Henko

Foto: Nikki Lane / Sergio Lacedonia

Mis experiencias personales «favoritas»

“I wanna be where the boys are” cantaban las Runaways. Cada vez somos más las que estamos sobre los escenarios, en las cabinas, en las tiendas especializadas o en los estudios de grabación y, sin embargo, parece que no es suficiente. Somos constantemente juzgadas, se da por hecho que hemos llegado donde estamos por favoritismos o, mi preferido, por ser chicas. Ya no estamos donde estábamos antes. Hemos pasado de estar en primera fila a querer estar sobre el escenario, de escuchar a nuestros artistas favoritos a querer ser creadoras con la misma potestad que tenía el cantante del póster de tu cuarto cuando tenías quince años. Como cantaban Amarillo Fiesta: “Quiero estar en la radio y que me den de fumar, al bajar del escenario que me estés esperando, no quiero ser una grupi más”.

Una vez llegas donde habías soñado, resulta que tienes que continuar dando la cara, que el haberte esforzado en llegar hasta ahí no basta, que día sí y día también estarás en el punto de mira. Aquí van mis tres experiencias personales favoritas, las que cuento cuando hablo con mis amigos del tema entre cervezas y risas, porque una cosa que consuela mucho es burlarte en grupo de las malas prácticas de la gente y, sobre todo, no sentirte sola.

1. Una feria en algún lugar de la Mancha de cuyo nombre prefiero no acordarme

Nos había llamado el ayuntamiento para tocar en un parque con una acústica terrible. Pero no somos sibaritas, así que fuimos contentísimos de poder aprovechar las fiestas después de tocar. Porque la verdad es que el bolo mucha fiesta no fue. La gente de los bares de alrededor miraba como preguntándose qué hacíamos nosotros ahí a la hora de la cena, poniéndole banda sonora a su bocata de lomo y queso. Nosotros también nos lo preguntábamos. Poca cosa recuerdo del concierto aparte algunos amigos eufóricos –y alcoholizados–, y que faltaba un miembro del grupo, y se notó.

Llegó el momento de recoger y yo, que mi equipo consta de amplificador, cable jack, y bajo, acabé la primera así que me tocó ayudar a recoger la batería. Ahí estábamos el batería y yo con el dichoso trasto, el resto en la furgoneta cargando, y el técnico de sonido recogiendo los cables. Comenzó a felicitarnos por el bolo, que le había gustado mucho y que no le suele gustar el pop.

Ahí estábamos asintiendo felices hasta que sus ojos se clavaron en mí. Había fijado su objetivo, su próxima víctima. Supe lo que iba a pasar desde el momento en el que paró de enrollar el cable. A cámara lenta, dijo las siguientes palabras: “Tocas muy bien el bajo… para ser una chica”. No sabía dónde meterme. Igual me podría haber escondido en la funda del bombo. Las caras de Tina Weymouth, Kim Gordon, Melissa Auf der Maur y Paz Lechantin se iban alternando en mi mente. Yo ya desconecté. Las últimas cuatro palabras resonaban como una antigua profecía que volvía una y otra vez. Lo peor de todo es que él continuó hablando de cómo las chicas no suelen tocar con fuerza y un montón de sandeces más, que, como el pueblo, preferiría ni recordar. Recogimos y nos largamos a bebernos cinco cubatas a ritmo de la última de Rosalía.

 

2. Una tienda de música en pleno centro cuyo nombre, de nuevo, optaré por no recordar

Era un martes normal y corriente, y como cualquier martes normal y corriente, me dirigía a los locales de ensayo. Siempre he tendido a llegar tarde, pero últimamente le estoy cogiendo el gusto a esperar. Aunque sólo si la espera es elegida, claro. Como ya empezaba a convertirse en hábito, se me encomendó una tarea por parte de los que llegaban justos. Debía comprar dos pares de baquetas. No me importaba desviarme del camino y pasear un poco más. Era de esos días que el frío se va despidiendo y, por lo tanto, se puede ir por la tarde con una chaqueta de entretiempo.

Menos mal que el sol alegra, porque lo cierto es que ir a las tiendas de música me pone nerviosa. Siempre me transmiten la sensación de que sé mucho menos de lo que creo saber. Llego, me quito los auriculares y preparo mi mejor sonrisa. Que no huelan el miedo. Entro y todos los ojos se posan sobre mí, con cierta curiosidad. Paso al mostrador y me atiende un chico joven con pinta de haber escuchado demasiado Led Zeppelin, y quizá alguna de Bowie, pero a escondidas. Procedemos a los saludos de cortesía y llega el nudo de la anécdota. Me pregunta qué quiero. Llegar ya a los locales y fumarme un cigarro. Le respondo: “Dos de baquetas”. Se gira. Respiro. Se vuelve a girar hacia mí con media sonrisilla. Aguanto la respiración. Estos momentos tienen un halo que se huele antes de que ocurran. “Te voy a hacer una preguntita… ¿Sabes que las baquetas van en pares? Entonces… ¿quieres dos o cuatro?”. El tono, su voz, la frase… “Cuatro”, le respondo lo más seca posible. Ya no más sonrisas. Pagué y me largué sin mirar atrás. Me fumé un cigarro merecidísimo en la puerta del metro. Ese martes llegué tarde.

 

3. Una pinchada en un sitio que recuerdo demasiado bien a pesar del alcohol

Recientemente había estado aprendiendo a pinchar. Me parece algo mágico el llenar un sitio de un ambiente concreto y que la gente disfrute bailando al ritmo de unos temas elegidos con especial cariño para la ocasión. De pronto, como algo del destino, se cernió sobre mi grupo la oportunidad de pinchar en un pub. Ya no recuerdo si para promocionar un concierto, o simplemente por divertirnos, pero fue una afirmación clara sin lugar a duda. Pedí el día libre del trabajo y comencé a preparar la pinchada con el batería.

Se iba acercando la noche, y yo no paraba de escuchar la música que pincharíamos y de imaginarme ya allí. Llegó el día y empezamos fuerte. Dos chupitos de Fireball y dos copazos. Marchando. Estábamos en nuestra salsa. La gente bailaba y reía y todo era una nube de felicidad inmensa. Aunque quizá el gran culpable era el alcohol, pero la música ayudaba a amenizar y no pensar que al día siguiente era domingo, y luego lunes otra vez. Tan contentos estábamos que nos dio absolutamente igual tanto el que preguntó setenta veces por un grupo de los 70 que solo conocería él, sus madres y los dueños de las tiendas de discos más sibaritas, como el que nos amenazó de muerte tras poner una canción de Rosalía.

Pero luego… Se cernió una oscuridad alrededor de la cabina. Alguien se acercaba con una sonrisa socarrona. Ya tenía preparada la bala. Se paró enfrente de la mesa, apoyándose sobre el cristal, el cual, como mi felicidad, casi se llevó por delante. Cogió aire para soltar, seguramente, lo que él pensaría ser su mejor frase de la noche. No le daba la comisura de los labios para sonreír más. “Lo hacéis muy bien… Él pincha, y ella baila”. Supongo que pensó que era poco probable que una chica pudiera manejar algo con botones y cables. Se marchó igual de contento que había llegado, sin siquiera esperar contestación. Yo tampoco se la iba a dar. Quizá dos Fireball más le hubieran contestado por mí.

Ya no pensé más sobre ese momento hasta el día siguiente, tomando un café, donde se narró la anécdota junto a las otras dos, y otras más de mis amigas, con risas de fondo, porque al final te toca reírte y esperar que, en algún momento, esta gente sea capaz de ver más allá. Ahora que cada vez hay más mujeres en la industria musical, –y en más sectores que siempre han estado muy masculinizados– espero que se den cuenta de que, no solo somos igual de capaces, si no que muchas veces incluso lo somos más.

 

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IG de Alba Pla: @alpl0mo

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Alba Pla Molero

Alba Pla Molero

Redacción