La artista mallorquina y la banda de Aranjuez brindaron dos conciertos excelsos dentro del ciclo Tomavistas Extra, celebrado en el recinto Ifema Madrid, anticipando el enclave donde se celebrará el próximo año el Festival Tomavistas 2022.
Después de año y medio de pandemia e incontables simulacros de lo que antaño llamábamos concierto, el pasado viernes nos pudimos aproximar -de lejos- a la famosa luz al final del túnel. Y es que si algo hemos de destacar de esta nueva versión del Tomavista Extra (continuación de la que se celebró en el mes de mayo en el Parque Tierno Galván), fue la cercana sensación a la tan manida libertad de la que tanto se habla para el resto de sectores socioeconómicos, a excepción del marginado sector musical.
Respetando en todo momento las normativa y medidas exigidas, el respetable pudo disfrutar de la música en directo en un recinto acogedor, un sonido nada desdeñable, amplísima zona de terrazas y espaciosas y desocupadas barras para pedir tu consumición. Chapó, una vez más, para la organización de un festival querido por su público por razones como estas.
Pero vamos al lío. Maika Makovski y su tremebunda banda fueron los primeros en saltar al ring en una noche plagada de rock and roll, en todas y cada una de sus vertientes.
Para presentar su nuevo disco, MKMK, colmado de eclecticismo difícil de encontrar en el actual panorama nacional, Maika y compañía desbordaron energía, guitarras y melodías arrasadoras en cada uno de los temas que interpretaron.
Arrancando con el sonido indie rock de temas como ‘Reaching out to you’, la distorsión controlada de ‘Scared dirt’ o el punteo hipnótico de ‘Purpose’, la banda fue entrando en calor mientras la jefa de todo aquello iba intercambiando instrumentos a cada paso, dando una modesta lección de su versatilidad encima del escenario. Y si a esto le sumas la simpatía, amabilidad y complicidad con el resto de su equipo, es difícil que la receta no salga deliciosa.
El concierto avanzaba mientras se intercalaban temas de sus anteriores discos, como ‘No news’ o ‘Language’, con nuevos cortes, como el emotivo y superlativo ejercicio de americana de ‘Places where we used to sit’. Momento lacrimógeno y de inflexión en un concierto que encaró su recta final alternando enormes secuencias de rock progresivo, sonidos alternativos –‘Love til I die’– incluso orquestrales, hasta acariciar el rock-blues garajero y despedirse con la beatleaniana y coral ‘I live in a boat’.
Concierto redondo y arrollador de una artista que ha alcanzado la plenitud discográfica con su reciente trabajo, ejecutado a las mil maravillas en directo.
Una plenitud discográfica que parece que alcanzaron en su día los segundos contendientes de la noche, Rufus T Furefly, con la dupla de Magnolia (2017) y Loto (2018). Sin embargo, en la noche del sábado, los de Aranjuez nos brindaron en directo su próximo y esperado lp, El largo mañana, que verá la luz el próximo noviembre.
Una práctica que llevan ejerciendo durante todo el verano, algo “poco comercial” en palabras del propio Victor Cabezuelo, y que sirvió para hacernos una idea –a grandes rasgos- de lo que podremos escuchar en un par de meses. Y digo a grandes rasgos, porque el ejercicio, además de rompedor es arriesgado, sin la pausa o el sosiego que demanda la escucha de un disco desde el punto de vista más conceptual. Concepto del que hizo alegato la propia banda, en formato físico concretamente, alejándose de la fugacidad del momento y todo lo que rodea a lo digital.
En un concierto más que notable, teniendo en cuenta la puesta en escena descrita, Rufus sacó a relucir su artillería desde el primer minuto.
Como si de un equipo de la NBA se tratase, fueron saltando al escenario cada uno de los integrantes de la banda, articulando una fantástica introducción que sirvió como muestra de lo que nos esperaría el resto del concierto.
El habitual peso de los sintes, sumado a los potentes teclados y la magnánima batería de Julia, tienen un invitado especial en forma de percusión en esta nueva etapa de la banda.
Desde el inicio, las melodías calmadas daban cierto barniz de madurez al nuevo disco de los ribereños. Sostenidas sobre un sonido soul setentero, para tranquilidad de unos y consuelo de otros parecieron sonar en una línea continuista de la psicodelia sosegada de su anterior entrega.
Las enmarañadas y cripticas letras de Victor alcanzan un punto más de jerarquía gracias a su interpretación vocal, como ya se atisbaba y se confirmó en ‘Torre de marfil’, primer single del álbum, que hizo vibrar –literalmente– el recinto gracias a la intensidad y el crescendo de su armonía.
‘Me has conocido en un momento extraño de mi vida’ otro de los nuevos temas, con aromas de pop psicodélico y arpegios bien empapados de funk hizo las delicias de un público que sabía a lo venía. A cada escucha respetuosa le acompañaba el aplauso correspondiente en cada corte.
Después de esta delicia, con reminiscencias a Mac DeMarco, pudimos escuchar su tercer adelanto, ‘Polvo de diamante’, otra de las canciones que a la postre más parece variar respecto a sus antecesoras. Fundamental peso de la percusión, embriagadora línea de teclados y su imponente voz para justificar sin discusión su elección como carta de presentación.
‘El hombre de otro tiempo’, otro de los cortes más aclamados, llenó de guitarrazos la noche. Rufus en su vertiente más rock, y un groove ensoñador, para desembocar en un final pausando y de tintes intimistas, con la colaboración de Anni B Sweet en el también conocido ‘Lafayette’, antes de regalar a un agradecido público unos apabullantes bises. La superlativa –y me atrevería a decir insuperable- ‘Nebulosa Jade’, la embaucadora ‘Un breve e insignificante momento en la breve e insignificante historia de la humanidad’ con ambiente disco y la apoteósica ‘Rio Wolf’ pusieran la guinda definitiva al pastel.
Protagonistas de gala para una noche con atisbos de una normalidad que está tardando demasiado en llegar. De una forma u otra, siempre nos quedará Tomavistas.
Iñaki Molinos
Dirección y redacción