Varonas

El guitarrista y vocalista, fundador de la banda Television, ha muerto a los 73 años

Una noche cualquiera a mediados de la década de 1960, y en algún lugar de Alabama de cuyo nombre no vale la pena acordarse, una patrulla policial acudió a un maizal en llamas. En las inmediaciones del incendio, los dos agentes se dieron de narices con un par de adolescentes, ex buenos chicos judíos de clase media en proceso de conversión a bohemios, en fuga de qun internado de Wilmington, Delaware. Los dos prófugos admitieron haber provocado tan bucólico infierno: según uno de ellos, Thomas Miller, “para calentarse”. Su compañero, Richard Meyers, dijo que “sólo quería verlo arder”.

Fundido a negro, y estamos en New York, 1972. Los dos incendiarios se calzaron apellidos más acordes con su andadura: el apocalíptico Meyers, apropiadamente, adoptó el apellido Hell. El friolento Miller reivindicaba raíces simbolistas: si Robert Zimmermann elegido ser Bob Dylan para romper amarras, de ahora en más el mundo iba a olvidar a Thomas Miller, pero jamás a Tom Verlaine.

Primero como The Neon Boys, y luego como Television, Verlaine y Hell se iban a dar el lujo de inventar el punk y de dejarlo por inservible antes de que nadie se hubiera dado cuenta de su existencia. Hell, un bajista primitivo, se vestía con camisetas rotas y sujetas con imperdibles. En una de ellas había garrapateado un slogan que pasaría a la historia de la música pop: “Please kill me”. Como al pasar, slogan, estética y pose escénica, inventadas en un suspiro y dejados a secarse al sol.

The Neon Boys fueron primero un trío, junto un baterista de solera jazzy llamado Billy Ficca, y luego adquirieron un segundo guitarrista por recomendación del dueño de una librería de artes, de nombre Richard Ork, que se ofreció a manejarlos con tan buen tino que cuando Hilly Kristal cogió el traspaso de un tugurio en el 315 del Bowery, con prontuario como aguantadero de motoqueros y despacho de licores cuasi-letales, los Neon Boys, habiéndole colocado a Kristal la monumental trola de que su estilo encajaba 100% en la sigla del local (CBGB, Country, Bluegrass and Blues) consiguieron fechas. Tampoco tenía Ork mal ojo, o mal oído, para los guitarristas: el recomendado como ‘segundo’ era otro Richard, de apellido Lloyd. La química entre Lloyd y Verlaine construyó casi de inmediato una verdadera autopista al cielo sin desbordes ni manierismos. De esa carretera el bueno de Hell, al que la cuestión excedía en términos técnicos, tomando la salida más próxima: el bajo le quedaría a Fred Smith. La despedida de sus (ex) camaradas le llegó de la mano de un cover de Dylan: para dar salida a Hell, “Knockin’ on Heaven´s Door”.

Es inútil, y a la vez pocas cosas inútiles son tan placenteras, analizar el sonido de Tom Verlaine en busca de influencias. El propio implicado admite que cogió las seis cuerdas gracias al ‘19th Nervous Breakdown’ de los Stones. Había una amalgama de surf, garage (desgraciadamente no existe registro en directo del cover de ‘Fire Engine’ con el que Television solía obsequiar al público del CBGB y el Max’s Kansas City a mediados de los ’70), más las enseñanzas extraídas por Verlaine en su (frustrada) ruta de emular a Stan Getz. En plena transición de una época de demasías a una de minimalismos impostados para disimular carencias, los Television habían pasado de largo por el paradigma punk de estética visual y sonora, y extraían lo mejor de un pasado que otros decían querer enterrar: ‘No Elvis, Beatles or the Rolling Stones’, pero las ‘paredes’ (perdón por el exabrupto futbolero) sónicas que tiraban Lloyd y Verlaine conjuraban una amalgama de Dick Dale, los Byrds, Buffalo Springfield…. Alguien los definió como “un torrente de rock expulsado por dos guitarras que se negaban a obviar el virtuosismo”. Amén: los tipos habían impresionado tanto a Malcolm que la estética harapienta de Hell terminó en los escaparates de Viv Westwood, y el minimalismo sonoro en las bateas de Londres vía la progenie de los Sex Pistols. Pero para cuando el mundo empezó a saber qué era el punk, Television ya estaba más allá. Poco tenían que ver los balbuceos del punk ‘made in Britain’ con el palacio de cristal de acordes que se oye en las dos caras de ‘Little Johnny Jewel’, por no mencionar las ocho pistas del álbum debut. A los hijos de Su Serena Majestad les tomaría un buen par de años aprender la lección.

Casi tan rápido como habían pasado por (y del) punk, dejaron de ser Television. Sin embargo, antes firmaron dos álbumes impolutos, rebosantes de pureza sin purismos. El primero, ‘Marquee Moon’ (1977) es insoslayable en cualquier lista más o menos elaborada de discos de la década, y hoy mismo suena como si se acabara de grabar hace una hora: la apertura con “See No Evil” es un cross a la mandíbula. Se recomienda echarle una oída a la versión alternativa, con el tándem Lloyd-Verlaine superponiendo leads a lo largo de casi cuatro minutos. Y si además consideramos que sus ocho pistas contienen también gemas como ‘Marquee Moon’ (diez minutos de rock’n roll con solera, esquivando minuciosamente cualquier cliché), ‘Prove It’ (¿un ensayo de ‘rock noir’, Raymond Chandler acodado en la barra del Max’s?) ‘Venus’ (evocando en su letra el dilema perpetuo entre el instinto y la razón: “Y Richie (Hell) dijo: ‘hey, vistámonos de policías, man, piensa en lo que podríamos hacer!’. Pero algo…. algo dijo ‘mejor no’ ”), el resultado es difícil de mejorar. Ese fue el principal pecado del segundo álbum, ‘Adventure’ (1978), que parecía desmentir su título: al lado de la manifiesta brillantez de su antecesor, parecía opaco, carente de riesgos. No importaba demasiado que muchos matarían (¿mataríamos?) por haber puesto la firma al pie de cosas como ‘Ain’t That Nothing’, o encontráramos en `Days’ un remanso de paz sin recurrir a espejitos de colores: cuando acostumbraste a tu público a la perfección, si un día les das un poco menos se nota mucho. Al final, la autopista al cielo terminó en callejón sin salida: las drogas, la desilusión, las ‘diferencias artísticas’ se terminaron cargando a Television en dos años.

Verlaine se embarcó en una carrera solista con nueve álbums y un recopilatorio, en los que exploró diversos rumbos. Su voz, con los años, pasó del ‘tremolo’ televisivo a un susurro grave. Del primer disco solista, epónimo (1979), Bowie extrajo ‘Kingdom Come’ para grabarlo en su ‘Scary Monsters’, con guitarra solista (ay) a cargo de Robert Fripp. Del díptico con que estrenó los ’80, ‘Dreamtime’ y ‘Words from the Front’ (1981 y 82), recuérdese la gira europea que lo depositó en Madrid, y en los estudios de TVE para una actuación en “La Edad de Oro”. Para el ‘Warm and Cool” (uno de los mejores discos de 1992), prescindió totalmente del canto, y arropado por viejos compañeros de ruta (Fred Smith, Ficca, Jay Dee Dougherty…) trae de regreso ‘yeites’ (trucos) de guitarristas cincuenteros, amalgamados con excursiones por el free-jazz y recaídas ocasionales en el minimalismo “televisivo”.

Y como de la nada, en 1993, una reunión de Television, con todo y álbum epónimo: de pronto la magia había vuelto, invocada casi sin esfuerzo, Verlaine, Lloyd, Smith & Ficca de regreso en estudios. ‘No Glamour for WIlli’, ‘1880 or So’, ‘Call Mr Lee’, ‘In World’ daban la talla y despejaban dudas: la espera de quince años no les había mellado las hachas, y estos maduros caballeros neoyorquinos por adopción, enseñaban a los chicos del grunge la lección, la misma que en el ’77, de que el ruido puede devolverte a la vida pero que a la hora de la verdad, más es mucho pero mucho menos: silenciosos enemigos del exceso, del alarido, de la pose, de recurrir a la distorsión como maquillaje de chapuzas, el capitán Verlaine, tocado con gorra de béisbol, y su tripulación se descolgaron con un tercer milagro, para luego volver a llamarse a silencio hasta 2001, año en que empezaron una serie de presentaciones (llamarlo ‘serie’ puede resultar excesivo) por Europa, Japón y otros sitios exóticos como América del Sur. Para ese entonces, Richard Lloyd ya no estaba en la banda, que dejó en 2007 por problemas de salud. Lo reemplazaba Jimmy Rip, un todoterreno capaz de tocar con Mick Jagger o Michael Monroe, con escalas intermedias en Debbie Harry. Un maverick tocado con sombrero Stetson y barbado cual caballero del Sur, que después de una visita a Sudamérica en 2016 (épico y mínimo show en el ‘Vorterix’ de Buenos Aires) se quedó a vivir en Buenos Aires, produciendo a bandas argentinas y tocando con su propio ensemble: Jimmy Rip & The Trip. Admirado por la técnica de Verlaine, dejó tal vez la mejor definición de su estilo: definición de su último ladero en Television: cuando le preguntaron por la técnica necesaria para poder tocar en vivo los temas del “Marquee Moon”, dejó caer “no es post punk, no es progresivo, no es punk. No hay categoría para Tom”.

Para este año había planes de un cuarto álbum de Television, pero no pudo ser: Tom Verlaine, el buen muchacho judío que quemó un maizal para calentarse, falleció el 28 de enero de 2023 después de “una breve enfermedad”.

Juan Manuel Acero

Juan Manuel Acero

Redacción