Foto: Sharon López (@sharonlopez)
El festival andaluz se reafirma en su segunda edición como una de las citas ineludibles del año gracias a un seductor cartel, su enclave y gran espacio y una notable organización que hicieron las delicias de un satisfecho público
De sobra es conocido que no existe el festival perfecto, y menos aún en los tiempos que corren, donde todas o casi todas las promotoras buscan el negocio en cada uno de sus eventos -como es lógico-, priorizando “los dineros” por encima de la satisfacción del cliente -esto tiene un poco menos de lógica-. Y aunque tampoco os voy a vender el paraíso macrofestivalero, igual que cuando se hacen las cosas mal o regular lo decimos, cuando se hacen bien o muy bien también toca repartir felicitaciones.
Y es que el Cala Mijas nació el pasado 2022, con otro gran cartel y una gran experiencia que ya os contamos aquí, y cuyo mayor riesgo para este año era, al menos para mí, la masificación desmesurada del mismo y la consecuente reducción de calidad de vida dentro de su amplio recinto, y aquí radica una de las ventajas de este festival. El escenario de western, como bautizó un gran amigo al monumental enclave llamado Sonora Mijas, es el primer punto vencedor del festival, que automáticamente ha frenado la sensación de aumento considerable y reconocido de aforo por parte de la organización, alcanzando los 110.000 espectadores durante los tres días.
Aunque pueda sonar a mastodóntica, y calculada por días alcance más de 35.000 espectadores por jornada, esto no tuvo prácticamente consecuencias en los aspectos que cualquier asistente a un festival valora para poner la nota media final a una cita de este tipo: comodidad para ver y escuchar los conciertos, para trasladarse por el recinto, barras -sin esperas-, baños -con escasas colas excepto después de los conciertos más masivos-, zona de restauración, transportes o accesos.
Como bien sabemos a estas alturas, no existe la perfección en eventos de este tipo, y aún quedan cosas por mejorar, y aquí está mi granito de arena en forma de hoja de sugerencias. A un acceso ciertamente largo caminando -a no ser que llegaras o te marcharas en taxi-, se le podría sumar alguna zona para reposar mientras ves algún concierto, no solo la zona de restauración, y la cuestionable distribución de los escenarios en cuanto a sonido se refiere y que ha cambiado por completo respecto a su anterior edición.
Si bien es cierto que a nivel visual y traslados entre uno y otro escenario la distribución de estos es confortable, a nivel sonoro resulta cuanto menos mejorable.
El escenario principal se situó frente a la entrada, acumulándose el público “a lo ancho”, disfrutando de los conciertos masivamente desde los laterales más que desde el frente. En este sentido, el sonido sucumbía en muchas ocasiones -o se entremezclaba- con la nueva ubicación de La Caleta, el fantástico y acogedor escenario electrónica que retumbaba durante toda la jornada, sin descanso, en la parte posterior del recinto.
A pesar de todo ello, si algo diferencia al Cala Mijas de otros grandes festivales, reconfirmándose en esta segunda edición, es la facilidad para ver y disfrutar un concierto de manera cercana, mirando a la cara a artistas de talla internacional, sin necesidad incluso de seguirlo por las pantallas -aunque todos acabemos haciéndolo-, sufriendo escasos solapes al día, y, al fin y al cabo, amortizando tu entrada. Y así comenzamos, mirando de cerca a Arcade Fire, que realizaron una de sus épicas actuaciones -incluida la entrada al escenario desde la escalera que bajaba por el monte desde sus camerinos-, cargadas como es habitual, de una entrega sobresaliente, una conexión mágica con el público, un sonido exquisito -aunque algo falto de potencia- y un carrusel de éxitos que emocionaron a todas y cada una de las personas allí presentes. Se puede debatir sobre los últimos pasos en su carrera discográfica, pero su directo sigue siendo uno de los valores más seguros de la actual -aunque veterana- escena indie internacional.
Idles tomó el relevo de la banda canadiense con su arrollador directo, el mejor sonido punk rock, que terminó por encender definitivamente la llama de un público a los pies de sus guitarras y los gritos inmaculados de Joe Talbot. Foals cogió el testigo de los de Bristol con un concierto que arrancó con una primera parte sustentada en su seminal aroma indie rock, y que se fue endureciendo a lo largo de un concierto que pareció situarse entre las dos bandas que les precedieron, dejando un gran sabor de boca entre el público.
La noche del jueves -al menos para mí- la cerraron con la elegancia que acostumbra, Moderat y su electrónica minimalista, que retumbaba en el pecho de cada uno de los asistentes, bailando sin descanso bajo el maravilloso trance que te ofrece el trío berlinés.
En la jornada del viernes había un nombre subrayado en el cartel por una amplia mayoría de asistentes a Cala Mijas, y bien arriba.
The Strokes se asomaban al escenario principal tras quince minutos eternos de retraso ante un respetable que los esperaba con entusiasmo. Un entusiasmo, sin embargo, que no parecía tener el bueno de Julian Casablancas, que con su desganada -y “alterada”- actitud, de sobra conocida, puso en vilo en varias ocasiones el ritmo de un concierto que por otro lado, y aparte de los problemas de sonido que se produjeron al inicio en el lado izquierdo del escenario -inapreciables desde mi posición-, alcanzó el notable gracias al genuino sonido de una banda que es historia viva del indie del que todavía hoy seguimos bebiendo y disfrutando, no nos engañemos. Los punteos en las guitarras de Valensi y Hammond Jr, las aperturas de Moretti y el sustento de Fraiture, son la base perfecta para la inconfundible voz de Casablancas, que a pesar de todo sirvió de compás perfecto para hacernos bailar, vibrar y cantar como si fuera la última vez -o la primera-.
Antes de los neoyorkinos, ya habíamos abierto el apetito gracias a la potencia desbordada de Amyl & The Snifers, o la apisonadora indie pop-rock en la que se ha convertido en esta última gira los granadinos Lori Meyers, una banda engrasada, con recientes discos algo cuestionables, pero con un directo efectivo y poderoso.
Ya entrada la noche, la delicada mezcla de guitarras y electrónica de M83 hizo las delicias de los más fieles, aunque su propuesta no terminó de engancharme más allá de sus grandes clásicos, mientras que Underworld, en las antípodas electrónicas de los franceses terminaron de cerrar el escenario principal con su clásica ración de house y momentos de duro tecno jaleado por un agradecido público. También tuvimos tiempo para sumergirnos en el universo de La Caleta, con un potente sonido envolvente al más puro estilo Basoa, un destacado pero medido despliegue de luces, y un acogedor ambiente que te invitaba a bailar hasta el amanecer.
Así llegamos a una última jornada que nos deparó grandes y bellísimos momentos, empezando por la magistral actuación de José González interpretando su primer disco en solitario. Sentado en una silla, acompañado únicamente de su guitarra, creando un ambiente difícil de imaginar para un festival de estas características, y ante un público respetuosísimo que terminó de enmarcar la foto de uno de los conciertos del fin de semana.
Antes del plato fuerte de la noche, el aperitivo servido por Metronomy hizo danzar a todo un festival, que acudió masivamente al magnifico show que nos regalaron los británicos. Una de esas bandas que ha envejecido de manera envidiable, y que hace de sus conciertos fiestas de baile que van desde el indie pop más melódico, pasando por el synth pop o los aromas más funky o retro, todo ello adornado de un sonido sobresaliente y un buenrollismo congénito para con el público.
Pero para vínculo con el público el que genera en sus conciertos Rachel Welch.
Florence + The Machine eran las estrellas del sábado, y así lo demostraron durante su actuación. En un multitudinario concierto, comandado de principio a fin por la artista londinense, que como si de una diosa se tratara cantaba -y sermoneaba- a un público entregado ante su integral espectáculo: musical, vocal, visual y con altas dosis de emotividad que hacen muy difícil no conectar ella y su banda -claramente en la sombra y al servicio de Welch-, plagado de estribillos coreables, melodías brillantes, y aromas épicos que hicieron de su espectáculo uno de los más conmovedores del festival.
Despedimos definitivamente esta edición de la mano de la electrónica, otra de las señas de identidad de Cala Mijas. De un lado la interesante mixtura de los sintetizadores con el folclore gallego de Baiuca, con una asistencia de público digna de destacar, y de otro el refinado touch del dúo francés de The Blaze, hipnosis y armonías tan trascendentes como sobrecogedoras para decir “hasta luego” al gran cierre festivalero del verano, porque volveremos, no hay dudas.
Iñaki Molinos
Redacción