Foto: Tomavistas Extra (@adrianyrphoto)
El dúo catalán puso fin a la gira de su exitoso segundo álbum en la madrileña sala La Riviera, en un delicado y exquisito concierto, donde volvieron a dar una clara muestra de sus sonido y propuesta diferencial.
En un océano repleto de propuestas musicales, que nos desborda cada día de la semana y mes del año, es difícil encontrar una oferta tan suculenta como la que ofrecen los protagonistas de esta crónica. Y es que, dejando a un lado los detalles puramente estilísticos, la atmósfera creada en relación con el espacio, la propia actuación o el público con el que interactúan, es de aquellas difíciles de olvidar, detenida en el tiempo.
Convencido de que lo visto el pasado mes de marzo en el Teatro Circo Price sería complicado de repetir, el pasado domingo asistimos a una versión muy similar a la de aquel concierto, con las diferencias obvias de dos recintos casi antagónicos, pero con la magia en el ambiente anteriormente citada totalmente intacta. Silencio absoluto, música, voz y luces interactuando con una audiencia, que funcionaba como un cuarto elemento que hacía las veces de faro como de presa ante tan poderosa estampa audiovisual.
Con un minimalista set, como es habitual durante la gira, sostenido sobre las programaciones y sintetizadores de Bagès y David Soler -productor del disco además de apoyo indispensable sobre el escenario-, y la interpretación de Arnal sobre el escenario hacen el resto, alcanzando un nivel superlativo en lo que al directo se refiere.
El uso de la voz como un elemento primordial de su música adquiere un peso extraordinario, pudiéndose comprobar desde el inicio de un concierto que arrancó con temas como ‘La gent’, ‘Jaque’, o ‘El gran silencio’, donde el dúo aúna a la perfección vanguardia con tradición. Sustentadas sobre la base electrónica que han terminado de perfeccionar en su último trabajo, la ejecución vocal de María Arnal, emocionante y desoladora, quebrada y empoderada, termina de enmarcar una actuación donde la de Badalona, además, danza y actúa entre las luces y el humo, en una estampa más que hermosa.
Dentro de esa madriguera, que comienzan a excavar desde el primer momento del show, una sensación ciertamente hipnótica terminó de asentarse entre el respetable, que seguía acompañando al trío con respeto, mutismo o algarabía según correspondiera con un repertorio limitado pero excelso.
Así, la admirable comunión surgida en la capital madrileña amagó con altos destellos de desenfreno gracias el crescendo preciosista de ‘Canción total’, para volver a la belleza sonora y lírica de ´Milagro’, la calma tensa de ‘Meteorit ferit’ o la penetrante ’45 cerebros y un corazón’, que da título a su primer trabajo, y con la que regresamos al sonido más seminal de la banda, aderezado eso sí, con el sonido eléctrico de la maquinaria de Bagès.
Acompañados durante todo el espectáculo de un hermoso juego de luces, que cruzaba el escenario de lado a lado, custodiando los movimientos y el cante de Arnal, el encuentro de la noche fue llegando a su fin, con el clímax final -ahora sí- de sus temas más aclamados y coreados. La espléndida alegoría de ‘Tú que vienes a rondarme’, convertida en su gran éxito desde que vio la luz hace más de cinco años, adquirió altas dosis de emotividad que se transformaron, definitivamente, en delirio, de mano de ese canto insumiso que es ‘Fiera de mí’, rugido y bailado hasta la extenuación por un público del que la banda se despidió con otro maravilloso corte de su último disco, Clamor (2021); ‘Ventura’, envuelta en una deliciosa base electrónica de sintetizadores de la que es difícil escaparse.
Una experiencia alejada de lo comunal, donde folclore y progreso se abrazan no sólo en lo sonoro, sino en una suerte de relato sensorial intimista, donde el protagonismo se expande en un espacio con cabida para mucho más que público y artista.
Iñaki Molinos
Redacción