Monteperdido

 

El artista madrileño cerró su exitosa gira celebrando sus 25 años en la música, con un fabuloso concierto en la sala La Riviera de Madrid, donde el álbum Daiquiri Blues fue el protagonista, pero no dejaron de sonar clásicos de su extensa carrera

Cerramos una semana de conciertos extraordinariamente productiva, con un nuevo aniversario, y esta vez de los buenos. Si el jueves fue el turno de Ángel Stanich como auténtico heredero en vida, el sábado tocaba disfrutar de uno de los progenitores y mejores cantautores de pop rock de su generación: Quique Gonzalez.

Poco queda por hablar del bueno de Quique y su longeva carrera, que a algunos se nos ha pasado volando desde que escucháramos sus discos, o alguna que otra canción suelta a principios de siglo, hasta localizarlo finalmente en el radar con sobresalientes trabajos como Salitre 48 (2001), Kamikazes enamorados (2003), o el directo de Ajuste de cuentas (2006) que sirvió cono empujón definitivo para su consagración entre el gran público.

Esta breve y confortable cronología de los inicios de su carrera nada tiene que ver con la historia que el mismo artista podría contarnos si nos remontamos a aquellos tiempos de pelear a la contra, firmar y ser maltratado por una multinacional; girar por pequeños recintos de todo el país en solitario para ahorrarse pagar al resto de su banda, o muchas otras penurias que han hecho de su éxito profesional, sumado a su humildad y cuidado de su fiel público, una de las historias más genuinas del rock patrio.

Lo que queda tras la elipsis gigantesca entre los primeros años de su carrera y la actualidad, en los que ha llegado a grabar hasta 11 discos de estudio, es un respeto absoluto y merecido por su carrera, sustentado en extensas giras por todos y cada uno de los rincones de nuestra geografía, repitiendo llenos en cada una de las ciudades, y culminándolas en la mayoría de los casos en su ciudad natal, Madrid. En este caso con dos Rivieras consecutivas absolutamente abarrotadas.

La fórmula elegida para este tour es cuanto menos original. Al no celebrar el cumpleaños de ningún disco en concreto y sí de su carrera en general, Quique avisó antes de comenzar los conciertos en salas y teatros que cada noche habría un disco protagonista que interpretaría de manera íntegra, con una segunda parte para todos los paladares, que repasaría el cancionero del resto de sus trabajos.

La fantástica banda del compositor madrileño ha llegado a ensayar y conocer al milímetro un total de 100 canciones que han ido interpretando a lo largo de la gira, siendo Daiquiri blues (2009) el disco elegido para el cierre de gira.

Y he aquí otro de los aspectos más llamativos a tener en cuenta de la carrera de González y que se ha plasmado durante toda esta gira: ¿Qué ocurre si te toca un disco que no te emociona en el concierto que has elegido para acudir?

Lo cierto es que es una pregunta con trampa, ya que a pesar de los cambios sustanciales en su sonido, dentro de un género muy cercano al de cantautor de guitarras, es difícil encontrar a fieles que no gusten de determinados discos y sí adoren otros; no niego que cada cual tenga sus favoritos, pero para la mayoría de su público, las canciones de Quique llevan tanto tiempo a su lado, que se han convertido en una suerte de diario personal -e intransferible-.

Un álbum, Daiquiri blues,  que sonó de principio a fin ante un sepulcral y respetuoso silencio de 2.000 personas que pocas veces se pueden ver en una sala tan amplia como la madrileña, y donde sonaron a la perfección las 13 canciones que conforman un disco casi de cámara, con una delicadeza que en su momento asustó a sus seguidores, pero que ha quedado para el recuerdo como un álbum clave en su carrera, y quedó demostrado el pasado sábado con una multitud coreando cada una de los cortes –cuando no correspondía mantenerse callado/a, claro-.

Empezando por su homónima ‘Daiquiri blues’, la estremecedora ‘Cuando estés en vena’, el bellísimo derrotismo de ‘Un arma tan precisa’, con el gran Raúl Bernal al teclado, o el nudo en la garganta que es ‘Hasta que todo encaje’, con la colaboración de Alex Serrano a la trompeta, y el demoledor solo final de guitarra de Toni Brunet.

La primera cima de la noche se alcanzó con ‘La luna debajo del brazo’, coreada al unísono por todo el respetable, la luz de ‘Deslumbrado’, justo antes de sumergirnos en las profundidades de ‘Lo voy a derribar’, la adorable pero siempre dolorosa ‘Su día libre’, el intimismo de ‘Riesgo y altura’ y el empoderamiento y la confianza de ‘Nadie podrá con nosotros’.

Así, encarábamos la recta final de un disco que voló fugaz por nuestras cabezas, rematado con el rock desatado –la nota discordante de este álbum- de ‘Restos de stock’, la herida abierta de ‘Anoche estuvo aquí’ y la puñalada final que te endosa ‘Algo me aleja de ti’, canción de Juan Ignacio Lapido, interpretada a dúo junto a Bernal ante el mutismo atronador de una sala que alcanzó niveles de excelencia en el respeto a la música en directo.

Diez minutos de pausa sirvieron a la banda para descansar y al público para recomponerse de un duro pero maravilloso trago, un sonido que siguió siendo excelso pero un ritmo de concierto que se aceleró en una segunda parte que fue alternando temas del resto de sus discos, como ‘Detectives’ y ‘Orquídeas’ de Me mata si me necesitas (2017), ‘Es tu amor en vano’ -versión de Dylan incluida en Delantera mítica (2013)– ‘Clase media’, única canción lanzada como single sin pertenecer a ningún álbum o la preciosidad llevada a canción de ‘Salitre’.

Llegados a este punto del concierto, y con un público mucho más liberado por unas canciones que invitaban a ello, Quique invitó al escenario a Carlos Raya para ejecutar un mini set de Salitre 48 (2001), disco protagonista de la noche anterior, y con el que el artista se sentía en deuda ante un público que agotó primeramente las entradas para el sábado.

Bajo esta premisa, sonaron tras el tema que da título al disco, la siempre celebraba ‘La ciudad del viento’, una joya poco habitual como ‘Crece la hierba’ y la adaptación blusera de ’39 grados’, para saltar al ‘Pequeño rock and roll’, de Pájaros mojados (2002) y la fabulosa balada country ‘Dallas-Memphis’ con el omnipresente César Pop como acompañante.

Y ahora sí, acercándonos a las dos horas de concierto, Quique anticipó la despedida con ‘Charo’ -y Brunet sustituyendo con empaque a Nina-, y el éxtasis final de ‘Vidas cruzadas’ con todos los colaboradores sobre el escenario y una banda que terminó sonando como comenzó, con un Edu Olmedo a la batería y Jacob Reguilón al bajo, que siempre es de justicia citar, como auténticos motores de la base rítmica de una formación perfectamente engrasada desde hace ya un par de discos.

Un concierto apasionante y preciosista, al que podríamos haberle pedido mayor variedad en una segunda parte algo condicionada por el protagonismo de Salitre 48 y, aunque a nadie le hubiera importado que durara otra hora más, hasta las mejores fiestas llegan a su fin.

Quedémonos con que tenemos Quique González para rato, y más pronto que tarde seguirá escribiendo nuestras vidas en cada una de sus canciones.

 

Iñaki Molinos

Iñaki Molinos

Redacción