La banda ofreció un buen concierto que cumplió las expectativas, sin ofrecer momentos destacables
La Riviera es una de las salas más icónicas de la escena musical madrileña. Su interior alberga una larga historia de casi 60 años, siendo infinita la lista de artistas nacionales e internacionales que han tocado en su escenario, uno de los más altos y con mejor visibilidad de la ciudad… si no fuera por esa célebre palmera de su barra central.
El problema histórico que arrastra el recinto está, en realidad, relacionado con su acústica y algo de eso sucedió esta noche…
Hace un rato que los norteamericanos, con exquisita puntualidad, han saltado al ruedo, sonriendo al ritmo pregrabado de ‘Can you get to that’, de los míticos Funkadelic, perteneciente a su obra maestra ‘Maggot Brain’. Algo que desconcierta, dado lo alejado que está de su estilo musical.
Sin mucha dilación, se ponen en marcha con dos canciones de su álbum ‘Infinite Arms’ (2010): la suave ‘For Annabelle’ y la veloz ‘NW. Ap’, ambas lastradas por los dichosos y frecuentes aprietos que los técnicos experimentan al intentar sonorizar la sala. El bajo, bastante distorsionado y a un volumen por encima de lo recomendable, casi tapa al resto de los instrumentos, resultando en un sonido desdibujado, opaco y algo estridente.
Afortunadamente, es un problema fugaz y todo parece acoplarse cuanto atacan su tercer tema, ‘Casual Party’, pero la conexión con el público, más allá de las primeras filas, es débil en estos primeros compases. Es domingo por la noche y se nota en el ambiente.
Pero llega ‘No One’s gonna love you’, de su maravilloso ‘Cease to begin’ (2007), al rescate, con esos punteos sureños tan característicos de la banda que la audiencia reconoce al instante y les hace reaccionar, entrando en una fase distinta, más dinámica y activa, en la que podemos escuchar canciones tan reconocibles como ‘Islands on the Coast’, ‘Is there a ghost’ y, entre medias, por fin, ‘Warning signs’, el tema que abre su último trabajo (‘Things are great’), que, en teoría, vienen a presentarnos hoy, aunque tiene poco protagonismo en el repertorio.
Ahora suena ‘The great salt lake’ y, de nuevo, caen en la monotonía. Se suceden varios temas que el público, más ocupado con sus cuitas que preocupado de escuchar, ignora, hasta que llega ‘Laredo’. Es la parte más cercana al country de su repertorio; la más anodina y menos diferencial.
Las guitarras ahora se aceleran y las cabezas se elevan. Tímidos movimientos de baile. Entran en escena unos acordes que les acercan al sonido de la escena Seattle en aquellos primeros años 90: ‘Cigarretes, wedding bands’, que más de uno ha intentado replicar al jugar al ‘Guitar Hero’, con un ritmo algo más lento y quizá algún tono por debajo de la original. Atacan ‘Wicked girl’ con el respetable totalmente entonado de nuevo.
Pero el espectáculo se encuentra ya en el tramo final y se acerca el momento de la desgarradora ‘The Funeral’, con la que todo empezó. Una canción muy por encima de su reconocimiento y notoriedad que, por sí sola, merece el pago de la entrada. De esas que te dejan la carne de gallina, como sucede hoy. Ellos lo saben; por eso hacen una pausa en mitad de la interpretación antes de rematarla por todo lo alto.
La larga espera desde que abandonan el escenario por primera vez diluye el efecto sobre el estado de ánimo. Además, tras el subidón anterior ¿qué se puede esperar en los bises? La duda la resuelve de forma muy original el quinteto versionando ‘Never tear us apart’, de los australianos INXS, antes de cerrar definitivamente esta faena de aliño con ‘The general specific’.
Band of Horses son una banda de Seattle (Washington, el estado más septentrional al oeste de los EE.UU.) con gusto e inclinación por la música del sur, de donde es originario su cantante, líder y único miembro con participación en toda su discografía. Esta disparidad geográfica se traduce en un grupo de rock alternativo con tintes, en ocasiones dominantes, de rock sureño.
Son un conjunto cuya canción más emblemática, de una belleza inconmensurable, fue su primer sencillo y todos sabemos lo difícil que es mantenerse tras alcanzar el cénit, más aún si esto sucede en los comienzos de tu carrera. Quizá que nunca fuera un hit como tal y que ellos hayan permanecido siempre en ese segundo círculo de notoriedad les ha permitido tener un público menos numeroso pero tremendamente fiel (en la Riviera no cabía un alfiler).
En los noventa minutos que duró esta última visita, nos ofrecieron un buen concierto, ideal para escuchar en una tarde dominical. Un recital que, sin dejar un gran poso ni grandes momentos para recordar, nos permitió acabar la semana satisfechos y a ellos irse a descansar de una gira que casi llegaba a su final.
Yago Hernández
Redacción