La banda británica hizo parada en la madrileña sala Mon para presentar su reciente y destacado álbum, Where´s my utopía?, y aprovechó para demostrar que su talento va más allá del estudio, ofreciendo un espectáculo demoledor de principio a fin
En una semana que ya prometía aire fresco entrando por la ventana, las cuestiones meramente logísticas hicieron que un servidor acudiera sin compañía periolística a una cita de claro calado de sofisticación musical.
Mientras media ciudad se paralizaba para ver a unos ingleses de alta alcurnia pasear su talonario y galones ante la nobleza madrileña, otros británicos, concretamente de Leeds, se presentaban en terreno foráneo para comenzar su particular partido a las nueve en punto de la noche ante la otra mitad de Madrid -al menos hacían el mismo ruido-, en una abarrotada y casi olvidada sala, al menos para mí, para eventos de esta índole.
Todos los ingredientes hacían sospechar que sería una gran noche, y así fue. Y lo fue gracias a una banda que saltó al escenario sin contemplaciones, sin especular con el resultado, lanzándose a tumba abierta hacia un público que se lo agradeció constantemente, respondiendo con un respeto, entrega y admiración que no percibía desde hace tiempo en un bolo en Madrid.
Un público que podríamos considerar de nicho, para ver a un grupo de nicho (o no), que llenó a rebosar una sala (no nicho), que sonó a las mil maravillas durante toda la velada gracias a una banda que demostró ser una de las más interesantes en el nuevo panorama punk alternativo.
Y es que su actitud puede considerarse punk, pero su complejo y cuidado spoken word alcanza una nueva esfera en su versión de directo, donde pelea cada jugada con el rock, el funky, el rap o los destellos con aroma brit pop de varios de sus estribillos.
Con una feroz puesta en escena que incluía una fastuosa amalgama sonora sustentada en el combo clásico de guitarra, bajo, batería y voz, pero acompañado de dos coristas-vocalistas sobresalientes -más que protagonistas durante todo el show- y los teclados y sintetizadores de vital importancia en sus dos arrolladores discos, Yard Act arrancó sin mesura un concierto que se evaporó en apenas 70 minutos, gracias a un ritmo de juego sobrenatural y un repertorio apasionante.
Como apasionante fue su sonido desde el pitido inicial, con un James Smith excelso en su interpretación vocal y artística, erigido en una suerte de reencarnación que navega entre Jarvis Cooker, Morrisey, y chispazos vocales que evocan por momentos al propio Nick Cave. Los británicos comenzaron a mostrar su inagotable maratón con cortes ensoñadores como ‘An ilusión’, frenéticos como ‘When the laughters stops’ o puramente discursivos como ‘Grifter´s grief’.
El protagonismo de último trabajo, sobresaliente entre nuestros discos destacados del mes de marzo, quedó patente desde un inicio, aunque al tratarse de una banda tan joven en lo discográfico -su primer disco es de 2022-, a nadie se le escapaba que The overload terminaría de conformar el once de gala de un concierto que en su primer tramo ya había volado las cabezas de todos los asistentes, incluida la de un servidor.
A la robustez del bajo de Ryan Needham, se unían los seductores punteos de Sam Shipstone en temas como ‘Pour another’ o ‘Witness (Can I get a?)’ -con claras reminescencias a Joy División-, la milimétrica batería de Jay Russell (‘Down by the stream’) o los sintes con aroma a LCD Soundystem en ‘We make hits’, que precedió a la maravillosa liturgia paródica y bailable que es ‘Dream job’.
Así afrontaron el tramo final de partido, tratando de mantener un despliegue físico que los llevó a cerrar su directo con un intercambio de golpes que barajaba temas algo más “sosegados” como ‘Payday’, con pelotazos marca de la casa como ‘The overload’, que da titulo a su LP debut.
A estas alturas de noche ya nadie recordaba quien mandaba en la capital, ni qué estaba pasando al otro lado de las puertas de una sala que siguió bailando y agitando sus cabezas de un lado a otro mientras el bueno de Smith seguía agradeciendo, casi en cada canción, el entusiasmo del público y el recibimiento de una ciudad a la que juró amor -casi- eterno.
Tras la primera marcha a vestuarios, los británicos retomaron la prórroga con ‘100% Endurance’, una sobrecogedora balada pop amoldada a su estilo de juego para seguir demostrando la calidad y capacidad de la banda para tocar palos, géneros, destellos o sabores que te resultan familiares, pero que no dejan de ser meras influencias que la banda ha convertido en propias.
Un fantástico desorden sonoro perfectamente engrasado y ensamblado que se despidió de la afición, ya convertida en local, con la vasta celebración final de ‘The trench Coat Musem’, dando la vuelta de honor ante una sala que recordará mucho tiempo la apabullante actuación de Yard Act en Madrid.
Iñaki Molinos
Redacción