No suelo empezar la crónica de un concierto partiendo de una experiencia personal, pero en este caso me he visto en la obligación de hacerlo.

Hace poco, un compañero me dijo que él no asistía a conciertos, debido a que la calidad musical era menor a aquella que te aportaba el disco en tu casa, a lo que yo respondí que la música tiene un componente social muy fuerte (mayor que el de cualquier tipo de arte) que no se puede separar de la misma. Esta dimensión pocas veces puede percibirse a través del tocadiscos (aunque reproduzcas un “Live in…” o algo similar), y por ello, asistir a un concierto dota tu intelecto musical, o tu conocimiento de la banda, con otra espiritualidad o emotividad diferente. Por supuesto, formalmente hablando, la acústica de una sala pocas veces va a superar a la escucha calmada en el hogar; obvio, del mismo modo, que la música, en cuanto que transcrita a partitura en la cultura occidental, pierde gran parte del valor de culto y rito. A pesar de esto, mi amigo continuaba con que sí, que es posible establecer una digresión entre ambas, y que era posible establecer el valor de una obra mediante un análisis puramente formal. Llegado este punto de la conversación, formulamos la eterna pregunta del musicólogo, o del aficionado musical: ¿Qué prima más, el componente compositivo de la obra o el consecuente factor social de la misma?

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Club del Río actuaron el pasado viernes, 28 de octubre, en la sala Joy Eslava de Madrid, con motivo de la presentación de su nuevo disco, “Un sol dentro”. El mismo apenas había visto la luz dos días antes del recital, lo que podía llevar tras de sí muchas consecuencias nefastas: que la emotividad presente fuera menos de la deseada a causa del desconocimiento de los temas, o que la asistencia al concierto fuera menos de la esperada debido a la cobardía de invertir en un CD extraño. Pues bien, ninguna de estas opciones tuvo lugar el pasado viernes, pues pocas veces he visto un concierto tan lleno en la Joy Eslava si no era de artistas con una trayectoria amplísima, y esto puede explicarse por diversos motivos.

En primer lugar, los madrileños dotan sus conciertos (y sus discos) de una multiculturalidad abrumadora. De camino por la calle Arenal, mi acompañante preguntó sobre el género musical al que pertenecía la banda. En aquel momento, yo no supe si hablarle del componente jazzístico que aparece en gran parte de sus composiciones, en la técnica vocal flamenca de “Candela”, de la armonía cubana de “Guateque”, o de progresiones más cercanas al pop como podría ser la de “Erosión”. Dentro de toda esta vorágine, causa de la no-catalogación de la banda, la respuesta más coherente se basa en obligar al receptor a que acuda al concierto y lo valore por él mismo.

Asistir a un concierto de Club del Río posee un componente abierto, accesible y permeable (como antónimo de esotérico). De otro modo no se explicaría que un disco apenas mancillado generara una presencia tan cálida. Con la aparición de Tomasito sobre el escenario y el comienzo con su hit por excelencia en vez de dejarlo para el final (observándolo todo desde un punto de vista normativo, o musicalmente común) comprendes que quizás “Un Sol Dentro” tenga un componente emotivo no perceptible en el hogar.

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En un concierto de los madrileños domina el hedonismo, el placer inmediato de sentirse en el aquí y el ahora, como si de un ejercicio de meditación se tratara. Si hubiera de definirlo con una única palabra, sería catártico, de purga masiva. A pesar de la pésima acústica de la sala (pues desde un lateral apenas eran reconocibles los temas tocados) y a pesar de que la calidad sonora fuera mejor escuchando “Un Sol Dentro” en nuestras casas dos días antes del concierto, lo cierto es que actualmente un concierto pertenece más a la performance que a la mera música en directo. En este sentido, asistiendo al concierto de Club del Río comprendes que la música posee un componente social muy fuerte, igual de importante que el estrictamente formal. Por esto, es mejor acudir en masa y juzgar por uno mismo, porque “Un Sol Dentro”, pese a planificado y estructurado formalmente, no ha perdido todavía su componente de culto y rito, primordial en sociedad.