Asistimos al concierto del compositor Ólafur Arnalds el pasado jueves, 12 de marzo, en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid

Con los compositores contemporáneos que escriben dentro del sistema tonal sucede, a menudo, que no sabes donde catalogarlos. El islandés Ólafur Arnalds es un compositor con casi tres millones de oyentes mensuales en Spotify y que además participa de Kiasmos, dúo techno experimental que comparte con Janus Rassmussen. Aun así, ya sea por el componente cinéfilo, por la escucha activa durante sus espectáculos, el componente instrumental o el factor ambiental, cuesta decir que se enmarca en la música popular. ¿Puede Ólafur considerarse música clásica, si acaso llega tres siglos más tarde? ¿O tal vez música de tradición escrita? En cualquier caso, su estrecha relación con el mainstream casi podría identificarlo más con un público y un consumo masivos.

Desde luego, el concierto que dio el pasado martes, 12 de marzo, en el Teatro Nuevo Apolo, estaba mucho más cerca del Auditorio Nacional de Música que de la Joy Eslava, y más concretamente de su sala de cámara: sobre el escenario, un piano de cola, dos pianolas, algún sintetizador, percusiones y un cuarteto de cuerda se disponen de una forma más que experimental. La escenografía, el temple o la pose recuerdan a Max Ritcher, pero su música quizás esté más cerca del «In C» Terry Riley, a algún estudio de Ligeti en cuanto a minimal, o a la inspiración natural de Messiaen, si bien utiliza dichos recursos como embellecimiento y no como corrientes estéticas.

A Ólafur no le gustaría enmarcarse en ninguna tendencia artística, puesto que es mucho mas provechoso investigar con todas. Así, con una iluminación brumosa y brillante, viajamos desde lo más clásico hasta lo más experimental: sonidos pre-grabados o hasta la propia inmersión del público dentro de una de sus piezas, a los que hizo cantar un la y un mi para insertarlos mientras él tocaba. Todo ello aderezado con pequeñas dosis de humor en los pequeños intermedios, en los que ase apreciaba que el islandés adolecía de la vanidad del compositor. Así, el contraste no hace más que mostrar las numerosas influencias que colman al artista. Desde obras antiguas como “Árbakkin” de su disco “Island Songs” (Mercury KX, 2016), hasta las piezas de su nuevo álbum “re:member” (Mercury KX, 2018), en el cual su flirteo con la electrónica y el ambient es aún mayor.

Así, el islandés nos muestra que no es complicado mantenerse a caballo entre la música de tradición escrita y el pop, si acaso existen los conceptos fuera de lo abstracto: mientras que Arnalds, en el centro de la representación, acude con ropa casual, los cinco músicos que vienen con él visten de negro como en las orquestas. Casi da hasta vergüenza aplaudir entre “movimiento” y “movimiento”, pero al final te percatas de que ha actuado en algunos de los festivales españoles más masivos (como el Sónar) y acabas por hacerlo.

Cuesta creerlo, por Ólafor Arnalds es un músico que ha logrado insertar la música académica en la historia en el mainstream. O, al menos, con su llegada a España, pues internacionalmente estos discursos se encuentran mucho más difusos. Sin embargo, ¿hay algo más mainstream históricamente que la tradición escrita? El repertorio canónico sigue siendo infranqueable.

Marta España

Marta España

Redacción

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Javi García Nieto

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