¿Qué nos impide trasladar el fenómeno de idolatrar a las «viejas glorias» extranjeras al nivel nacional?
Dentro de una semana tiene lugar el Mad Cool Festival, cuyos cabezas de cartel son artistas de la talla de The Who o Neil Young. Para los autóctonos, la asistencia al festival es más una obligación que una necesidad derivada del fanatismo: “¿The Who? ¿Pero no están muertos ya? ¿Y qué cantaban? ¿No son una marca de camisetas?” Una vez caes en la cuenta de que su hit por excelencia marcó la adolescencia de la generación de tus padres, los remordimientos al no haber adquirido tu abono todavía se doblan en número, pues a tu alrededor tus congéneres te martirizan a causa de tu ignorancia y te presionan para lograr tu asistencia. “A lo mejor es la última oportunidad que tengo”, “Cuando sea mayor, podré decirle a mi hijo que he visto a una leyenda del rock” o “Sin ellos, la evolución musical habría sido completamente distinta” son frases que tu subconsciente va normalizando, adquiriéndolas como propias hasta que, de forma automática decides gastarte el sueldo del mes en ver a un grupo del que tan solo te sabes dos canciones.
Probablemente, esta sea la new wave del marketing musical: un festival es capaz de atraer a miles de personas para escuchar cinco minutos de una “vieja gloria”, pues independientemente de la edad, el sexo, el género y las preferencias musicales, nadie quiere desaprovechar la ocasión de poder regocijarse ante sus coetáneos por haber escuchado «Who Are You» en directo. La postura crece en el siglo XXI de forma pandémica, y así se percató el Primavera cuando desveló a Radiohead, o el BBK con la confirmación de sus Pixies (y con la de The Jesus and Mary Chain la pasada edición). Del mismo modo sucede con la oleada de leyendas que han pasado (y pasarán) por Madrid este mes: Bruce Springsteen, Paul McCartney o Graham Nash y, pese a lo que haya podido parecer, asistir a uno de aquellos conciertos es como pasar un par de horas en el purgatorio: experimentas una experiencia pseudo-ascética desde el instante en el que aparecen sobre el escenario.
Lo ejemplifico: en el concierto del ex Beatle, me senté al lado de una madre con su hijo. Cuando «A Hard Day’s Night» abrió el recital, la mujer prorrumpió en llanto, abrazó al niño y comenzó a contarle la historia de la canción. Y es que aquella señora, de una edad bastante considerable, ya estaba en el mundo cuando se publicó el disco homónimo en 1964, cuando la banda de Liverpool se convirtió en la más conocida de todo el mundo, o cuando el sitar de Ravi Shankar entró en contacto con su música. Así, las fechas cumbre de la historia de los Beatles se enredaron con las de su propia vida, y en aquel 2 de junio de 2016 tuvo en frente a los dos hombres que evocaron todos sus años pasados. Como ella, miles de espectadores pudieron asociar las canciones de McCartney con sus propias peripecias, convirtiéndose, de este modo, en un icono capaz de englobar la experiencia de un colectivo anónimo, protagonista de miles de historias que ocurrieron pero no fueron publicadas en los periódicos.
Sin embargo, traslademos este fenómeno al panorama nacional. Hay opiniones bastante diversas (y, la mayoría, muy desalentadoras) sobre la confirmación del Dúo Dinámico en el Sonorama (ni hablemos de la carnicería que protagonizó Rapahel en 2014), del mismo modo que se desencadenó la hilaridad en redes sociales cuando el Primavera Sound anunció que contaría con la actuación de Los Chichos. El desprestigio de las viejas glorias españolas en favor de las extranjeras es más que evidente, de tal modo que pasamos del misticismo a lo jocoso cuando de nuestras leyendas se trata. No obstante, mientras que de Neil Young no somos capaces ni de mencionar dos canciones, cantamos el Dúo Dinámico en el cumpleaños de cada quinceañera, somos capaces de recordar el estribillo de «Resistiré» en menos de cinco segundos, y ni mencionemos la cantidad de noches que no hemos cabido en nosotros mismos de gozo cuando han pinchado «Mi Gran Noche«.
Si el paso de músico a leyenda del rock se produce a través de la intrahistoria, de la amplia trayectoria, del tópico de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y del colectivo anónimo que es capaz de rehacer su biografía a partir de los singles de su grupo favorito, ¿qué nos impide trasladar el fenómeno al nivel nacional? Pues mientras que en territorio de habla inglesa se gestaba una batalla campal gracias a la eterna indecisión Beatles-Stones, en España discutíamos sobre si preferíamos a Sabina o a Serrat. Así, mientras que muchos de nuestros padres se criaban (y nos educaban) con «Rubber Soul», otros muchos lo hacían con «Mediterráneo» y, como tal, una generación entera creció en manos de las viejas glorias españolas. Si las actuaciones de Bruce Springsteen el mes pasado marcaron un antes y un después en la vida de muchos veteranos, lo mismo ocurrirá con el Dúo Dinámico en Aranda de Duero. Y esto, señores, no tiene nada de hilarante.