Un nuevo año, el festival celebrado en Hoyos del Espino fue un triunfo de “crítica” y sobre todo de público, con una de sus entradas más mayoritarias, que, sin embargo, dejó algunas lagunas importantes a nivel organizativo y logístico, en un paraje sin parangón en la Sierra de Gredos.

Como cada año, Músicos en la Naturaleza, nos ofrecía un cartel más que apetecible, ensalzando más que nunca el producto nacional, y olvidándose de grandes clásicos internacionales para regalarnos tres espectáculos de lo más variado en cuanto a estilo y ambiente musical se refiere.

Si con algo sale ganando desde el minuto 1 este festival, de una única jornada, es con su majestuoso paisaje arbóreo, donde respiras aire puro desde el momento que plantas tus pies sobre la verde pradera que acogía en esta ocasión dos escenarios principales para ofrecer un espectáculo que resultó sobresaliente, en su conjunto, al final de la velada.

Sin embargo, aunque duela esto de poner peros, a la organización pareció hacérsele grande la afluencia de público en aspectos tan básicos para disfrutar de la música en directo como la cantidad de baños femeninos –con colas de más de media hora en muchos varios momentos de la noche-, la eterna espera en barras para pedir una consumición o la ratonera para salir del recinto tras la finalización de los conciertos. Tres clásicos, de fácil solución, que doy por seguro solucionarán en su próxima edición.

En cuanto al aspecto meramente musical, que al fin y al cabo es lo que más nos interesa en estos lares, a las dos magnas estrellas del panorama nacional, los custodió otro gran músico de la escena independiente de nuestro país: Iván Ferreiro.

Nuestro amado gallego, al cual echábamos de menos encima de un escenario, ofreció lo que el mismo denominó “un aperitivo” antes de los platos fuertes de la noche, y mientras caía la preciosa tarde en Hoyos del Espino, Ferreiro no perdía el tiempo encadenando temas de su repertorio más reciente como el que da nombre a su aún último disco, “Casa, ahora vivo aquí”, para arrancar el concierto, o el fantástico y ya clásico “Pensamiento circular”, “El viaje de Chihiro”, con otros cortes de su ya extensa carrera como “Como conocí a vuestra madre”, “SPNB” o “El dormilón”, grandes himnos de nuestra música, como “Años 80” de Los Piratas, para cerrar el show con la inigualable “Turnedo”. Aunque esta no sería su última aparición de la noche.

Tras él y como gran representante del pop-rock patrio, el bueno de Leiva y su poderosa banda presentaron en directo el espectáculo que acompaña a su reciente trabajo Cuando te muerdes el labio (2021), en su versión más reducida, con temas que sonaron a las mil maravillas como “Flecha” o “Histéricos”, aunque con gran protagonismo de sus anteriores trabajos, en un repertorio con un ritmo endiablado que hizo las delicias de un público entregado al artista madrileño.

Arrancando con “Terriblemente cruel”, “La lluvia en los zapatos” o “Breaking bad”, también hubo tiempo para invitar a su querido Iván Ferreiro y cantar a dúo y en acústico “El equilibrio es imposible” de Los Piratas, antes de encarar una recta final de concierto desenfrenada con grandes y coreables éxitos como “La llamada” o el momento para revisitar a Pereza, de la mano de “Como lo tienes tú”, “Estrella polar” o el cierre definitivo de la mano de “Lady Madrid”. Leiva siempre responde con un notable alto en intensidad, puesta en escena y rock and roll.

Pero para géneros o subgéneros aún quedaba por vislumbrar la actuación más esperada de la noche. Sin quitar méritos a sus predecesores, C.Tangana salto a su magnánimo escenario para regalarnos un espectáculo muy lejano a cualquier propuesta musical y visual actual.

En una suerte de espectáculo 360, el autor de El madrileño (2021), encandiló desde el primer momento a un público entregado a sus canciones, y todo ello como el nombre de su gira indica, “Sin cantar ni afinar”. Los recursos de apoyo sonoros, como la base funcionando en muchas de sus canciones o el famoso autotune no empañaron el trabajazo y actuación, en el sentido más amplio de la palabra, de toda su banda, compuesta por vientos, guitarras, coros o cantaores/as, incluyendo a un soberbio Niño de Elche.

Tangana y compañía ejecutaron a la perfección un show que fue alternando temas de su celebradísimo último disco, arrancando con “Te olvidaste”, “Cambia” o “Comerte entera”, con éxitos más recientes incluso como “Ateo”, el trap de su anterior etapa con “Yelo”, antes de enfervorizar al respetable con “Demasiadas mujeres”, sentarse en el tiny desk, con “Me maten”, “Ingobernable” o “Los tontos”, revisitar las “Noches de Bohemia”, “No estamos locos” o “El corazón partío” y para volver a su versión más urbana de la mano de “Tranquilísimo” o “Llorando en la limo”.

A estas alturas de la noche, ni el más pragmático del lugar podía mantener la boca cerrada ante la escena que estaba contemplando. Como si de una obra teatral se tratara, y retransmitida desde diversos ángulos y cámaras en pleno directo, la experiencia visual y sonora alcanza cuotas difíciles de recordar y/o comparar con cualquier artista de talla internacional.

Y si a todo esto, le sumas un trabajo que trasciende la música popular española, reinterpretando estilos, consiguiendo unir generaciones y una infinita masa social con gustos personales de lo más variados, que acaba vociferando sus temas como si de un mesías se tratara.

Ahí radica la magia de lo que ha conseguido el querido Pucho, con su aspecto trasnochado, su ostentosidad y su horterísimo. Unir a todo un festival, que diría aquel, coreando sin descanso las celebérrimas “Nunca estoy”, “Tú me dejaste de querer” o la seminal “Un veneno” para cerrar la noche más madrileña de Músicos en la Naturaleza.

Iñaki Molinos

Iñaki Molinos

Redacción