No en todos los conciertos se puede alardear de guardar un momento mágico. El de Lori Meyers anoche fue de esos que gusta recordar y presumir de él.
Íbamos con la idea preconcebida de que lo que veríamos en la sala Albéniz de Gijón sería un concierto de promoción al uso. ‘En la espiral’ (2017) es un disco que no a todos nos ha hecho perder la cabeza y donde los de Granada han optado por seguir un camino más lúgubre, iniciado ya con ‘Impronta’ 4 años antes pero que en aquel momento respondía más a un momento vital y que, aparte de canciones extremadamente intimistas, incluía grandes temas (carne de festivales) como ‘Emborracharme’ o ‘El tiempo pasará’.
En su último trabajo hay más tristeza si cabe y una inmersión circular que se dilucida ya en el propio orden de las canciones (arranca con ‘Vértigo I’ y culmina con ‘Vértigo II’). Más arriesgado, más experimentación («En la música no puedes decir que no a nada, porque sino, no aprendes«, nos decía Noni en una entrevista hace un año) y todo eso hacen de él el más «raro» y difícil de digerir hasta la fecha.
Por eso, cuando esperábamos las primeras notas de ‘Vértigo I’ y arrancaron en su lugar con ‘Huracán’, hubo una especie de hechizo que empezó a borbotear. Continuaron con la canción más luminosa, esta vez sí, de su último trabajo, ‘Siempre brilla el sol’, pero rápidamente volvieron a las andadas y nos regalaron un repertorio perfecto para cualquier fan: desde la preciosista ‘Luciérnagas y mariposas’ o la inocencia del pop dulce de ‘La búsqueda del rol’, ambas de su álbum ‘Cronolánea’, el tercero de su discografía con diez años ya a sus espaldas, pasando a la incisiva ‘El tiempo pasará’ o una vuelta al pasado de la mano de ‘Explícame’ (cantada por Alejandro) o ‘Castillo de naipes’ (pertenecientes a ‘Cuando el destino nos alcance’, uno de esos discos acaparador de grandes hits de la banda).
Un concierto enmarcado en el ciclo de Momentos Alhambra con un listado de temas sabiamente combinado que conjugó lo mejor de Lori Meyers en una sala repleta (donde ellos mismos recordaban que habían tocado hace una década) y donde la nostalgia fluyó a sus anchas sin ápice de tristeza. ‘Evolución’ fue otra de las pocas concesiones a la última hornada de los granadinos antes de pasar a la artillería pasada: ‘Luces de neón’, ‘Océanos’ (otro de los temas nuevos interpretado por Alejandro, que demostró que en directo gana y mucho como intérprete, otra alegría que llevarse a la boca la pasada noche), ‘Una señal’, ‘Planilandia’ y parada en ‘Dilema’, donde el exquisito sabor sesentero nos trasladó a la habitación del ‘Hostal Pimodán’ que nos dio refugio 12 años atrás recordándonos lo felices que éramos entonces.
No marchamos de nuevo al presente sin antes revisitar nuestro ‘Viaje de estudios’ y recordar a ‘Mujer esponja’: ni en nuestros mejores sueños hubiéramos elucubrado un repertorio más completo.
Con los ánimos encendidos por tamaño ataque de nostalgia, Lori Meyers condujo de nuevo hacia ‘Zona de confort’ para calentar los corazones y recordarnos lo saludable de decir «te quiero» todos los días. Cuando parecía que empezaba a llegar el fin nos sorprendieron con dos canciones que parecían predestinadas para los bises, pero no: sonaron alto y claro ‘¿Aha han vuelto?’ y ‘Mi realidad’ en una descarga de adrenalina que nos arrastró a cotas de felicidad que parecían imposibles.
Tras un breve descanso, la banda volvió al escenario y una elección algo más sosegada, la de ‘Nuevos tiempos’. De vuelta al último disco, fue turno de ‘Pierdo el control’ y los dos himnos que faltaban a la noche no se hicieron de rogar: primero, con ‘Alta fidelidad’ (gracias, ‘Cronolánea’, por habernos darnos tanto) y la canción más coreada festival tras festival, ‘Emborracharme’. No será la mejor, pero Lori Meyers (y nosotros) pueden estar tranquilos. Con más conciertos así, seguiremos siendo sus perros fieles.