustio. Una de esas que te obligan a cerrar la boca y mirar al escenario.

La fiesta continuó y la entrega del respetable era total cuando llegaron las celebradísimas ‘The comeback’ y ‘Please, please, please’, también pertenecientes a su debut, con las que cerraron el setlist principal.

Volvieron para deleitarnos con otras 3 canciones, culminando la actuación con un ejercicio mesiánico de su vocalista, Adam Olenius, paseando entre los presentes mientras cantaba la que tiene el título más apropiado para una despedida: ‘Tonight I have to leave it’.

Una vez más, se fueron dejando un gran sabor de boca y la sensación de solidez de un grupo con grandes canciones y una facilidad descomunal para hacer que, aunque sea durante 90 minutos, seas un poco feliz.

Yago Hernández

Yago Hernández

Redacción