Tigers Blood (2024)

  • Waxahatchee
  • ⭐️ 9/10
  • Anti

Waxahatchee alcanza su cima compositiva con su sexto álbum de estudio

Después de un tiempo en la trinchera esperando que pasará el chaparrón, qué mejor excusa para volver al redil que la publicación del nuevo álbum de Waxahatchee, Tigers blood (2024).

Un trabajo con el que he sentido la necesidad imperiosa de contar el viaje que tan acertadamente nos describe su creadora, Katie Crutchfield, una pieza maestra digna de desgranar, analizar y paladear una vez más; en esta ocasión acompañado de quien se precie a sumergirse en estas líneas.

Tras el sobresaliente Saint Cloud, de 2020, y el proyecto de Plains (2022), Waxahatchee repite formula, aunque mejorada, en un nuevo trabajo impregnado de vivencias, sentimientos contrapuestos y conflictos emocionales, que caminan con elegancia entre la pulsión más esencial del ser humano hasta la introspección más hiriente; saltando con destreza de la pasión al dolor, a la dependencia, el empoderamiento o la definición más pura del amor y la fidelidad que nos podamos imaginar en nuestros días, dejando de lado las películas de Disney y el romanticismo más arcaico y naftalínico.

Con la producción de Brad Cook nos encontramos, posiblemente, con el mejor trabajo de la artista de Alabama, que, con su sexto disco de estudio en solitario, se sitúa definitivamente –si no lo estaba ya-, en el olimpo de las mejores compositoras e intérpretes del indie folk internacional. Y es que, aunque suene a carta promocional, con Tigers Blood, Crutchfield parece haber alcanzado una cima que lleva escalando desde su primer álbum, allá por 2012; erigiéndose en una de las mejores artistas de una generación que ha visto llegar para quedarse a figuras como Pheobe Bridgers, a la que se acerca, en una faceta más intimista; o que nos evoca por momentos al sonido más guitarrero de Courtney Barnett, las melodías de Big Thief, o el poder vocal de Sharon Van Etten.

Pero Tigers Blood, versión mejorada de su antecesor, como decíamos, es de otra liga.

Una colección de 12 cortes en perfecto orden, que nos trasladan a 42 minutos de pasajes donde esconderte, pasear mientras el sol te pica en la cara, conducir durante horas, sentarte frente al fuego, empaparte de nostalgia con tus mejores amigos, o derramar una lagrima mientras miras la lluvia a través del cristal.

Y todas esas sensaciones se transmiten a través de poderosas armonías estructuradas en una combinación instrumental básica pero concienzudamente medida, donde las guitarras lideran el equipo, con su aroma electroacústico, que en ningún caso camina en solitario; contando con una sección percusiva simple pero poderosa, los cuidados y apropiados teclados, a los que se suma como algo más que un instrumento extra, la exquisita, excelsa y emocionante voz de Crutchfield durante todo el trayecto, adecuando y modulando su fascinante timbre a lo que cada canción demanda de ella.

De esta manera, te impregnas del mejor indie folk del momento –con las referencias anteriormente citadas como punto de partida-, pero sin caer en la fácil trampa de un sonido reiterativo, navegando hasta momentos que te llevan al más puro revival del rock sureño de finales del siglo pasado, al combo perfecto con el que nació la americana, o a la frescura pop que podría sonar en las mejores emisoras universitarias norteamericanas de los 80.

Pausadas melodías que se convierten en chutes de adrenalina como el estreno de ‘3 sisters’, donde atisbamos desde el primer verso ese tono confesional en el que la artista norteamericana dialoga –contigo, consigo misma o quien realmente lo esté haciendo-, y te involucra de lleno en una historia compartida que puede ser la de cualquiera de nosotros.

Cogemos furgoneta y manta con la épica de piezas como ‘Evil spawn’ y las dobles voces que resuenan en tu cabeza, acompañadas de un delicioso punteo de guitarra con el que podrías convivir durante años, pero del que sales sin apenas esfuerzo para caer enamorado de ‘Ice Cold’, su desnudez y costumbrismo: musas, Jesús, la cuerda floja, y la vida misma en una montaña rusa que te pone un nudo en la garganta a la vez que te levanta de la silla empujándote a comerte el mundo, con otra melodía maravillosa donde acurrucarte una temporada.

‘Right back to it’, uno de los singles que sirvieron de adelanto al disco adquiere a estas alturas de escucha tintes de “nuevo clásico”, gracias al fragancia folk de su melódica cadencia, las cuerdas del banjo retumbando en el horizonte más cercano, y las voces de MJ Lenderman acompañando con estilo y acierto a Crutchfield. Emociones a flor de piel, y un estribillo perfecto que te encuentras desgañitando a la tercera escucha.

 

Y así sigue transcurriendo un trabajo redondo, que continua su ascenso gracias a la desafiante ‘Burns out at midnight’ -con la siempre escalofriante presencia de la armónica, que no podía faltar en un disco como este-, donde se retrata un universo de ternura, entrega y desesperanza que se escapa a media noche, o la chulería e indiferencia de la absorbente ‘Bored’.

La vuelta al costumbrismo folk de ‘Lone star lake’ abre el único valle en el que el álbum parece adolecer de cierta intensidad, como la hermana pequeña de ‘Right back to it’, parece enfangarse en una pelea que se prolonga hasta la preciosista y alegre ‘Crowbar’, donde sus pronunciados arpegios nos trasladan a los R.E.M. más folclóricos de principios de los noventa, pero entre las que se esconde la primera muestra de nostalgia mayúscula del disco: ‘Crimes of the heart’.

Tristeza y melancolía en versos como “Soy la espina de tu rosa, soy el traje nuevo del emperador” que describen con crudeza el malestar de la que se siente enfrentada constantemente, y que sirve como introducción a una recta final impregnada de aspereza, desconsuelo y cobijo bajo los ritmos más sosegados y minimalistas del disco.

La demoledora ‘365’, donde Crutchfield habla sin pudor de sus adicciones, resquebrajando el pecho a cualquiera que se ponga en su lugar, es el preludio perfecto para un epílogo final que vuelve a alcanzar salvajes niveles de excelencia gracias la canción que da nombre a este inmenso disco.

‘Tigers blood’ es el broche de oro perfecto a un trabajo que finaliza como la cara opuesta de la luminosa –y ya lejana- primera canción de un viaje intenso, precioso y demoledor, cuando paras definitivamente para echar la vista atrás, y hacer resumen de lo vivido.

Despedida marca de la casa donde el sonido folclórico vuelve al protagonismo y las figuras retóricas –casi clericales- flotan sobre otro medio tempo exquisito, rematado con un majestuoso coro final en su última estrofa.

Un disco primoroso del que poco queda por decir a estas alturas. Un viaje necesario para tus oídos y para tu alma.

Iñaki Molinos

Iñaki Molinos

Redacción