El cuarteto firmó un concierto notable en la primera de las dos noches en las que Vamos a volvernos locos pasaba por la sala La Riviera. Un repertorio apabullante, protagonizado por su último trabajo, y su habitual puesta en escena hicieron olvidar una acústica que recordó a los peores años del mítico enclave madrileño

 

Dos rivieras repletas desde hace semanas son un buen indicativo para medir la temperatura de una banda como León Benavente. Acumulados en el saco del nuevo indie español que navega cómodo a toda vela por cualquier festival o sala de nuestra geografía, el cuarteto de Luís Rodríguez, Edu Baos, Abraham Boba y César Verdú resultar hablar un idioma diferente –casi extinguido como ellos mismos citan- y lo que en su día se planteó como un mero entretenimiento hoy se ha convertido en su forma de sobrevivir, un plan perfectamente improvisado.

Su reciente trabajo, Vamos a volvernos locos, ha sido un nuevo golpe encima de la mesa, convirtiéndose en uno de los firmes candidatos a encabezar la cosecha nacional de este 2019, y su representación en directo no se queda atrás, a pesar de las limitaciones sonoras que pudiera conllevar considerando las orientaciones sintéticas de la banda.

Esta misma impresión pareció causar entre un público que abarrotaba, como las grandes noches, la clásica sala madrileña. El primero de los asaltos atemperó la gélida noche a base de nuevos cortes como “Cuatro monos”, “Amo” o la sutil oda a la resistencia en la que se convierte “Como la piedra que flota”, “Mano de santo” o clásicos atemporales, como “La ribera”, que ensalzan, aún más si cabe, la figura de una banda diferencial.

En los tiempos que corren, es fácil dejarse llevar por la deriva festivalera y clónica del panorama, de ahí la importancia y eterna recomendación de visitar las giras por salas de cualquier grupo –con un mínimo de aptitud y/o actitud-. De esta manera, puedes disfrutar de medios tempos tan deliciosos como “Ánimo, valiente” o “Estado provisional”, de su primera referencia, apreciando de una tacada lo heterogéneo –a la par que auténtico- del sonido León Benavente, antes de volver a aterrizar de nuevo en 2019 con “No hay miedo” y “Volando alto”.

Aunque tampoco hay motivo para menospreciar la munición que suponen los estribillos gritados por un Boba al que se vio perfectamente aupado en su papel de agitador, colaborativo –sin excesos- con un público que no se cansó de cantar y desinhibirse durante el carrusel que conformaron “Aún no ha salido el sol”, “Tipo D”, “California” y “Disparar a los caballos”. Finalizando el acto y retirándose a camerinos de manos de la auto-paródica y ya popular “Ayer salí”, amada entre los fieles y odiada entre los detractores. De los últimos había más bien pocos.

Para arrancar el correspondiente bis, nos regalaron “La canción del daño”, una de las joyas de su nueva corona, que te vuelve a golpear contra el suelo con uno de los textos más cruentos –a la vez costumbrista- que se les recuerda.

Alcanzando el definitivo fin de fiesta con la vitoreadísima “Ser brigada”, donde se pudo vislumbrar la fidelidad de un respetable que la eleva a canción de culto –recordemos que se trata de su primer álbum de 2013- y su natural sucesora “Gloria”, para alcanzar la cima y volver a descender en apenas cien minutos de concierto.

Una nueva lección de rock alternativo en directo que les asienta en el podio de una generación agradecida, pero acostumbrada a otro tipo de producto. Benditas excepciones.

Iñaki Molinos

Iñaki Molinos

Redacción

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Emi Picazo

Emi Picazo

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