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La banda presentó en una repleta sala La Paqui (antigua Sala But) su último y sobresaliente disco, Bremen no existe (2022), ofreciendo un concierto donde terminaron de confirmar su definitivo despegue como uno de los grupos de toda una generación

Con el cartel de “no hay billetes” colgado desde principios de semana, incluido cambio de sala y la consiguiente ampliación de aforo, se presentaba en la noche del viernes la formación en el que seguramente sea uno de los conciertos más importantes de su carrera.

El lanzamiento de su cuarto álbum el pasado mes de abril les sirvió para retomar la carretera, y si bien en los festivales veraniegos todo parece ser un camino de rosas, es en el circuito de salas donde las bandas se baten el cobre cada fin de semana, y para Biznaga no es una excepción, más bien al contrario. Para los que les llevamos siguiendo un tiempo, es de justicia valorar el trabajo y pelea constante de una banda siempre valorada –y con razón- por la crítica, pero en lucha constante por ganarse en público ametrallado por una sobreoferta musical que dificulta más si cabe la famosa fidelización de “clientela”.

Y aquí radica una de las claves de la música de Biznaga, la crítica sociopolítica de cada una de sus letras, fundamentada en el Sentido del espectáculo (2017), la Gran pantalla (2020) donde ninguno dejamos de mirar o el Centro dramático nacional (2014) hasta alcanzar –o no-, tras más de 10 años de recorrido ese futuro incierto simbolizado en Bremen.

Pudiera ser que la banda se haya encontrado en un cruce de caminos, después de una década, a una generación realmente perdida, cuyas expectativas se han ido arrancando de raíz con el paso del tiempo, en una especie de crisis vital constante. Es bonito seguir creyendo en la música como un instrumento de conciencia y lucha de clase, capitaneado por un grupo como Biznaga, pero creo que, sería quitarle mérito artístico a uno de los mejores discos del año, que además está acompañado de un directo absolutamente arrollador.

Más allá del mensaje de sus textos o la evolución estilística de su música –más suavizada que nunca en su último trabajo-, la actitud, sonido y empuje de la formación en cualquier escenario que pisan está a la altura de unos pocos en la escena actual. Así lo disfrutamos el pasado verano en festivales como el Low o Tomavistas, pero la noche del sábado era una cita especial.

Se notó desde antes del inicio, o incluso antes de la fecha. Una ampliación de sala que terminó convirtiéndose en un lleno absoluto en una de las plazas más importantes del circuito madrileño, se convirtió en una olla a presión que no dejó de corear, saltar y bailar cada uno de los temas de la banda, que arrancó con el crescendo majestuoso de ‘Una historia de fantasmas’ y el grito desesperado y agitador de ‘Contra mi generación’, en un repertorio protagonizado por su último disco, pero con una estructura más que acertada donde encajaron cortes del resto de su trayectoria con sutileza y mesura para mantener la mecha siempre encendida.

Así, pudimos escuchar en el tramo inicial, canciones como ‘2k20’ o ‘Motores de búsqueda avanzada’ de su anterior álbum, donde la ingeniosa y cruda pluma de Jorge sale a relucir como nunca, acompañada de la afilada guitarra de Pablo, el endiablado ritmo de Milky en la batería o la genuina y desgañitada voz de Álvaro. Un combo engrasado que no dejó de funcionar en los más de 70 minutos desenfrenados de bolo.

Continuó el carrusel de frenesí gracias a pelotazos como ‘Espíritu del 92’ o el pop melódico y delicioso de ‘Domingo especialmente triste’, confirmando la abrumadora dimensión que alcanza su nuevo trabajo en directo, antes de entrar en la parte oscura –que no más calmada- de la noche, en la que atronaron cortes como ‘Maquinas blandas’ o ‘No lugar’, antes de afrontar, sin pausa, un tramo final liderado por una ‘Mediocridad y confort’ aullada hasta la extenuación por un público entregado desde el primer minuto, y la primigenia ‘Adalides de la nada’.

Y es que nadie necesita de líderes teniendo himnos generacionales tan brutales como ‘Madrid nos pertenece’, tan acertada como esencial en los tiempos que corren, y su paradójico ensamblaje con ‘Una ciudad cualquiera’, con la que los Biznaga celebraron una victoria final tan gloriosa como batallada.

Iñaki Molinos

Iñaki Molinos

Redacción