Contra todo pronóstico, hemos sobrevivido al Festival Cruïlla 2018, tres intensos días en los que dejamos fluir todos nuestros sentidos
Por Sonia Saez.
Familias enteras desde niños, padres a abuelos. Grupos de amigos con dresscode festivalero, pegatinas brillantes y calcomanías de colores. Verano, música heterogénea y, de fondo, expresiones artísticas por doquier y el mediterráneo. La novena edición del Festival Cruïlla empezó con un jueves discreto, solo un escenario activo y algún que otro espectáculo localizado de improviso por el recinto de la mano de Always drinking marching band y Rolling Vibes Collective, que animaron a los asistentes entre concierto y concierto con música, fuego y buen rollo.
Que el jueves fuera el día más ‘light’ no desprestigia el menú del día con el veterano Seasick Steve como entrante, el cabeza de cartel Jack White de plato principal, y Bunbury de postre; todos en el impresionante escenario Estrella Damm, decorado con motivos marinos, diseñado por el artista Lluís Danés.
Enrique Bunbury hizo un repaso por éxitos de toda su carrera, desde su nuevo disco «Expectativas», con «La actitud correcta», «Bandeja de plata» o «Cuna de Caín»; sin olvidarse de temas más antiguos dedicados a los más nostálgicos, como «Mar adentro», «El hombre delgado que no flaqueará jamás» o «Que tengas suertecita», pasando también por “canciones prehistóricas”, como él mismo bromeó, de la época de Héroes del silencio, hasta las más cabareteras.
De posado serio pero cercano y un respeto impresionante hacia el público, tanto al dirigirse al mismo como con su presencia corporal, Bunbury demostró con mucha confianza que el escenario es su ambiente natural, moviéndose como pez en el agua y regalándonos sus poses ya míticas.
El viernes del Cruïlla empezó con actuaciones de artistas locales como Joan Dausà, Blaumut o Joana Serrat, que nos regaló su voz suave en directo en el espacio más íntimo del festival, la Carpa Movistar.
Por su lado Joan Dausà, que nos tiene acostumbrados a conciertos poco multitudinarios y a menudo en espacios cerrados, se enfrentó a todo lo contrario de manera victoriosa.
La duración de las actuaciones está milimetrada, sobre todo en escenarios colindantes, pero en varios casos se ponían canciones previas al concierto que ensuciaban el espectáculo vecino. Esto pasó justo antes de la juerga montada por Pharrell Williams y sus colegas, conocidos como N.E.R.D., a lo que Joan Dausà decidió contraatacar con tres canciones a grito de “¿qué se han pensado estos guiris? ¡Que nos oigan!” a lo que todos aplaudimos, cantamos y gritamos como si fuéramos espartanos a punto de entrar en el campo de batalla.
Dando a elegir tema a sus soldados que aclaman el hit de la película “Barcelona, Nit d’estiu”: «Jo mai mai», a lo que él responde “esta ya no la hacemos” y empieza a tocar los acordes complaciéndonos. Tampoco faltó la versión friolera, B.S.O. de “Barcelona, Nit d’hivern”: «No vull anar a dormir», y su «La Gran Eufòria» acompañada de una lluvia de confeti.
Sin duda el gran descubrimiento de la noche fue LP: Laura Pergolizzi es mucho más que «Lost on you» y nos dejó a todos flipando no, lo siguiente. En su primera visita al Cruïlla, pandereta en mano, silbido potente y chorrazo de voz desgarradora, puso los pelos de punta hasta al apuntador con «Other people», «Up Against me», «When we’re high» o «Switchblade». Un directo exquisito, perfecto, de calidad suprema y desenfadado: tanto jugaba con una baqueta y los platillos del batería como con el público, que le hizo llegar un gorro y un globo, que subió al escenario y a cambio lanzó su armónica como recompensa.
Tan pronto te suelta unas notas graves como pasa a increíbles agudos, sin desafinar ni que le tiemble el pulso. LP consiguió hipnotizar a los presentes que sin pestañear quedamos inmersos en la melodía y letras profundamente emocionales e íntimas, hasta perdernos en ella.
Mientras tanto, Bugzy Malone hacía campana y Mi Capitán, ese delicioso smoothie de los mejores grupos nacionales, pero esta vez sin el aplaudido Ricky Falkner, dejó a los presentes en la carpa sin esperanzas ni medicación con «En la avenida», «Y sin embargo» o «La sed», entre otros temazos de la banda.
Otro resultado de la suma de grupos, Prophets Of Rage, lo dieron todo enfundados en sus camisetas del Barça y mensajes reivindicativos, no se olvidaron de incluir éxitos de sus bandas originales.
No nos faltó pista de baile para las «Luciernagas y mariposas» de Lori Meyers, que sacaron a relucir sus «Luces de neón» aunque «Siempre brilla el sol» cuando el «Corazón elocuente» mantiene una «Alta fidelidad» a «Mi realidad». En resumen, que los granadinos repasaron sus canciones más bailongas de sus 20 años de trayectoria.
La jornada la cerraron el reggae de Damian Marley, la fiesta discotequera de Kygo donde no faltaron versiones al más estilo «Sweet dreams» de los 80, Nudozurdo y los últimos supervivientes de la melancolía, mientras que La Pegatina lideraba una fiesta de pueblo masiva.
El sábado despertaba con un gentío impresionante y con la refrescante actuación de Elefantes, que agradecían poder formar parte de un festival en su ciudad con temas recientes como «Alma», de su nuevo disco “La primera luz del día”, o «Cada vez», sin olvidarse de los aclamados «Que yo no lo sabía» o «Azul». Después de confesar que “José Luis Perales mola mogollón”, Shuarma pidió al público que participara en el «Te quiero» del artista de Cuenca.
Un impecable directo que concluyó con «Mis sueños», una de las últimas canciones grabadas por los barceloneses con altas expectativas que no fueron frustradas, dado que el escenario Radio 3 enloqueció tal y como soñaron Elefantes en ese estudio de grabación.
¿Qué decir de David Byrne? Es un grande, ¡en mayúsculas! Puro espectáculo rítmico, ecléctico y coordinado. El ex Talking Heads demostró ser un gran showman: salió al estrado solo, sentado en una mesa con una maqueta de un cerebro en la mano mientras cantaba «Here». No tardaron en unirse unos coros increíbles a ritmo de «Lazy», un tándem Ying-Yang súper compenetrado, con una coreografía sincronizada a modo “soy una taza, una tetera” que ríete tu de los Locomía.
Una magnifica orquestra conjuntada con el mismo traje chaqueta que Byrne y el dúo de voces del coro apareció de detrás de una cortinilla metálica, de las que se ponen en las cocinas de las casas de pueblo. Percusión varia, guitarras y teclado, todo ello móvil para permitir al séquito unirse al tinglado montado y seguir los bailes imposibles a ritmo de otros temazos brutales como el mítico «Burning down the house» de su anterior banda.
Sin duda presenciamos toda una lección de vitalidad, optimismo y originalidad, un espectáculo de etiqueta altamente recomendable.
Albert Hammond Jr hizo saltar a los asistentes desde el minuto uno con canciones tan potentes como «DvsL», «Strangers», «Rocky’s late night» o «Everyone gets a star».
Dejando la conciencia en el escenario, el guitarrista de The Strokes tonteó varias veces acercándose al público hasta que se le fue la pinza completamente, saltó la valla que le separaba de la masa enloquecida y se unió a la fiesta más genuina, bailando como el que más, abrazado a sus nuevos colegas y acabando empapado de birra y sudor ajeno. Un absoluto ídolo, gurú de diversión inagotable.
Las mezclas imposibles y las versiones variopintas de The Roots propagaron el disfrute y provocaron que Ben Howard atrasara un poco su actuación en el escenario Timeout, probablemente por miedo al solape; pero quien debía ser temido era Izal.
El grupo petó literalmente el espacio Cruïlla enamora, no cabía un alfiler. Empalmaron canciones sin dejarnos respirar, encadenando presentaciones elocuentes con los títulos de las mismas, llevándonos a “un viaje a Copacabana, meternos en un agujero de gusano y trayendo magia y efectos especiales, pero antes ‘Pausa’ ”, soltó sin anestesia Mikel.
Arrancaron diciendo adiós al «Pánico práctico», un ‘Qué bien’ y un poco de «Autoterapia» para controlar el «Hambre» antes de la «Despedida» de «La mujer de verde».
El público disfrutó de principio a fin, siguiendo los códigos de silencio y tarareo de estribillos, pero fue menos efectivo que un Izal en pequeño formato. Ellos mismos aprovecharon la ocasión para recordar sus conciertos en salas de limitado alcance y nos animaron a continuar dando vida a estos locales de espectáculos cercanos, dónde nacen grandes artistas.
La guinda del pastel sin duda fue el dúo Justice, ¡un auténtico desmadre! Un sistema de luces epilépticas acompañaban las versiones renovadas pinchadas por los franceses, que hicieron vibrar a los más valientes.
No podían faltar ni la característica cruz de neón, ni los temas «We are friends» o un «D.A.N.C.E.» modernizados, que llegaron a poseer a miles de almas entregadas, dispuestas a darlo todo por unos minutos más de subidón electrónico.
Cerrando el intenso fin de semana Els Catarres y su «Jenifer», así como los míticos Orbital abrieron las puertas a un domingo de resaca musical después de una dulce muerte por fiesta.
Cabe destacar que la organización fue impecable, además de un eficiente comando de limpieza que dejaban todo como los chorros del oro en un santiamén. Distribución de espacios equilibrada, variedad gastronómica, cultural y comercial disponible durante este fin de semana, sin olvidarnos de las iniciativas de responsabilidad social corporativa y medioambiental, con sus vasos reciclables hechos de maíz.
El Festival Cruïlla se caracteriza por conseguir mezclar lo imposible: géneros musicales que no tienen nada que ver con dilatadas generaciones y estilos. Como ponerle piña a la pizza pero que salga bien. Para sorpresa de algunos escépticos, que no secundaban que cabezas de cartel fueran solo miembros de grupos potentes, han reconocido su error afirmando lo indiscutible: esta edición no ha decepcionado para nada, y nos ha dejado con ganas de más.
Por suerte, los organizadores del Festival saben que no podemos aguantar hasta el verano que viene y nos tienen preparada otra dosis de buena música: el Cruïlla de Tardor, del 14 al 31 de octubre.