La banda de Ohio, en estado de gracia, impartió una lección magistral de ritmo y dirección musical en un concierto que transformó la melancolía en una celebración
Matt Berninger, cantante y líder de The National, cumplió los 50 años el año pasado, saliendo de una depresión y utilizando como palanca para superar un bloqueo creativo las primeras páginas de un clásico de la literatura de terror: ‘Frankenstein’.
La tempestad emocional devino en una catarsis compositiva producto de la cual han visto la luz dos álbumes en este mismo año: ‘First two pages of Frankenstein’ (no hay que ser especialmente avezado para conectar el título con el párrafo anterior) y el flamante ‘Laugh Track’, aún más extenso que el anterior.
Con estos mimbres, la banda se ha lanzado a la carretera en una nueva gira que los ha traído hasta la península y, por primera vez en bastante tiempo, en un concierto regular y no como parte del cartel de un festival.
El pasado miércoles acudimos a verlos al céntrico (y gélido, al menos en la zona de prensa) Wizink que no se llenó dado lo elevado de los precios para una banda que, si bien tiene una devota base de fans, no cuenta con el tirón de otras coetáneas de su generación. Algo injusto a tenor de la exhibición de la que tuvimos la suerte de ser testigos.
En un encomiable ejercicio de entrega y pasión, desgranaron una panoplia de canciones de estilos variados siempre con ese sello identitario de la banda: melancolía y angustia existencial sintetizadas en canciones de un rock delicado y lírico, con capacidad para crecer y enrabietarse sin perder un ápice de sensibilidad.
Comenzaron el recorrido abriendo las páginas de ese Frankenstein al que tan bien sienta el traje que porta el señor Berninger y, cuando viraron hacia el power pop de ‘Squalor Victoria’, de su mítico ‘The Boxer’, los asistentes ya estaban concentrados y convencidos desde hacía un buen rato.
No tardó en aparecer ‘Bloodbuzz Ohio’, maravillosa, que suena fresca y joven, del que este cronista considera su obra magna ‘High Violet’, bien celebrado en este recital con abundante material de representación.
En otro cambio de registro, imaginamos a un Matt desaliñado, de sudadera y vaquero perforado por esas guitarras y esa voz furiosa que pone a prueba la resistencia del micro en esa ‘Slipping Husband’, deudora del grunge y desahogo de una rabia interior desatada.
Que la banda está en un gran momento se refleja en las caras de los gemelos Dessner, virtuosos de las guitarras, piano y teclados que regalan sonrisas de disfrute en todo momento. La metronomía de la sección rítmica de la otra pareja de hermanos, los Devendorf, sostiene el engranaje con la solidez habitual y el grupo ofrece un sonido que, sin ser perfecto, resulta lo suficientemente prístino como para apreciar la paleta de colores que se dibuja sobre el escenario.
Hubo quien notó que los metales, especialmente brillantes en los momentos más lentos, quedaban canibalizados por la dupla de 6 cuerdas en los momentos más rockeros. También hubo quien prefería pensar que cedían galantemente protagonismo para integrarse en un colectivo sonoro.
Sea como fuere, pocas pegas pudimos encontrar en esas deliciosas 2 horas de música que ofrecieron antes de tomarse un brevísimo descanso y atacar el tramo final con hasta 5 bises en los que la intensidad alcanzó su cénit en forma de un mesiánico Matt Berninger entregado de forma definitiva a sus fieles.
Como viene siendo habitual, pasó gran parte de esos 25 minutos cantando y paseando por ambos lados de esa pista dividida por el capitalismo salvaje que discrimina a la audiencia en función de su capacidad adquisitiva. División de clases superada en dos momentos sublimes.
Esos momentazos al son de ‘Mr. November’ y ‘Terrible Love’ provocaron el delirio del auditorio, que aún disfrutó de una emocionante despedida cantando esa versión acústica de la bellísima ‘Vanderly crybaby geeks’ en la que Berninger , silente, ofició de director del coro.
La nostalgia que habitualmente transmite la banda, revestida de electricidad y contundencia, quizá en mayor medida que en otras ocasiones, permitió una especial imbricación afectiva con el público presente que aplaudió a rabiar con admiración y reconocimiento a una banda que, tras más de dos décadas en activo, mantiene la vitalidad de sus comienzos.
Yago Hernández
Redacción