Tercera jornada de MAZ Basauri protagonizada por La Casa Azul y Chico y Chica
Alegría: dícese de un sentimiento grato y vivo, incluso revestido según la RAE de irresponsabilidad y ligereza. Como las canciones de La Casa Azul, la futilidad esconde a menudo otras caras que pueden no verse a simple vista pero todo es rascar un poco y ahí están: la preocupación, el desengaño, el «y ahora qué».
Como en una canción, la tercera jornada de MAZ Basauri (puedes consultar las dos anteriores aquí) empezó más suave, con la entrada de Chico y Chica calentando motores enfundados en caretas y su sorna con temas como ‘Un, dos, tres, orgasmo’ y sus aires de tango, ‘No me preguntes la hora’ a lo Madonna ochentera y con más petardeo o ‘Tú que sabes’ porque «tiene que haber baladas en la vida».
El dúo de Bilbao es fiel a su electropop y su directo asemeja más una puesta en escena de ese ánimo despreocupado y frívolo que un concierto propiamente dicho; así que nos quedamos por tanto con sus discos a la espera de tener una nueva oportunidad de verlos sobre el escenario.
El plato fuerte de la noche era La Casa Azul, que saltó a la palestra a las 23.05 y ofreció un concierto de más de dos horas lleno de hits, buenrollismo, baladas y ese algo más que a los curiosos por naturaleza nos gusta escudriñar en las letras vestidas de informalidad pero que guardan puñales bajo el dobladillo.
Mientras en pantalla se proyectaban montañas comenzaba el viaje a través del universo de color de La Casa Azul mediante ‘Podría ser peor’. Un arranque a todo gas con el arsenal escénico acostumbrado: auriculares, gafas futuristas y los músicos distribuidos en dos alturas, con el DJ y la sección de viento, una de las protagonistas más notables del concierto, arriba.
La formación capitaneada por Guille Milkway continuó con ‘Chicle Cosmos’, otro ejemplo de esas letras incisivas enmascaradas en modo de fiesta electrónica, con karaoke incluido. El derrotismo de ‘Sucumbir’ se contrapone a la positividad de ‘Siempre brilla el sol’, ésta última con reminiscencias de The Beach Boys con sol, playa, surf y campanas para cantar al amor.
Guille se sentó varias veces al piano para reconvertirse en cantante melódico a través de baladas como ‘Yo también’, quitándole todo el calado flamenco de la canción producida. Los instrumentos de viento cobraron protagonismo y fueron ganando fuelle (tras problemas de sonido en los primeros temas) a través de canciones como ‘El momento más feliz’.
Con toda su mala leche La Casa Azul interpretó otro de sus himnos, ‘Superguay’, una canción que ninguno desearíamos que nos dedicaran (¿se puede decir adiós a alguien de forma tan elocuente?).
‘No más Myolastan’, ‘¿Qué se siente al ser tan joven?’ o ‘C’est fini’ fueron cayendo una a una, ésta última con reflexión incluida. El líder de la banda recordó que cuando la compuso había odio, un sentimiento que se disipó pero la canción se queda. Una reflexión sobre cómo la vivía entonces y ahora que le lleva a pensar que «esto debe ser madurar».
Sonó la alarma pero no la que avisa del final del concierto sino la de recordar a Guille que era hora de dar el antibiótico a su hijo («Soy muy despistado», reconoció desenfadado), y para no perder el ritmo atacó con ‘La fiesta universal’, toda una oda a la aceptación personal.
‘Colisión inminente (Red lights, red lights)’, ‘Los chicos hoy saltarán a la pista’ y la sesentera ‘Hoy me has dicho hola por primera vez’ dejaron paso a ‘Una cosa o dos’ con Guille de nuevo al piano. Luego siguieron ‘Esta noche sólo cantan para mí’ o ‘Cerca de Shibuya’. Aunque el concierto estuvo repleto de temas sobradamente conocidos, no faltaron canciones nuevas de La Casa Azul como ‘El momento’ o ‘La gran esfera’, pertenecientes a un disco que se está haciendo de rogar.
Para los bises, la banda decidió no seguir los cánones y darle la vuelta, primero con la canción por antonomasia para declarar el estado de guerra como es la archiconocida ‘La revolución sexual’ y a continuación con una lenta, ‘Como un fan’ interpretada nuevamente al piano y que concluye, ay amigos, que hasta en el momento álgido de la fiesta un recuerdo furtivo puede asomarse para recordarnos nuestra fragilidad. O no. Carpe diem.