Tras la cancelación de sus conciertos de noviembre, Actors regresaron a nuestro país para mostrar todo su talento y repertorio post punk

La tarde sabatina apuraba su turno antes de ceder el testigo a la noche madrileña cuando, bajo un cielo amenazante de lluvia, hicieron acto de aparición las primeras cazadoras de cuero negro, camisetas oscuras y pares de ojos sin género adornados de rímel.

Poco a poco, se fueron ubicando en los alrededores de la barra central que ahora preside una remozada y modernizada Moby Dick. Aunque nos sorprendió a aquellos que, por desgracia, no la habíamos pisado desde antes de la pandemia, pronto pudimos comprobar que mantiene la esencia y el encanto de siempre.

Como preludio de la velada, el músico francés Sydney Vallette calentó el ambiente al compás de una rave e hizo disfrutar con sus ritmos electrónicos y su peculiar voz, de esas que resultan familiares y que termina por encajar casi de forma sorprendente en la propuesta musical.

Actors es una banda canadiense con algo una más de una década de existencia y tres álbumes (el primero fue reeditado durante el pasado año con varios remixes). Con su estética gótica, han revitalizado el post punk más cercano a los primeros 80, influenciados por grupos como Siouxie and The Banshees, New Order, David Bowie en su etapa berlinesa o, por supuesto, The Cure (cuyas camisetas no podían faltar en la sala).

La mirada siniestra e inquietante que nos encontramos al asomarnos a la portada de su última entrega, ‘Acts of worship’, se mostraba en el fondo del escenario ocupado por el cuarteto que, sin mucha dilación, atacaba ‘Love U More’ y ‘Like Suicide’, los dos temas que también abren el álbum. Tras su cancelada cita con nosotros en noviembre, por fin, nos encontrábamos con ellos.

Fue un comienzo arrollador y enérgico de un recital tan corto como intenso. El grupo estuvo arropado por un público entregado y un sonido impecable, protagonizado de forma magistral por el frenético bajo de Jahmeel Russell, tan perfectamente ecualizado que dejaba todo el espacio al resto de instrumentos y, en un equilibrio más complejo de conseguir, permitía escuchar de forma nítida los suaves coros ambientales de Shannon Hemmett (teclados) y la propia bajista.

Ofrecieron un repertorio efectivo, pero sin concesiones que, de forma un tanto sorprendente, miraba más al pasado reciente que al futuro; obviando su flamante sencillo ‘No one left’ o su versión de ‘Boys keep swinging’, de Bowie, publicado a finales del año pasado. No hizo falta y tampoco el público pareció echarlos de menos porque, tras una hora de actuación, bises incluidos, cuando se retiraron, sus oscuros y sonrientes fans se lanzaron al puesto de merchandising sin mucha dilación.

Un manto de lluvia caía sobre la ciudad y al refugio de los toldos en el exterior de la sala, la banda se mostraba accesible para las tradicionales fotos y firmas de unos artistas cuya fama e impacto no están a la altura de su talento musical. Pero ser un grupo de culto permite una mayor cercanía, y ya se sabe que algunas criaturas de la noche prefieren una existencia discreta.

«Cuando el último acorde resonó en el aire, la naturaleza oculta en la densa bruma pareció emitir un suspiro de alivio. Decidí seguir a las sombras y adentrarme en la oscuridad. Abracé la epifanía y la reencarnación. En la próxima vida seré oscuro, nocturno y feliz».

Yago Hernández

Yago Hernández

Redacción