Los islandeses, que preparan nuevo trabajo, tocaron la fibra de los asistentes con un repertorio centrado en su etapa más reconocida
Nunca las etiquetas musicales se hicieron más inútiles a la hora de describir o encuadrar a una banda; el estéril debate, presente en los medios desde que arrancaran en los años 90, se podía escuchar en la propia pista del pabellón deportivo madrileño: post-rock, dream pop e, incluso, rock progresivo se encontraban dentro de los estilos mencionados más con ánimo de contrastar opiniones que de convencer en tanto que su propuesta tiene fácil encaje en un amplio abanico de géneros.
En cualquier caso, lo importante es que escuchar un disco de Sigur Rós es toda una experiencia sensorial que el trío islandés traslada a sus directos de forma literal y efectiva. Su música te envuelve y te penetra haciendo que tu mente se evada a un mundo particular. Se trata de escuchar y de sentir y, afortunadamente, eso entendieron las algo más de 4.000 personas que casi llenaban la pista del madrileño Wizink Center: las notas del “Untitled #1” con el que arrancaron produjeron un silencio casi sepulcral que se mantuvo durante todo el recital con las lógicas interrupciones en forma de aplausos y silbidos, no solo entre canción y canción, sino en los pasajes sonoros más intensos. Pocas ocasiones hay en las que se escuche a un grupo musical con tanto respeto.
La selección musical de esta gira consiste en un espectáculo divido en 2 partes con sendos setlist claramente diferenciados: uno protagonizado por los teclados y las melodías más suaves, con esos crescendos marca de la casa y esos momentos mágicos creados con los diferentes sonidos y arreglos fruto de la intensa experimentación de su trabajo en el estudio; el otro con una presencia mayor de las guitarras y las percusiones dotando a la segunda mitad del recital de mayor energía. En todo momento acompañados por la delicada voz de Jónsi y sus característicos falsetes, capaz de alcanzar unos tonos tan agudos que se integran con los sonidos salidos de los sintetizadores y samplers hasta mimetizarse por completo. Acaso sea junto a Thom Yorke, el intérprete de música moderna con mayor capacidad para utilizar su voz como un elemento más de la instrumentación musical. Además, también comparte con el británico su virtuosismo y capacidad multiinstrumental: verlo tocar la guitarra con un arco de violín es pura magia.
La primera parte del recital arrancó, por tanto, con su cuarto y crípticamente titulado trabajo, “()”, el de las canciones sin título, y que casi tocaron en su totalidad, hasta seis de sus ocho canciones. De hecho,“Untitled” #1, #2 y #3 fueron, en ese orden, las primeras que pudimos escuchar y que dejaron bien claro que todavía mantienen el nivel de excelencia al que nos tienen acostumbrados. Hubo espacio en esta primera parte para otros discos como “Ný batterí” (incluida la canción homónima), “Med sud i eyrum vid spilum endalaust” o “Ágaetis Byrjun”, el trabajo con el saltaron a la relativa fama de la que gozan en la actualidad; e, incluso, para presentarnos “Gold 2”, un avance de su próximo trabajo.
El inmaculado sonido entreverado con las abstractas e hipnóticas imágenes proyectadas dentro de un escenario exquisita y complejamente decorado, incluido el juego de luces ambientales, crearon una experiencia de una sensualidad arrebatadora.
Tras una pausa no excesivamente larga, pero necesaria para los cambios de los elementos escénicos, comenzó la segunda parte del show con Glósóli, de su celebradísimo “Takk”, su quinto trabajo y el que mayor protagonismo tuvo en esta fase (hasta 4 temas), en las que el repertorio seleccionado se sitúa un poquito más cerca de Mogwai que de Björk. Tras “Festival” (de su “Med Sub (…)” y “Kveikur”, la que daba título a su, hasta ahora, último trabajo oficial, alcanzaron el cénit con la octava canción sin título que cerraba “()” y también el recital de hoy, dejándonos en todo lo alto, impregnados de magia, sentido y sensibilidad.
Yago Hernández
Redacción