Los islandeses Sólstafir hicieron vibrar una sala Caracol con Sold Out, gracias a un show enérgico, contundente y muy variado. Árstídir y Myrkur calentaron el ambiente.

Crónica: Asier Albistur (@axialbis)

Fotos: Javier García Nieto (@jgarciani)

El Route de Resurrection Fest había preparado un triplete nórdico para la jornada del viernes 24 de noviembre y, como corresponde a los aires del mar del norte, la velada comenzó más bien gélida con el power trío acústico Árstídir (a cuyo teclista veríamos más adelante desmelenándose con los cabeza de cartel). Los sonidos basados en melodías sugerentes y pegadizas y en un juego de voces que evoca a sus compatriotas Sigur Ros, lograron atrapar aunque no calentar a una sala que ya se adivinaba llena. Su actitud sobre el escenario transmitió una cercanía más propia de una banda local que de un grupo extranjero tocando por primera vez en Madrid. Con un setlist corto que incluyó dos temas inéditos y la colaboración en la batería de «Grimsi» Hallgrímsson de Sólstafir, generaron cierto ambiente entre los fans de la música escandinava más tranquila.

Con Myrkur, segunda banda sobre el escenario de la Caracol, el cambio fue radical. El joven proyecto de la danesa Amalie Bruun atrapa desde el primer acorde por una puesta en escena tan misteriosa como brutal, así como por sus evocadores sonidos folk-vikingos mezclados con black metal clásico y directo; y por supuesto, por su voz melódica portentosa. Brunn levantó la atmósfera de la Caracol con su original mezcla de melodía y brutalidad, logrando que los cabeza de cartel entrasen con el público ya a flor de piel. Fue refrescante verla disfrutar sobre el escenario, sobre todo cuando se atrevía con la guitarra y se soltaba con voces más rasgadas y guturales. Es siempre gratificante ver a una mujer liderar una banda de metal y una pena que no haya más acercándose al género. Sólo cabe esperar que ejemplos tan contundentes como el de Myrkur animen a las nuevas generaciones.

Y llegaron los esperadísimos Sólstafir para demostrar que el tour de presentación de su último disco, el pulido y melódico Berdreyminn, no sería más que una excusa para celebrar toda su trayectoria a través de un directo contundente (más que en estudio) y compacto basado en sonidos atmosféricos y todo tipo de géneros. El heavy metal más oscuro, el doom, el post-rock, sin olvidar el folk e incluso jugueteos con el punk y el pop-rock tienen cabida en Sólstafir. Quien se acerca por primera vez a uno de sus directos se sorprende con lo original y novedoso que resultan y, a su vez, queda atrapado por riffs y melodías pegadizas que suenan sorprendentemente familiares. Se nota que los de Reikiavik son antes melómanos que músicos y por mucho que no se les haya escuchado demasiado, uno puede disfrutar de los ecos de otras bandas míticas como Amorphis, Paradise Lost, The Gathering o incluso Mogwai. No obstante, siendo la tercera vez que visitaban Madrid en tres años (incluyendo su participación en el macro festival Download) se notaba la importante proporción de público fiel capaz de corear sus temas más celebrados (más bien tararear, salvo quizás algún conocedor del idioma islandés).
Sólstafir subió al escenario mientras sonaba la instrumental Náttfari. El hecho de que escogiesen un tema de su segundo disco ya auguraba que aquello no se limitaría a la promoción de su nuevo trabajo. La actuación comenzó con uno de los pepinazos más heavies de éste, Silfur-Refur, una propuesta directa con melodías que calan hasta los huesos; unas melodías sólo rotas por los lamentos rasgados del líder y alma del grupo, el vocalista y guitarrista Aðalbjörn Tryggvason. Ya desde la canción inicial sonaron potentes y contundentes, marcadamente más atronadores que en sus discos de estudio. Esta firmeza en el sonido jugó quizás en contra del épico inicio del segundo tema de la noche, el himno folk-metal Ótta, al quedar los arpegios del banjo del cowboy «Pjúddi» Sæþórsson un tanto sepultados por riffs más duros. Aún así el empaque de la banda y su actitud en el escenario hicieron vibrar a un público ya entregado que había acudido a disfrutar de rock duro. Y precisamente, el ambiente llegó a su plenitud con Lágnætti, el canto a la muerte y a la decepción que inaugura su celebrado quinto álbum Ótta cuyas melodías de piano lograron transportar a los asistentes a las baldías tierras boreales.

Un parón tras el potente triplete incicial sirvió para que Tryggvason saludase a la sala, mostrándose entusiasmado con el llenazo y completamente consciente de la evolución desde la gira de presentación de su anterior disco (en la misma Caracol, entre semana y con un público más curioso que entusiasmado). El bolo se reanudó con Ísafold, segunda pista de su último disco con marcadas concesiones comerciales de sonidos más clásicos y limpios. Los fans más puristas parecían aguantar a regañadientes, aunque muchos espectadores terminaron acompañando con palmas las dobles guitarras finales. La intensidad no tardó en subir con la mucho más oscura y dura Köld, canción de las primeras épocas con el que el batería «Grimsi» Hallgrímsson pudo explayarse con ritmos de puro black metal y doom. El apoteósico final de la canción logró atrapar hasta a los más distraídos.

Un interludio no apto para impacientes precedió al que probablemente fue el momento más tranquilo (y quizás flojo) del concierto: Hula. Una balada con aires pop que permitió a Tryggvason demostrar su maestría vocal como uno de los máximos representantes del arte de brillar desafinando. Su actitud desenfadada logró que parte del público participase de los coros del tema más tranquilo de su último disco, aunque se notaba que las ganas de caña eran mayoritarias. La posible pérdida de atención se solventó pronto con Fjara, un auténtico hit del magnífico cuarto disco Svartir Sandar. El pegadizo estribillo y la perfecta progresión de la canción hicieron que la Caracol recuperase el ambiente y el entusiasmo. Con el público implicado al 100%, el frontman se permitió un pequeño momento emotivo. Como admitió al micrófono, no es habitual en ellos explicar el significado de sus canciones. Aún así quiso aprovechar la ocasión para hacer un alegato a hablar y a escuchar para hacer frente a una de las lacras más ignoradas de la sociedad moderna: la depresión y las enfermedades mentales. Su corto discurso dio entrada a Bláfjall, de estructura y ecos de heavy metal clásico.
Un último descanso en el que se permitieron jugar con el público (referencias futbolísticas incluidas) dio paso al último cañonazo de la noche: Goddess of the Ages. Con la vuelta a sus orígenes más oscuros y melancólicos parecían querer poner el sello a la reivindicación de que a pesar de lo variado de su propuesta siguen manteniendo viva su esencia. Una esencia inclasificable que convierte sus conciertos en un viaje por paisajes sónicos evocadores y emocionantes. Una propuesta capaz de hacer callar a los fans más puristas y críticos y de entusiasmar a quien quiera dejarse llevar.

Eclecticismo, una palabra que evitaría utilizar por no ser etiquetado como pedante pero que probablemente sea la que mejor define el estilo de estos vikingos con pinta de hipsters que gracias a un trabajo arriesgado y constante de más de una década, con seis álbumes a sus espaldas, han sabido labrarse una base de seguidores cada vez mayor. No en vano, es muy probable que en su próxima visita los veamos estrenando un formato más grande de concierto.