El Teatro Barceló de Madrid fue testigo de una doble sesión del mejor rock psicodélico de raíces andaluzas de la mano de Quentin Gas & Los Zíngaros y Derby Motoreta´s Burrito Kachimba en uno de los últimos conciertos del ciclo Sound Isidro
Nunca fue cuestión baladí el influjo del rock andaluz y las sonoridades sureñas en la música popular española. Y obviando las bandas ya míticas del género -Triana, Smash…- es innegable el rebrote y renacimiento de nuevas tendencias progresivas e innovadoras, como las dos bandas que cultivaron en la noche de ayer nuestros oídos gracias a afilados punteos, narcóticos riffs de guitarra, influjos electrónicos y avasalladoras bases rítmicas.
Quentin Gas & Los Zíngaros beben de la tradición andaluza y la salpican con maestría sus canciones con aromas orientales asentados más allá del estrecho.
La propuesta de los sevillanos fue la encargada de abrir la noche y sirvió para sobrecoger a una sala que se fue llenando progresivamente para acompañar al cuarteto a través de un viaje panorámico de desiertos sonoros capaces de imbuirte en la hipnosis y los ritos chamánicos de la psicodelia, el rock progresivo y los ritmos y programaciones electrónicas más paranoicas.
Los horizontes arábigos en forma de sintetizadores no son impedimento para ver progresar y agigantarse a cada uno de sus temas gracias a los devaneos eléctricos de su guitarrista (y voz) y la caja golpeando sin piedad en tu sien.
Cada una de las piezas interpretadas en la noche del jueves por Quentin Gas & Los Zíngaros funcionaban a modo de actos teatrales, en una suerte de ciclo natural en el que cada canción nacía, maduraba y germinaba, dando lugar a un nuevo universo en el que confluían mares psicodélicos y rock pesado junto al cante flamenco transgresor de su vocalista en algunas ocasiones o el registro más agudo y pop en otras.
“Desierto roso”, protagonizada por la faceta más frontman de Quentin y capas de voces en repeat que hacían alcanzar cierta apoteosis continuada entre el público, o las pinceladas de stoner y hard rock convergiendo en la electrónica más narcótica aderezada con mensajes instigadores –“vamos a bailar hijos de putas”-, nos guiaron hasta zonas de rock andaluz ciertamente conocidas, de la mano y voz de Dandy Piraña -DMBK-, para clausurar definitivamente su función con “Mala puñalá” y su derivación final en un electroindie algo desconcertante.
Y si de muy buen gusto fue el primer plato de la noche, la degustación del principal hizo las delicias de un público ávido por paladear el sonido de una de las bandas llamadas a portar la nueva bandera del rock en nuestro bendito país.
Aunque podríamos decir, a priori, que Derbys Motoreta’s Burrito Kachimba juegan en la misma liga, grupo y categoría que sus vecinos Los Zíngaros, lo cierto es que sus realidades son desiguales en cuanto al ámbito musical se refiere.
Con tan sólo un disco en el mercado y prácticamente un año de trayectoria, la banda encabezada por Dandy Piraña, parece tener claro su punto de partida, distanciándose en muchas ocasiones del ámbito más experimental, pero bebiendo de una premisa clara que fusiona a la perfección el rock andaluz y el progresivo de los años 70, como si de un híbrido se tratara de Triana y Led Zeppelin -salvando las distancias- pero con personalidad propia, y pujante. En esta amalgama sonora no hay que olvidar los latidos psicodélicos al más puro estilo King Gizzard & the Lizard Wizard sustentados en la importancia de los teclados y sintetizadores a cargo del siniestro Von Máscara.
Una estructura musical que forja en cada una de sus canciones unos sólidos mimbres para convertirse en esa gran banda de rock, dentro de un nicho de género escasamente habitado, donde su potencial puede llegar a crecer exponencialmente en aras de su progresión artística futura. Como casi siempre, sólo el tiempo lo dirá.
A todo lo anterior se suma la voz prodigiosa y juvenil de su vocalista y el aire kinki y macarra de su puesta en escena en directo, mucho más espectacular si cabe que su grabación homónima de estudio. El arranque macabro y las melodías navegables de “The New Gizz”, ancladas en un virtuosista rock progresivo daban cuenta desde el inicio del potencial arrollador de la banda, acompañado por el impacto visual de las pasiones y el fenómeno fan que abarrotaba el Teatro Barceló para su actuación.
Guitarras pesadas y afiladas, gracias a la congregación de dos de sus miembros a las seis cuerdas, riffs demoledores y cautivadores, líneas de bajo solventes y fases psicodélicas con aires Doors, para estallar constantemente en una cima resonante espectacular, manteniendo una intensidad verdaderamente asombrosa.
Programaciones y sintetizadores rugiendo para montar a lomos del “Aliento de dragón”, maravilloso corte con el que se dieron a conocer, guitarras arañadas y solos virtuosos –“Samrkanda”-, la ópera “santa” de “La piedra de Sharon”, que funciona a modo de procesión purista hasta explotar en uno de los máximos exponentes de su kinkidelia y culminar definitivamente con el himno ceremonial “El salto del gitano”, rock duro progresivo, ecos hipnóticos, desinhibición y apoteosis anárquica de principio a fin.
Incendiario e impactante directo para una de esas bandas que toca seguir muy de cerca.
Iñaki Molinos
Redacción
La honestidad no es una virtud, es una obligación.