Fotos: Sonorama Ribera

El festival arandino cumplió sus 25 años rodeado de grandes artistas y amigxs en su cartel, la habitual aura que le hace especial gracias a sus incalculables regalos, aunque con más invitados de los deseados a la fiesta. 

Ya comentaba en la previa del festival su director Javier Ajenjo, en el podcast del compañero Criado el Enterado, que para sostener el carácter popular –los precios, hablando en plata- del Sonorama Ribera era necesario e inevitable crecer. Y como hemos visto en los últimos años y en otros tantos eventos, esta dinámica arrastra ventajas e inconvenientes.

En este caso, es loable y más que respetable, querer crecer para mantener un cartel nacional sobresaliente, con numerosas actuaciones dentro y fuera del festival, y la logística diferencial que hace del Sonorama algo realmente especial. La vida y atmósfera que vive Aranda de Duero durante el fin de semana en el centro de la ciudad es impagable, y quizás es ahí donde reside uno de los inconvenientes.

Y que no se me malinterprete. Sabemos que desde hace años es complicado acceder y disfrutar de los conciertos en la Plaza del Trigo o bailar sin apretones en hora punta en la Plaza de la Sal mientras la chavalería te dispara con su pistola de agua de espaldas al escenario, pero se antoja irreversible alcanzar niveles de aforo con los que antaño se podía apreciar alguna que otra actuación.

Todo esto viene a colación del mencionado crecimiento que también se aprecia en el nuevo recinto. En nuestra primera vez en él (segunda después de la edición de 2019), pudimos apreciar la amplitud del mismo pero un considerable aumento de aforo y trasiego de los presentes que hacía ciertamente complicada la fluidez del público antes y después de las grandes actuaciones del festival.

Y aunque he empezado con los contras de este Sonorama Ribera 2022, como he dicho antes, muchos inconvenientes acarrean o vienen arrastrados por grandes beneficios.

Dentro del recinto principal, la organización y logística del festival fue impoluta –al menos durante el viernes y sábado-, incluyendo la reprogramación completa del festival en la jornada del sábado, debido al retraso horario a causa de las fuertes rachas de viento que ponían en peligro la integridad de los asistentes y de un par de zonas del camping. Lo que en cualquier otro festival hubiera supuesto la reasignación y eliminación de alguna que otra actuación de menor envergadura, en Sonorama se tradujo en respeto para los artistas y público que pudieron deleitarse, unos desde encima del escenario y otros desde abajo, de una de las grandes fiestas de la música nacional.

Y una de las características de esta gran fiesta de la música son las habituales sorpresas en forma de concierto a las que nos tiene acostumbrados Sonorama Ribera. En este terreno, no tiene competidor que se le acerque, y como decíamos, quizás para mantener este tipo de detallazos –y satisfacer estas necesidades- es inevitable crecer en los términos anteriormente mencionados.

Y es que encontrarte con el bueno de Leiva, su catálogo interminable de himnos, y la máquina para interpretarlos que es su banda, no tiene precio para cualquier amante de la música en nuestro país. Historia viva de la cultura popular española, con la que muchos crecimos, otrxs lo hacen ahora y los menos rehúsan de él.

Ante mayúscula actuación y regalo, poco se puede decir, más allá de agradecer como público que un festival de tales dimensiones mantenga oculto un nombre en el cartel con el que podría vender miles de entradas extra con las que seguir financiándose, pero aquí es donde reside parte de la esencia del protagonista de estas líneas.

Otra gran parte de esta esencia reside en un cartel plagado de grandes nombres nacionales, y no tan grandes, que se suceden sin descanso desde la mañana a la madrugada por Aranda y el recinto principal, donde el viernes pudimos disfrutar de la propuesta sin parangón de Ángel Stanich y su banda abriendo el escenario principal. En un concierto que no llegó a la hora de duración, y con el sol aun arreciando sobre el cemento, pudimos apreciar el gran estado de forma del artista santanderino, repasando algunos temas de sus anteriores discos, aunque destacando grandes cortes de su último y espléndido disco Polvo de Battiato.

Tras él, animaron la velada, y de qué manera, Emir Kusturica and The No Smoking Orchestra, gracias a su particular estilo plagado de ritmos y sonidos gitanos, con raíces balcánicas desarrolladas en forma de punk, ska, funk o incluso jazz, que hicieron las delicias de una importante multitud que iba poblando el recinto lentamente.

A continuación, el turno fue para Mikel Erentxun, otro mítico miembro del club Sonorama, cuyas apariciones son habituales en el festival, aunque no por ello demasiadas. Gracias a su amplio repertorio y como historia viva del pop, el público gozó y coreó, sin descanso, cada uno de los temas del artista donostiarra.

Shinova, con su habitual ejercicio de pop-rock y un gran poder de convocatoria antes de la citada sorpresa, e Izal, que se despedían de uno de los festivales que les ensalzó como banda –y un megapoder de convocatoria- junto al baile de última hora con los chicos de Danceteria, despidieron un nuevo día para el recuerdo en Sonorama Ribera.

La accidentada jornada del sábado, la vimos arrancar con la fantasiosa propuesta de Rufus T Firefly. Los de Aranjuez se encumbraron en su primera actuación dentro del recinto principal de Sonorama, con un mayúsculo concierto, donde fieles a su filosofía interpretaron casi en su totalidad su último y aclamado disco, El largo mañana.

Tras esta catarsis y un eterno y merecido aplauso final, llegó el turno de los chicos de La M.O.D.A., que jugaban en casa una vez más. Los burgaleses, siempre comprometidos con su tierra, desplegaron su habitual y seductor sonido, que encandila desde hace años a un público entregado que se desgañitó en cada uno de sus himnos, incluidos los de su Nuevo Cancionero Burgalés.

Los héroes del sábado dieron paso a la estrella del día, y seguramente de esta edición del Sonorama Ribera.

Le pese a quien le pese, C. Tangana publicó el pasado año uno de los discos más trascendentales de la música española en las últimas décadas y desde principios de este año lleva presentándolo en directo, con una propuesta sonora y visual totalmente descomunal.

Y en Sonorama no podía ser de otra forma. Ante un mar de público que no tenía fin, El madrileño atronó en Aranda de Duero y se visualizó en su mayor esplendor gracias a la pantalla gigante situada sobre el escenario, que hizo su función como retransmisión del evento, en una de las mejores producciones “cinematográficas” que se recuerdan en un concierto en nuestro país. Pucho y su numerosísima banda se despidieron descorchando el champagne mientras los fuegos de artificiales brillaban en la noche arandina.

Antes de despedirnos un año más de Sonorama Ribera, el festival tuvo a bien obsequiarnos con un nuevo concierto aniversario. Como ya sucediera en 2017, la banda comandada por Charlie Bautista hizo las delicias del respetable interpretando una sucesión de himnos del pop y el indie patrio, con la colaboración vocal de diversos artistas –destacando a un tal Jordi Évole-, la especial mención para Supersubmarina y el recuerdo para Pau Donés, en una preciosa actuación que sirvió como broche de oro a la noche.

Y con este compendio de opiniones, actuaciones y verborrea variadas, me preguntaban ¿volverías al Sonorama?

Sí, siempre se vuelve a Sonorama.

 

Iñaki Molinos

Iñaki Molinos

Redacción