20.000 personas se reunieron en el recinto deportivo de Cantarranas para celebrar la música y despedir el verano festivalero de la capital
El festival Dcode nació en los albores de la anterior década y, en sus dos primeras ediciones, junio de 2011 y septiembre d e 2012, se celebraba durante dos días. Tras la frustración de no haber podido asistir a su eclosión, las fechas de celebración de su segunda edición coincidían con las que en esos años, por motivos laborales, solía disfrutar de sus vacaciones Mikel, festivalero y melómano con muchos conciertos a sus espaldas. Por, lamentablemente efímera, suerte, los astros se alinearon para cuadrar los días de asueto de forma que, adelantando un pelín el regreso, Mikel podría llegar a tiempo para disfrutar la segunda jornada, que estaba encabezada por, nada menos, The Killers y unos recién salidos del horno, pero pujantes, The Vaccines.
Nuestro musicómano amigo se levantó esa mañana con esa mezcla extraña que produce la despedida de un viaje con la excitación propia de la cercanía de esos hitos que marcamos en la agenda con un color destacado; sin embargo, no sabía nuestro amigo que, un rato más tarde, el mítico Murphy y la compañía aérea Alitalia unirían fuerzas de tal forma que un viaje con escala que comenzaba a las 9 de la mañana y debería haberlo dejado en Madrid poco después de la hora de la comida, se convirtió en un viacrucis con varias horas en los aeropuertos de Palermo y Roma. The Killers asomaban por el escenario principal al tiempo que el viajero cruzaba la salida del aeropuerto de Barajas. No fue hasta 2013, ya en su edición de un solo día, cuando se produjo el ansiado debut en este festival.
Unos cuantos años después, tras una larga pausa obligada por una pandemia mundial que afectó a la celebración de su décimo aniversario, el evento volvía a formar parte de la vida cultural madrileña, con un cartel de lo más completo.
El sábado amaneció soleado y nuestro amigo Mikel, animado, tomó una bicicleta de Bicimad y, tras atravesar el bacheado carril bici de los aledaños de la Universidad Complutense, pudo dejar el vehículo en una de las múltiples estaciones en las que todavía había muchas plazas disponibles (por la tarde, sería otra historia). La ubicación del festival era la de siempre, con la logística bien resuelta en términos de accesos; ciertamente, se podría pensar que en un evento que arranca de mañana y se celebra de forma continua es más sencillo porque la afluencia se concentra menos, pero las larguísimas colas de la tarde, que desmentían esta idea, apenas demoraban unos minutos para entrar, demostrando que había una buena organización.
El interior mantenía el doble escenario de ediciones pretéritas, pero mostraba algunos cambios y mejoras palpables: de entrada, una zona de restauración de notables dimensiones en comparación con otras ediciones y un cambio de emplazamiento del tercer escenario junto al parque infantil. Tan solo una pequeña pega: volvieron los tokens, un sistema que ya parecía superado en este tipo de eventos. Una incomodidad que se acentuaba con la incompresible restricción legal para adquirir bebidas más allá de las 2:30h de la mañana, con la última actuación aún en marcha…
Mikel, ya con su bebida en la mano, se acercó hacia el escenario principal, al cobijo de la sombra de las primeras filas y, unos minutos después, a media mañana (técnicamente a mediodía) el festival arrancó con la actuación de Xoel López reencarnado en Deluxe 14 años después en la capital, como ya hiciera el año pasado en el PortAmérica, donde también hizo un doblete, desdoblándose entre su propuesta más reciente y la que le convirtiera en un puntal del indie patrio en los inicios del siglo.
El gallego, que ya advirtió de que no disponía de tiempo ilimitado, realizó un corto recorrido nostálgico que no alcanzó a sus primeros discos, si exceptuamos la inevitable y célebre ‘Que no’, con la que cerró su actuación, curiosamente con una versión más propia de Xoel, con mayor protagonismo de la sección de viento frente a las guitarras. El, sorprendentemente, numeroso público presente a esa hora, cantó, saltó y disfrutó demostrando la añoranza (o, incluso, la vigencia) de ese repertorio.
Como suele ser habitual, casi de forma inmediata, las miradas y los pasos se dirigieron hacia el escenario contiguo donde las simpáticas y, al parecer, resacosas Ginebras descargaron sus acordes guitarreros, sin que se hicieran de rogar sus canciones más conocidas, las que las convierten en un metagrupo con referencias a sus ayer compañeros de cartel, Crystal Fighters, o al líder de Arctic Monkeys.
El sol del mediodía ya apretaba con fuerza cuando Fuel Fandango saltaron al escenario y pusieron a la audiencia a bailar y sudar marcando un ritmo al que Delaporte dieron continuidad.
Momento para tomarse un pequeño descanso y alimentarse, escuchar a Thomas Headon de fondo y aguantar que algún amigo le reproche no haberse pasado por ese tercer y escondido escenario a escuchar propuestas más intimistas y emergentes como la de St. Woods. Maxïmo Park, uno de los representantes de la ola alternativa surgida en la primera década de este siglo, salieron después al escenario derrochando una contagiosa energía juvenil. El público tenía ganas de cantar y así lo hicieron con algunas de las canciones de Shinova, la actuación que precedió Carlos Sadness.
Era un calentamiento para lo que venía detrás: los murcianos Viva Suecia, ya consolidados en los estratos superiores del indie patrio, demostraron que su crecimiento no tiene límites, que su directo tiene fuerza y garra, y que saben aprovechar las oportunidades. Sin tregua, sin pausas, sin bajadas de ritmo y con una energía desbordante: como muestra, su guitarrista, Alberto Cantúa, recorre kilómetros a lo largo del escenario en un ejercicio que trajo a la mente de Mikel otras referencias como Simon Gallup, bajista de The Cure o el satánico Mick Jagger.
Despidieron oficialmente ‘El Milagro’, su último disco, a la par que daban la bienvenida al nuevo, combinando ‘Algunos tenemos fe’ o ‘Justo cuando el mundo apriete’. Mikel y miles de voces (hasta 20.000 espectadores tuvo el Dcode y el de los murcianos fue el concierto más multitudinario) cantaron todas y cada una de ellas.
A continuación, Xoel López, en su versión homónima, demostró que está en un momento ideal de forma pese a que, inevitablemente, el ritmo y la efervescencia bajaron un poco. Algunos amigos de Mikel opinaban que quizá el repertorio de Deluxe es más nocturno y el de Xoel, diurno. En cualquier caso, el público presente parecía encantado escuchando canciones tan hermosas como ‘Tierra’ o ‘Lodo’.
Y tras la calma llegó la tempestad sueca y la rabia punk de las guitarras de los suecos The Hives, que impulsaron a la audiencia a saltar por lo que nuestro buen amigo Mikel tuvo que retirarse unas filas y ceder algo de espacio a piernas más juveniles. Si los nórdicos levantaron cuerpos del suelo, los británicos Years and Years hicieron lo propio con los párpados y cejas del respetable mediante un montaje y una puesta en escena tan sorprendente y divertida como estrambótica. Fue, quizá, el único momento de la jornada en el que la música pasó a un segundo plano. El relevo lo tomaron sus compatriotas The Kooks que arrancaron fuerte, desgranando sus canciones más pegadizas, como “Ooh La” y “Naive”, pero que fueron perdiendo fuerza conforme avanzaba su actuación.
La jornada la cerraron Crystal Fighters en un momento un tanto bizarro ya que la audiencia que no estaba en la zona frontal y cercana al escenario 2, así como la que se apresuró a obtener las últimas bebidas antes de que la “ley seca” entrara en vigor fue testigo del “efecto Tomavistas”, con un volumen muy por debajo de lo que se había escuchado durante todo el festival. Los comentarios de la gente centraban las críticas en las autoridades municipales más que en la Organización del festival.
Mikel apuró la última cerveza, hizo un gesto claro a sus amigos y todos emprendieron el camino de salida mientras sonaban las últimas notas. Su veredicto era firme: un sonido potente y nítido; una selección de artistas atractiva, variada y completa; y una organización impecable. Este Dcode, pese a ser el último de la temporada junto al Granada Sound, no solo les ha dado ganas de repetir sino que les ha dado ganas de más festivales… Habrá que matar el gusanillo en las salas de música, algo que tan necesario es para el sector.
Yago Hernández
Redacción