Tras tres ediciones de desgracias, cancelaciones y problemas logísticos, por fin pudimos disfrutar de una edición sin sobresaltos en la que el festival dio un paso atrás, en cuanto a asistencia de público y espectacularidad en el cartel -lo del año fue cosa de locos-, para tomar impulso y dar el salto definitivo en dirección a la tan ansiada excelencia en esta cuarta entrega
Con la lupa siempre sobre su nombre, Mad Cool Festival nos ha vuelto a ofrecer un cartel más que envidiable para cualquier amante de la música en directo, independientemente de cuales sean sus gustos, vicios y virtudes.
Ante un aforo más reducido que el año pasado y una asistencia que ha menguado casi a la mitad, la comodidad y aspectos logísticos que en el pasado se convirtieron en auténticas pesadillas para la organización, han dado paso a un festival enormemente accesible a todos y cada de sus servicios, entre ellos el más importante: la magia de la música en directo.
Así, era fácil trasladarse entre los diferentes escenarios y saborear cada uno de los directos desde zonas de alta visibilidad sin necesidad de remangarte y meterte en el fango.
Y es que escuchar, ver y casi masticar a un artistazos como Bon Iver a escasos cinco metros del escenario es un regalo imposible de rechazar. El norteamericano era el plato principal de la noche del jueves, y se erigió como el gran triunfador de la jornada gracias a su habitual mezcla de folk de cantautor y electrónica, con matices casi de música experimental. En un inicio de show íntimo y delicado, el de Wisconsin ofreció gran parte de su repertorio más reciente, basado en su último largo hasta la fecha 22, a Million (el próximo 30 de agosto tendremos nuevo material), mientras el público empezaba a abarrotar el escenario principal del recinto.
No hay que obviar que la propuesta de Justin Vernon no es del todo idónea para presentarse en un festival de gran formato, y es que a pesar de ser un habitual en los mismos, parecía no ser la hora ni el lugar para desplegar su cuidada y perfeccionista visión de la música.
A pesar de ello, la capacidad de Bon Iver para trasladarte a paisajes plenamente etéreos, explorando los límites de la emotividad gracias a la mixtura de raíces y antenas es abrumadoramente diferencial.
En un segundo acto sublime donde tomaron el relevo las piezas de sus dos primeros trabajos y la atmósfera se tornó en ese folk embriagador capaz de ponerte un nudo en la garganta desde el primer acorde de temas como el coreado y respetado “Skinny love”, la conmovedora e “Holocene” o la mágica “For Emma”, elevando al cubo una vez más su hipnótica y talentosa voz.
Antes nos habíamos empapado del rock sofisticado de Iggy Pop, sustentado en una banda arrolladora que permite al eterno frontman campar a sus anchas, como pez en el agua agitando las masas mientras caía el sol sobre el recinto madrileño. Clásicos como “Iwanna be your dog” -The Stooges-, “The Passenger” o “Lust for life” sirvieron para prender la mecha en un inicio abrasador del de Michigan. Es difícil calificarlo de actitud, cuando realmente parece una necesidad del propio Iggy, pero lo que no deja de ser cierto es que su directo envidiable y para todos los públicos es una auténtica lección de profesionalidad.
El combo de clásicos -en este caso contemporáneo-, seña de identidad de Mad Cool, lo completó el mayor de los hermanos Gallagher. Noel Gallagher presentó en directo su tercer disco junto a sus High Flying Birds: Who built the moon?
Tras una primera parte correcta, concisa y con un sonido impecable de la mano de su último y destacado trabajo, Gallagher reservó la artillería para un tramo final apoteósico y conmovedor con el nombre propio de Oasis como bandera. Himnos como “Wonderwall”, “Stop crying your heart out” o “Don´t look back in anger” coreados por una multitud hambrienta nos hicieron recordar a la última gran banda de rock and roll del siglo XXI
Pero si alguien se llevó el galardón de actuación de la noche, esos fueron Vampire Weekend. La banda newyorkina, hijos del indie de principio de siglo vinieros a presentar su nuevo y fresco trabajo Father of the bride (2019) además de recuperar sus canciones mas populares, para el regocijo de un público que a esas alturas de la noche del jueves ya estaba empezando a romper motores.
Y es que el grupo liderado por el acicalado Ezra Koenig –no se le vio sudar una gota- facturó un concierto plagado de variedad de ritmos y subgéneros de la música popular que mantuvo conectado al respetable de principio a fin. Indie pop-rock, pop barroco –“Sunflower”-, armonías caribeñas –“White sky”, o el cuasi surf pop pegadizo y emotivo de nuevos temas como “This life”, acompañados de un sonido e intensidad digna de mención, agitaron una coctelera con la que terminaron sirviendo disparos en forma de folk-rock –“Worship you”-, el punk-pop –“Cousins”- o su mayor éxito hasta la fecha, el desenfrenado y coreado “A-Punk”.
La jornada del viernes, quizás la más variada en cuanto a contenido y gustos –el eclecticismo siempre fue uno de los puntos destacados en el festival madrileño- tuvo tres protagonistas claros, aupados a lo más alto del line up.
La banda norteamericana The National fue la primera en aparecer en escena sobre el escenario principal del festival madrileño. Al igual que ocurriera la noche anterior con Bon Iver pero en mucho menor medida, y aunque sea un grupo habituado a encabezar festivales a lo largo y ancho del mundo, parece no ser a priori el mejor lugar para defender su directo, sin embargo, si a alguien le quedaba alguna duda, difícil será que la siga manteniendo.
Los de Ohio dieron una lección de templanza y sobriedad, con un repertorio que repasó en una importante medida las canciones de su nuevo álbum I am easy to find (2019) –uno de los mejores de su extensa carrera-, acompañados del importante componente coral con el que cuenta este trabajo trasladado al directo en su parte inicial –“You had your soul with you” o “Quiet light” para tornar hacia ese territorio sinérgico que han hecho propio gracias a cortes como “The day I die” o “The System only dreams in total darkness” donde la distorsión contenida de las guitarras y las bases rítmicas te invitan a entrar en un estado plenamente anestésico.
Pero nada más lejos de lo normal. Ante una multitud que daba claras muestras del peso de la banda en cuestión, su alma mater Matt Berninger ofreció una master class de frontman del siglo XXI. Cercano a la cincuentena y con una elegancia y compostura genuina, no dudó en abrazar al público nativo, cantar entre ellos y hacer equilibrios sobre las vallas de seguridad mientras entonaba sus oscuras y emocionantes composiciones.
Una catarsis caótica de elementos antitéticos que se estalló en pura ficción con cortes clásicos de la banda como una turbadora “Fake empire” o la seminal “Mr November”.
Otra de las bandas vencedoras de la noche –premio muy repartido en esta jornada- fue The Smashing Pumpkins.
La banda comandada por Bill Corgan no se anduvo con contemplaciones y ofreció un concierto directo y placenteros para un público sediento de sus grandes éxitos del pasado –mucho mayores que los del presente-. Acompañados de una ostentosa pero atrayente escenografía, la banda de Chicago, adalid del rock alternativo en los años 90, derribó la barrera del tiempo gracias a cortes como “Siva” o “Zero” en sus compases iniciales para el júbilo de un agradecido y maduro público que suele acudir a esta fecha festivalera.
A pesar de decrecer en su tramo central, la intensidad de su actuación se mantenía viva gracias a la emotividad y el buen hacer de la banda en temas metaleros como “Bullet with butterfly wings” la preciosista y siempre emocionante en la voz de Corgan “Disarm”, o su ópera magna “1979”. Abrazos, bailes y alguna lagrima escapándose por la puerta del pasado…
Todavía hubo tiempo para un final apoteósico y enternecedor a partes iguales de la mano de “Tonight, tonight” o una desgarradora e icónica “Today”, donde todos y cada uno de los asistentes pudieron palpar la atmósfera grungera que invadía la noche. Nuevo movimiento ganador de Mad Cool 2019 y de la bendita y necesaria nostalgia.
Finalmente, por orden cronológico, el tercero de los vencedores de la noche correspondió a la banda nacional con más renombre del cartel.
Vetusta Morla dejó el pabellón bien alto, y sólo les hizo falta lo que llevan practicando desde hace casi dos años que comenzó la gira de su último trabajo Mismo sitio, distinto lugar (2017): profesionalidad, humildad y talento. La primera de ellas la atesoran muchas bandas, y es difícil de mantener cuando todo lo que tocas lo conviertes en oro, la segunda no tanto y suele menguar según crece tu popularidad, y el tercero suele ser innato, pero en esto de la música ha quedado demostrado que si se quiere se puede seguir cultivando.
Y es que esta combinación ha seguido en aumento en los últimos años, y quedó patente en su ciudad, Madrid, donde sacaron a pasear la maquina arrolladora en que se ha convertido su directo. Sin un segundo que perder comenzó el carrusel con “Deséame suerte” o “Golpe maestro” con el que pusieron a bailar a la multitud que se agolpaba en el escenario principal. Momentos de tristeza y sensibilidad –“Maldita dulzura”, “Copenhague”-, folclore -23 de junio-, homenaje –“La vieja escuela”-, rock and roll –“Fiesta mayor”- o la épica hímnica coreada por el respetable de “Sálvese quien pueda” –con dedicatoria incluida al nuevo alcalde de la ciudad- y la enérgica y extenuante “Valiente”, para despedirse con su pieza maestra, “Los días raros”, resonando en el cielo de Madrid.
El último de los días del festival madrileño tenía un protagonista inequívoco, que copó gran parte de la franja principal de la noche, y no eran otros que The Cure.
La banda capitaneada por Robert Smith era el nombre más grande del cartel y cumplía la doble función de hacer de la última jornada la más multitudinaria de las cuatro que hemos vivido este año, y de poder ver a otra de las bandas más míticas del pasado siglo que sigue en activo después de más de 30 años.
Y es que si de algo puede presumir el Mad Cool en estos cuatro años es de haber traído a la capital española lo más granado de la música internacional. Desde Neil Young, pasando por Foo Fighters o Pearl Jam, la cuota de 2019 estaba cubierta principalmente por la banda británica, y como suele ser habitual en la cita madrileña no defraudaron.
En un show que superó las dos horas de duración, The Cure supo mantener el ritmo necesario para mantener en vilo a los más agnósticos y saciar el apetito de sus más fieles. Guitarras afiladas, órganos góticos y melodías oscuras acompañadas de la característica voz y habitual pose teatral de Smith para una primera parte que transcurrió entre la quietud y las expectativas rebasadas gracias a temas como “Plainsong”, la preciosa melancolía de “Pictures of you” o “Lovesong” de su afamado disco Desintegration (1989).
La capacidad de mantener la tensión y dosificar el extenso repertorio de la banda es una de las claves de sus directos, y en la noche del sábado volvieron a demostrarlo, alternando canciones menos célebres con combos ganadores –“In between days” o “Just like heaven”- mientras la actuación avanzaba hacia un desenlace inevitablemente épico a falta del gran fondo de armario que aún quedaba por revelar.
Agotando el tiempo reglamentario con “Desintegration”, los de Crawley encararon la extensa prórroga con la tranquilidad del que sabe que ganará el partido por goleada.
Las telarañas se cernían sobre el escenario mientras sonaba “Lullaby”, la gente votaba con “Friday I´m in love”, bailaba al ritmo inconfundible de “Close to me” y vociferaba el primigenio y mítico “Boys don’t cry”. Otro pedacito de historia de la música paseándose por Mad Cool.
El post-rock de Mogwai, sostenido sobre sus maravillosas guitarras pesadas, la omnipotente línea de bajo y los devaneos sintetizados hizo las delicias del respetable en uno de esos conciertos que son difíciles de situar en un festival, pero cuya propuesta se agradece en los tiempos que corren. La idas y venidas melódicas de la banda escocesa se cerraron con una fascinante “jam session” de distorsión apta para cualquier persona que ame esto de la música –“We´re no here”-.
La tarde había comenzado con una de las nuevas promesas del soul británico sobre el escenario Comunidad de Madrid. Jorja Smith conquistó a un público que copaba el recinto desde primera hora –el calor ofreció una tregua- gracias su impresionante voz y una buena mezcla de estilos que por momentos derivaban hacia el funk y el R&B más bailable.
La representación española del día quedó en manos de Delaporte y su electropop cuidado y vibrante que congregó a una autentica jauría de seguidores en el escenario Mondo Sonoro, que no paró de corear y agitarse al ritmo bailable que impuso el dúo durante su breve pero intensa actuación.
Nos despedimos de la cuarta edición de Mad Cool con el rock and roll de los hermanos Kiszka –y su amigo Danny Wagner-, más conocidos como Greta Van Fleet, que demostraron que han llegado a este mundo –el de la música- a perpetuar la especie. Con un mimetismo desmedido con los mismísimos Led Zeppelin -que no ocultan-, sus riffs de guitarra y la imponente y aguda voz de su frontman no dejan títere con cabeza en cada una de sus composiciones. Cabezas agitadas al viento y air guitars entre un público encantado de haberles conocido, que vibraron con canciones de sus dos únicos discos como “Flower power” o “Highway tune” en la primera actuación de la banda de Michigan en suelo español.
Un cartel menos espectacular que en otras ocasiones -por un mero hecho de agenda- y una menor asistencia de público dejaron ver, definitivamente, las virtudes de este macrofestival llamado a ser desde su creación en uno de los más potentes del panorama nacional. Aún queda mucho por trabajar, y demostrar que todo este progreso podrá ser efectivo con un festival completo de aforo y grandes mastodontes de la música internacional paseándose a todas horas por el Espacio Mad Cool. Las primeras piedras han tardado en agarrar, pero ya sirven de base para un futuro prometedor.
Iñaki Molinos M
Redacción
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