La artista californiana ofreció un magistral concierto el pasado lunes, dentro del ciclo 981 Heritage de SON Estrella Galicia, acompañado del no menos talentoso Tashi Wada. Nos acercamos al Teatro Barceló de Madrid para contártelo.

Con la sutileza con la que caen las hojas de los árboles en un otoño que parece haber desaparecido empezaban a sonar las primeras notas en el piano de Julia Holter, amortiguadas sobre el perfecto colchón sonoro que proporcionó durante toda la velada, al control del sintetizador, Tashi Wada.

Ante una audiencia que guardaba el máximo de los respetos que mi memoria alcanza a recordar, el silencio de la sala elevaba, aún más si cabe, los matices de la obra que presentaban ambos artistas. Una fascinante combinación sensitiva que te encoge el alma y te sumerge en el regodeo absoluto de su esencia musical.

Dentro de lo que se podría encuadrar durante varios tramos del recital, como un género musical más experimental, las melodías que dibujaba Holter con su piano se acercaban a la oscuridad más resplandeciente, haciendo bailar su voz entre el paraíso y el averno, entre lo angelical y lo tenebroso, en un solo pasaje de cualquiera de sus canciones.

Transcurridos los tres primeros temas, y con cierta timidez, saludaba a su apasionado público, que al final de cada canción agradecía fervientemente la gran interpretación que estaba viendo sobre el escenario. Elegancia y delicadeza a partes iguales se entremezclaba constantemente con el carácter y genialidad de los dos músicos.

La base sonora sobre la que se sustentaba el piano de Holter no se quedaba atrás, atmósferas compactas que, a su vez, se fundían en el inconsciente del oyente. Maravilloso.

Con cada corte interpretado se destapaba una nueva capa de piel, un nuevo filtro sensible, acariciando los instintos más puros. Como si de un pasillo con infinitas puertas se tratase, derribando poco a poco cada una de ellas, la sucesión del concierto se convertía en un camino sin retorno que se aproximaba cada vez más, a la percepción más pura del ser humano. Arañazos en el alma, violencia pasiva.

Así avanzaba el espectáculo, bañado en un intimismo que perduraba sin ninguna dificultad a lo largo y ancho de cada una de las canciones. Rítmica eminentemente calmada, aromas jazzísticos, ambientación oriental, paisajes y melodías alternas, pinceladas de alegría pop salpimentadas por psicodelia, cambios de registro vocal hasta divagar (con rumbo) por el spoken Word. Un dialogo constante entre estructuras, armonías y sonoridades de lo más dispares en secuencias palpablemente improvisadas.

Es ciertamente extraordinario percibir como los dos artistas emitían, transmitían y casi interiorizaban la sensibilidad en cada uno de los allí presentes. Por si eso no fuera poco, el sonido, en su vertiente técnica, fue de lo más satisfactorio a lo largo de la noche, facilitando que el mensaje clavara su flecha certera en el centro de la diana.

Como una obra de arte perfectamente elaborada, presentada y cuidada a lo largo de la historia, la actuación de estos dos artistas, alcanzó el objetivo que parecía haberse fijado: la recepción absoluta de la emotividad de su música.

Iñaki Molinos M

Iñaki Molinos M

Redacción

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Javi García Nieto

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