La banda neoyorkina presentó su efectivo directo en el Teatro Barceló de Madrid, en una gira que homenajeaba el decimoquinto aniversario de álbum Let go (2002).
Nada Surf es una de esas bandas que demuestra que el paso de los años no es un impedimento para seguir sonando de manera exquisita. El espejo donde muchos grupos deberían de mirarse cuando echen la vista atrás y comprueben lo longevo de sus carreras.
Sigue habiendo espacio y reconocimiento para veteranos de guerra, pero es imprescindible demostrar que mereces conservar tu sitio, con actuaciones como la que nos regaló el pasado viernes el grupo liderado por Matthew Cows.
La excusa del decimoquinto aniversario de Let go (2002) sirvió para arrancar un concierto que se dividió en dos sets diferenciados con descanso incluído entre ambos.
Con un sonido espléndido desde la primera a la última canción sonaron temas al inicio como la preciosa ‘Blizzard of ’77’, ‘Fruit fly’ y sus maravillosos riffs o la delicadeza pop de ‘Blonde on blonde’.
Tras la intervención al micro de Dani Lorca, que jugaba en casa, y la interpretación (discreta) de ‘La pour ca’ llegaba el turno de cerrar la primera parte del show con la maravillosa ‘Happy kid’, con ese estilo propio cercano al power pop, que tan bien ejecutan y con la que el público comenzó a entregarse definitivamente a una actuación sobresaliente.
‘Treading water’ y el intimismo de ‘Paper boats’ cerraron definitivamente esta primera parte del show: interpretación maravillosa, compacta y con una sonoridad redonda.
El único pero que se podría citar es el de la duración de la actuación. La idea de interpretar un álbum completo siempre me ha parecido una bonita idea, a la que añadir directamente algunos temas extras que redondeen el concierto. En este caso fue algo más extenso, pero que este pequeño detalle no emborrone lo que aún nos quedaba por degustar.
En una segunda parte que fue claramente de menos a más, pudimos escuchar cortes del resto de su carrera, en la que se han aproximado a diferentes géneros siempre sustentados en la base del rock alternativo de la década de los 90.
Así escuchamos temas como ‘Teenage dreams’, ‘Neither heaven nor space’, una de las canciones más emotivas de la noche, acompañada de la magnífica y constante voz de Cows durante todo el concierto, o la magnífica demostración grunge de ‘Firecracket’.
La primorosa batería de Ira Elliot golpeaba al respetable con ‘Stalemate’, en una versión que acabaría convirtiéndose en el ‘Love will tear us apart’ de Joy Division, en la que la línea de bajo tomó el protagonismo como no podía ser de otra manera.
‘Amateur’ y ‘See these bones’ sirvieron para enfervorizar más aún a un público entregado, gracias a perfectas melodías pop y estribillos arrolladores. Justo antes de un último bis difícil de olvidar.
Y es que si anteriormente hacía mención al tema de la extensión, en el caso de la elección de las canciones elegidas para el último bis y la intensidad de las mismas no queda nada más que quitarse el sombrero. Lo que en muchos otros conciertos se convierte en un suplicio previsible, en este caso fue un regalo para la música.
La mítica ‘Popular’ de su primer LP y con la que se dieron a conocer mundialmente, fue una clara declaración de intenciones que impulsaron con ‘Always love’ coreada al unísono por una sala abarrotada y entusiasmada a partes iguales, y que remataron finalmente con el bombazo que es ‘Blanker years’ en directo. Matices punk, estribillo a dos voces con el público, solo de guitarra y desvarío instrumental final extraordinario.
Concierto redondo, del que no hay mucho más que añadir. Una banda gana muchos enteros en vivo y que sigue demostrando su grandeza, un estándar del siglo XX (y XXI), cuya música te acompaña en cualquiera de las emociones que disfrutes y sufras en tu vida.
Iñaki Molinos M
Redacción
La honestidad no es una virtud, es una obligación.