Fotografías: Javier García Nieto

Asistimos al concierto de Fink el pasado domingo, 5 de noviembre, en el Teatro Barceló de Madrid.

Hablar de Fink sin recaer en el argumento de autoridad es algo bastante complejo. Sin nombrar a la Amy Winehouse de 17 años o a todos los artistas que ha producido, pareciera que nada respalda la música de Greenall. No obstante, la creación de Fink es independiente de cualquier acontecimiento, icono pop o celebridad musical: normalmente, tiende a enfatizarse la faceta electrónica del músico; aunque el pasado 5 de noviembre asistimos a un concierto de folk, o búsqueda de las raíces de un autor, dentro de los géneros que colapsan dentro del mismo.

El domingo, el Teatro Barceló se tiñó de un color grisáceo y medianamente opaco: como si una versión de «Hurt» a caballo entre aquella de NIN y la consagrada de Cash se hubiera estado reproduciendo en bucle durante una hora y media. En ocasiones, ciertas pinceladas de minimalismo romántico, de aquel del siglo y no del sentimiento amoroso. Como elementos destacables, los vestigios de DJ de Greenall y la banda que le acompañó, en esta ocasión un quinteto en vez de un trío. De entre ellos, Guy Wittaker demostró la importancia de un bajo rítmico que, en ocasiones, hasta percusivo, le otorgó el carácter más denso a la velada.

En definitiva, da la sensación de que Fink quiso recrear el ambiente jazzístico más estereotipado de 1955: ambiente cargado de humo, espacio lúgubre y tenebroso y un quinteto que casi se alzaría ante el propio frontman. No obstante, decir que no es este un acontecimiento insólito del directo, sino que «Resurgam«, álbum que venía a presentar, posee la misma atmósfera: la parafernalia del jazz, pero sin su género musical inherente.

Destacar, sobre todo, el tercio final del concierto, con canciones como «Yesterday Was Hard on All Of Us» o «Pilgrim«, que dejaron entrever la emoción de un público mayormente indescifrable. En contraposición, la quinta canción desde arriba, «Perfect Darkness«, fue otro de los momentos memorables, de aquellos que duran segundos y te bastan para definir conceptos enteros: un concierto sumido en una perfecta oscuridad fue lo que vivimos con Fink, aunque, quizás, una oscuridad demasiado correcta, o limpia, como para ser tan terrible.