El concierto de Yann Tiersen  fue una profusa muestra de belleza y música para soñar despiertos

Una locución en francés con voz femenina. Un magnetófono reproduciendo ruidos, trinos e interferencias. El músico francés hacía el viernes parada en el centro Niemeyer de Avilés en el marco de su gira ‘An evening with Yann Tiersen solo in concert’, cuyas escalas previas han agotado entradas en prácticamente todos los lugares (en Asturias también estuvo a punto de completar aforo).
El respeto que suscita el artista galo está fuera de toda duda. Su salto a la fama vino de la mano de ‘Amélie’, cuya banda sonora en 2001 hizo las delicias de niños y grandes. Pero sería injusto recordar a este multiinstrumentista sólo por la icónica película.
Formación en música clásica de la mano del piano y el violín durante su infancia, guitarra eléctrica en los años 80 durante su juventud (con coqueteos dentro del post punk), amor declarado por la música electrónica (se declara fan de Moderat o Neu!) y cero miedo a las fronteras musicales, Tiersen es autor además de otras dos bandas sonoras: la de la deliciosa ‘Goodbye Lenin!’ (2003) y ‘Tabarly’ (2008); cuenta con tres álbumes en directo y en 2015 publicó su noveno álbum, ‘Eusa’.
En Avilés hizo muestra de un variado repertorio con una hora íntegra de sus partituras para piano que luego completó con composiciones para violín y piano de juguete, un reconocible sonido para los fans acérrimos de la señorita Poulain.
Una escenografía austera con apenas tres puntos de luz que hicieron de la música una experiencia aún más evocadora y las bobinas reproduciendo hipnóticamente el acompañamiento de las notas de piano bastaron para que el público procediera a la inmersión. El artista francés apenas se dirigió un puñado de veces al respetable con un escueto ‘hola’ para agradecer los aplausos durante las pausas entre canción y canción. Durante la hora de protagonismo del piano el respetable viajó al universo más intimista de Tiersen, a las sensaciones de soledad, de tormento, de angustia vital que, como lo dice el piano, no lo grita ninguna palabra inventada por el hombre.
Con la llegada de su faceta como violinista, el concierto cobró nuevos matices con la energía y la rabia a través de escenas alevosamente repetitivas, notas de furia desatada para dejar sin aliento a los ánimos ya levantados durante la primera parte del concierto. Piano de cola, violín y un par de pianos de juguete en un viaje circular (físicamente sobre el escenario por la disposición de los instrumentos pero también en un plano más metafisico) de hora y media de duración por el mundo de Tiersen, al que se sumaría la melódica para una de sus interpretaciones.
Me atrevería a decir que anoche unos cuantos nos declaramos pianistas frustrados por no poder arrancar tanta belleza de ningún instrumento. Cuando me reencarne querré ser Yann Tiersen en su isla y con el piano de cola, apaciblemente, esperando.