Asistimos a la primera edición del festival Mad Cool, y no nos defraudó lo más mínimo
Es lunes, y la ciudad tarda en despertarse más de lo habitual. Madrid, que nunca se ha caracterizado por ser madrugadora en exceso, recuerda hoy las vivencias del fin de semana pasado, si la embriaguez lo permite, pues tuvo lugar la primera edición del Mad Cool Festival. Juzgar un acontecimiento de tales dimensiones es tema abrupto, pues al no tener ejemplo anterior con el que comparar, puedes elogiar o vituperar por encima de lo habitual.
Independientemente de la cantidad de ediciones que lleve un festival tras de sí, la organización siempre va a ser mejorable, pues es muy poco probable que, entre los 102.647 asistentes en la Caja Mágica, ninguno de ellos tenga un altercado. Sin embargo, y hablando de un modo objetivo, no podemos pretender milagros en un terreno virgen: pese a las numerosas críticas de la prensa, los problemas no fueron diferentes de aquellos con los que lidian festivales menos multitudinarios y con mayor historial. A pesar de la mala organización en el sistema de pago y de unos escenarios apenas señalizados (nos perdimos a Manel por no encontrar el escenario, ni ningún trabajador que pudiera indicarnos), los problemas de organización fueron mínimos para tratarse de una primera edición, y el descontento de algunos menguó a medida que las actuaciones fueron aumentando su virtuosismo.
Milky Chance fueron los encargados de inaugurar el escenario principal, con su atmósfera envolvente de estudio y la monotonía melódica esperada. Sin embargo, la homogeneidad de los germanos dio paso a la euforia granadina, con Lori Meyers comenzando en el escenario adyacente y el regocijo de todo el público, que situó la calidad de la música nacional al nivel esperado: hablar de deleite estival es homólogo a hablar de la banda andaluza, y su vehemencia no tiene fecha de caducidad.
No obstante, menos adolecen de precariedad los británicos The Who, el plato fuerte del jueves. Su conciso directo nos recordó gran parte de las raíces de aquellos artistas, del mismo modo, contratados para el evento, así como la mentalidad que educó a una generación entera: ellos impulsaron el cinismo a millones de mods que, si bien creíamos extintos, la jornada del jueves parecía un bar de alterne británico de los años 70. En cualquier caso, The Who se reafirmaron como leyenda, ratificaron el valor social del punk como pionero del pensamiento individualista, y, pese a un público un poco adormecido, nos atestaron de la atmósfera propia de la juventud.
Sin embargo, más apoteósico fue el cierre de la jornada, de la mano de Vetusta Morla pues, si bien aún no poseen la etiqueta mítica debido a la insuficiente trayectoria para considerarse como tal, en un futuro les honrará el nombre de leyenda. A pesar de un setlist más que domesticado y un horario desfavorable, los madrileños demostraron que están hechos de la misma pasta que los ídolos simbólicos que encauzaron a nuestros padres. Quizás, un poco rutinario el remiendo de las canciones en vivo, sin variaciones desde la publicación de “La Deriva” pero, en cualquier caso, un final con “Los Días Raros” es difícil de superar.
Fuera de los escenarios principales, destacar la actuación de Los Nastys, cuyo directo podría considerarse una mezcla entre Hinds y Novedades Carminha. Pese a la mediocridad sonora del escenario seis, la banda defendió su garaje de la forma más natural posible. Aun con ello, el público es asiduo a opinar que su música, de tintes surferos y cochambrosos, es de una simpleza impopular: en mi opinión, es gente que no ha vivido un concierto de garaje. Comparen la vitalidad y el deleite que se respira en vivo con Los Nastys con cualquier directo actual del virtuoso emblema Bob Dylan. Al fin y al cabo, lo más importante de la música en vivo es el entretenimiento y la diversión.
La jornada del viernes comenzó con Bigott, en un ambiente diurno en el que echamos en falta a Kings of Convenience: el directo intimista de los noruegos merecía un escenario al aire libre. A pesar de ello, su concierto fue una de las grandes joyas que nos brindó el Mad Cool, en cuanto a originalidad y filosofía , pues quizás fue la única actuación en la que el público fue más consciente de asistir a una manifestación artística que a una fiesta. Así lo proclamó Eirik: “No entiendo como un grupo de personas asiste a un concierto y no le presta atención. No quiero sugerencias sobre lo que tengo que tocar, quiero sugerencias para callar a todos aquellos que no prestan atención a la música en directo”. Sin embargo, sus armonías vocales de influencia de Crosby, Stills and Nash y su acústico minimalista despertaron todo el interés que merecían.
Antagónica a la calma noruega fue la brutalidad de León Benavente, quienes, por suerte o por desgracia, pudieron actuar en lugar de Fuel Fandango. A pesar de las críticas que suscitó “Tipo D” con su lanzamiento, la apertura de la actuación con la misma fue un éxito. El grupo liderado por Abraham Boba demostró su habilidad técnica y su destreza instrumental, de recitativos contundentes y fuerza desmesurada. Así, la acogida que tuvo la banda en la Caja Mágica fue increíble, pues no olvidemos que coincidían con una de las estrellas del festival: Jane’s Addiction. Podríamos hablar del concierto de la mítica banda de los años 90, hito del rock alternativo donde los haya. Sin embargo, no merece la pena escribir una crónica sobre el grupo de Perry Farrel cuando el atractivo de su actuación en el Mad Cool no fue la música. Lo cierto es que han pasado veintiséis años desde la publicación de “Ritual de lo habitual”, y, por consiguiente, la sociedad ha cambiado, y la mentalidad de los individuos también. Me extraña que, en pleno siglo XXI, aún haya grupos de música que atraigan a sus espectadores por medio de la cosificación de la figura femenina en el escenario, pues no comprendo la relación entre la sexualización de un ser humano y la calidad musical. Sí, Perry Farrel, si objetivizas un cuerpo durante un concierto de rock, quizás no te importe que la gente adopte actitudes patriarcales durante el espectáculo y mengüe el interés hacia lo meramente musical. Y, si antepones tal actitud ante tu trabajo artístico, quizás el mismo no te interese demasiado, y, por lo tanto, a mí tampoco.
A pesar de la variedad cultural de las dos primeras jornadas, el día que más sorprendió fue el sábado. Nothing but Thieves inauguraron la última jornada en el cuarto escenario, atestado de los fans de la banda por la cual triunfaron: Muse. La religiosidad sana que emana el fanatismo hacia esta banda es una oportunidad tremenda para artistas de la talla de Conor Mason y su banda que, si siguen mejorando en su directo, muy pronto serán la comidilla de las revistas musicales más importantes.
Al mismo tiempo, en el escenario dos nos sorprendían London Souls que, con una composición similar a la de The Black Keys se convirtieron, sin duda, en el grupo revelación del festival. Muy similares en estilo, pero con mayor número de componentes, fueron Gary Clark Jr. La capacidad vocal de estas bandas, con tintes del blues más primitivo, nos recuerda la mediocre técnica de canto española y nos impulsa a mejorar. No obstante, el espíritu estival por excelencia lo trajeron Walk of the Earth, los Crystal Fighters de la Caja Mágica. La versatilidad instrumental de los componentes es más que admirable, así como su destreza interpretativa: sus bases beat box en contraste con la inocencia de una melódica y el vigor de las voces protagonistas nos demuestran que no hace falta componer tus propias canciones para ser un grupo digno de un escenario principal.
Walk off the Earth dieron paso a la gran celebridad: Neil Young. El músico nos deleitó con la inspiración que todos estábamos esperando: es capaz de salir solo al escenario con su armónica, al más puro estilo inicial, o alargar las canciones tanto como le apetezca. Un puente instrumental de quince minutos, que únicamente oscilaba de mi menor a la mayor, fue suficiente para mantener al público en vilo. Y esta eternidad basada en la sucesión de tónica-dominante-tónica-dominante, es algo que no puedes mantener si no eres un icono como Neil Young. A partir de aquí, que cada uno saque sus conclusiones.
Sin embargo, su temple vino en detrimento de los grupos que cerraban el festival, pues los mismos hubieron de empezar con un retraso de quince minutos: Biffy Cyro o Two Door Cinema Club fueron los afectados por este suceso que, sin embargo, no mermó dichas actuaciones. La banda liderada por Alex Trimble era una de las más esperadas, y no defraudaron, si bien la evolución de la banda con respecto a su último paso por Madrid, en 2012, es bastante escasa.
Los últimos en actuar fueron Capital Cities, cuya fórmula de final de evento ya conocíamos tras su paso por el Dcode de 2013. Digamos que si todo el festival fuese un único concierto, Capital Cities son el bis perfecto, aquel que te provoca la sensación agridulce de terminar algo de una forma apoteósica, pero terminar, al fin y al cabo.
En general, el Mad Cool Festival estuvo a la altura, con un cartel inmejorable y unos desperfectos que, si bien han de evitarse para posteriores ediciones, no generaron una mala percepción de la experiencia. Los madrileños necesitábamos un festival a la altura de la capital, y, tras años de espera, por fin hemos conseguido lo que nuestra ciudad merecía. Ahora, solo esperemos que no se quede en el sueño de una única primera edición o, por el contrario, tras haber medido las instalaciones de la Caja Mágica y observado su capacidad de programación de espectáculos musicales, esperemos que el recinto del barrio de San Fermín no se desaproveche como se ha estado haciendo hasta ahora.