Fotos: Mad Cool Festival
El festival madrileño se establece como uno de los macrofestivales más potentes del panorama nacional con su habitual receta de grandes nombres internacionales, y una amplia variedad de estilos, a lo que hay que sumar una importante mejora en cuanto a logística y funcionamiento.
Tras la interminable pandemia y las numerosísimas modificaciones en su cartel, la pasada semana llegaba a Valdebebas (por última vez) la esperada nueva edición del Mad Cool Festival.
Un festival mirado con lupa desde su creación, que, debido a su ambición y tamaño, ha acumulado tantas críticas como halagos en su corta pero intensa trayectoria en el circuito festivalero de nuestro país. Y este 2022 no iba a ser una excepción.
Los inevitables y dolorosos solapes se hacían más abruptos al comprobar la limitación horaria de un evento que sufrió, al igual que otros de sus antecesores (Tomavistas o Río Babel), el efecto Madrid, tan “libre” para algunas cosas y tan restrictivo para otras, y donde Mad Cool parece que poco tiene que ver al respecto.
Esta circunstancia adquirió un peso fundamental, en lo que a la música electrónica y de vanguardia se refiere, reservada para el ya habitual escenario The Loop, y que al menos por mi parte fue imposible visitar mientras compartía su programación con el resto de grandes escenarios del festival.
Dentro de los aspectos que si quedan dentro del control de Mad Cool, es de recibo destacar la mejora descomunal en la logística interna del festival en cuanto a accesos, recargas de pulseras y sobre todo barras; donde asombrosamente siempre había una persona disponible para servirte. En la otra cara de la moneda, las eternas colas en la zona de restauración –aunque se permitía la entrada de alimentos al recinto- y el pero más importante del festival: la vuelta a casa en transporte público o privado se convirtió en una odisea para muchos espectadores.
Seguramente sea harto complicado gestionar un aspecto como el transporte para un evento de tal magnitud, y puede llegar a ser hasta normal un dilatado tiempo de espera, pero seguramente haya otras maneras de integrar todos los medios de transporte de una capital como Madrid, sin excluir un servicio como el taxi en beneficio de una empresa privada que establece sus precios según la demanda. La ecuación es sencilla: 40.000 personas solicitando un mismo servicio al mismo tiempo, sobreprecio asegurado.
Después de este breve y necesario recorrido por otras cuestiones del festival, centrémonos en lo realmente importante, la música.
El miércoles arrancaba una maratoniana ruta que llegaría hasta el domingo, y que arrancaríamos con la vitalidad y guitarrazos de Yawners en una de las carpas destinadas a bandas de menor calado comercial. Incorporación de última hora, la banda de Elena Nieto, representa una oferta nacional de gran nivel y ciertamente escasa en el festival capitalino.
De ahí saltamos al pop-funk de Alfie Templeman en el escenario más pequeño del festival, que congregó a una importante multitud que disfrutaron del rollazo de este británico de 19 años que nos sorprendió gratamente.
Todo ello antes del plato fuerte e intenso de la noche. Metallica hacían su aparición en el escenario principal aún con el sol cayendo, en la que sería la actuación más extensa del festival, visitando en sus más de dos horas de duración gran parte de su discografía, y aglutinando a un elevadísimo porcentaje del aforo en un concierto notable, donde pudimos comprobar de primera mano el gran sonido del primer escenario, y donde no faltaron clásicos como ‘Nothing else matters’ y el cierre descomunal de ‘Master of Puppets’ acompañado de bocanadas de fuego al borde del escenario y pirotecnia sobre el cielo de Madrid.
Tras la avalancha metalera, llegó la resaca en forma del rock-rap de Twenty One Pilot para amenizar a una gran masa de público que no había hecho más que empezar su aventura en Mad Cool. Concierto correcto en lo musical y una gran puesta en escena, antes de finalizar la primera jornada con el synth pop delicado de los escoceses Chvrches, cerrando el escenario 3, que como en otras ocasiones se convirtió en el escenario de mayor goce del festival, donde podías disfrutar de la cercanía de cualquier banda, negada en los escenarios principales, contando con un sonido, imagen y atmósfera difícil de igualar.
La jornada del jueves estuvo destinada en su totalidad a los dos grandes escenarios del festival. Sin embargo, y como excepción a esta segunda jornada, disfrutamos sorprendidos de la capacidad de convocatoria de London Grammar en el tercer escenario con su sonido de pop ambiental, por momentos armónicos y sustentado principalmente en la gran voz de Hannah Reid.
Posteriormente presenciamos la potente propuesta sonora y escénica de los norteamericanos Imagine Dragons. Con un pop-rock que abraza el mainstream sin complejos, la banda capitaneada por Dan Reynolds cumplió sobradamente el expediente ante una parroquia entregada de inicio a fin, con temas conocidos casi por obligación como ‘Believer’, ‘Thunder’ o ‘Radioactive’.
Para cerrar la noche, el nombre más grande del cartel del jueves correspondía a The Killers. Uno de los iconos del “nuevo” indie rock nacido a principios de los 2000, ofreció uno de los mejores conciertos del festival. Lleno de ritmo y repertorio, la banda de Brandon Flowers, que ejerció un liderazgo indiscutible en su faceta de frontman, arrolló en un show donde dejaron a un lado su íntimo nuevo álbum, para centrarse en los mejores momentos de su ya extensa carrera, destacando las numerosas visitas a su excepcional debut Hot Fuss (2004) que hicieron vibrar a un público que coreó sin descanso himnos como ‘All these things that I´ve done’, ‘Somebody told me’ o la celebérrima ‘Mr. Brightside’.
En resumidas cuentas, un preciso y precioso ejemplo de la ‘línea editorial’ de festival madrileño, lo que nos gusta llamar por estos lares: concierto sello Mad Cool.
Antes de desfilar a casa, paramos a degustar, como si de una lluvia de estrellas se tratara el siempre magnífico directo de Foals en el segundo escenario, que consiguió frenar la sangría de público gracias a su placentero rock de guitarras melódicas y la cautivadora voz de Yannis Philippakkis
Así, llegamos al viernes. A priori -para gustos los colores-, el día con más artistas y estilos con etiqueta “de autor” de toda la semana musical en Valdebebas.
Olimos y sentimos de soslayo el jazz pop de Jaime Collum a pleno sol, antes de encontrarnos con las hermanas Haim, que desplegaron su habitual pop-rock de guitarras en un concierto aclamado por un público que aún recibía el ocaso del día en sus caras, pero que, sin embargo, a un servidor le dejó algo frio en cuanto a ritmo y elección de repertorio.
De vuelta al escenario fetiche (3), nos enamoramos del directo de Phoebe Bridgers. Desde la belleza y personalidad de su interpretación, pasando por su notable banda y un setlist que arañaba el alma desde el inicio.
Dejamos a la buena de Phoebe, para poder presenciar el directo de The War On Drugs en el escenario principal. Uno de los solapes menos entendidos, a mi juicio, del festival, en cuanto a estilo y público objetivo, que tuvimos que saldar de aquella manera. De hecho, con un concierto más que correcto, los de Filadelfia padecieron de un foro que no es el más adecuado para su propuesta musical, el indie-folk con aroma a raíces americanas que tan bien ejecutan en directo debía haber sonado en un espacio más íntimo.
Escenario al que volvimos para recibir el pop ensoñador y agradable de MO, una de aquellas propuestas festivaleras que parecen siempre encajar allá donde vaya, como antesala del concierto más esperado –al menos por el público- de la noche.
Muse saltaban al escenario principal para dar una nueva lección de rock de estadio, después de las recibidas las dos veladas anteriores. Y hay que destacar, que, en este caso, tampoco decepcionaron. Los de Oxford sacaron a relucir toda su artillería sonora desde el inicio, con un su habitual muro de guitarras, por momentos metaleras, y una de las escenografías más espectaculares del festival, marca de la casa. Uno de esos complementos que pueden resultar vacuos en muchos casos, pero no el caso de los ingleses, que lo emplean como un elemento más de su show.
A pesar de no estar viviendo sus mejores momentos compositivos (algo similar al resto de cabezas de cartel), el repertorio de éxitos del trio es inagotable, y la presencia y actitud de Matt Bellamy sobre el escenario, sobresaliente. Su sonido de rock armónico alcanza con frecuencia el concepto de lo épico con monumentales temas como ‘Supermassive black hole’, ‘Uprising’ o el emocionante ‘Starlight’ coreado por una multitud interminable. Puedes gustar o no de Muse, pero es imperativo citarse con ellos en directo al menos una vez en la vida.
Otros a los que cualquier amante de la música no debe perderse en directo es a Parcels. Con apenas dos discos a sus espaldas, la banda australiana ha alcanzado una condición de tótem contemporáneo en la música pop de baile. Disco, funk o soul suenan sin descanso en un directo totalmente fascinante donde no puedes para de moverte y tu mente se transporta a tiempos pretéritos donde esta propuesta era la dominante. Una auténtica ambrosía, que diría aquel.
Llegamos, no sin dificultades, a la cuarta y última etapa de Mad Cool 2022. Y digo última, en mi caso, porque la jornada del domingo me pareció definitivamente inabarcable.
Es destacable y de agradecer la extensa propuesta musical ofrecida este año por el festival, pero creo que funcionaria mucho mejor, para el disfrute de la música, otro tipo de fórmula que no te haga desplazarte un día más hasta el recinto a pesar del menor número de grupos y horario reducido.
Dejando a un lado las lamentaciones, el sábado acudimos directos a beber de un clásico como Pixies. En un caso similar al de The War On Drugs, en cuanto a poder de convocatoria, los otrora padres del rock alternativo, arrancaron con potencia y gran sonido desgranando su extenso repertorio y mostrando un gran estado de forma. Mientras sonaban grandes clásicos como ‘Where is my mind’ o ‘Here comes your man’, el público fue desfilando hacia otra propuesta infalible.
Kings of Leon ofrecieron su habitual espectáculo basado en un sonido que aún sigue resultando genuino dentro de la generación de los 2000, y creciendo sobre un sólido setlist fue reclutando a un público ávido de energía y con ganas de cantar a pleno pulmón estribillos coreables como los de ‘Waste a moment’, ‘Use somebody’ o la mítica ‘Sex on fire’.
De allí saltamos a uno de los conciertos más estéticos sonora y visualmente del festival. Otra de esas bandas infalibles es Editors y así lo demostraron la noche del sábado.
Los de Birmingham metieron al público en su concierto desde los primeros acordes, con su poderoso vocalista Tom Smith a la cabeza y una extraordinaria y engrasada banda, regalaron un preciso setlist combinando grandes clásicos con temas recientes de su disco aún por estrenar.
Antes de que finalizara el show de los británicos, asomamos la cabeza al escenario principal donde el pop embelesado de Florence and The Machine copaba la atención de la casi totalidad del festival, en otro de los solapes más protestados por el respetable. El proyecto de una siempre agradecida Florence Welch hizo las delicias de un Mad Cool que empezaba a despedirse de su 5ª edición.
Por último y como contraste final, nos deleitamos con el dúo de hard rock Royal Blood, que gracias al tremendo sonido que alcanzan con bajo y batería, haciendo agitar la cabeza de arriba a abajo a un público que llenó mucho más que en noches anteriores la última actuación programada en el segundo escenario.
Punto y final a una edición del Mad Cool Festival que será recordada, por encima de muchas otras cosas, por la música. Y eso quizás sea el máximo éxito de un festival.
Iñaki Molinos
Redacción