Loquillo y compañía despliegan todo su potencial en un marco incomparable para la música en directo

Estoy seguro de que la noche del jueves 4 de mayo quedará en el recuerdo del Loco eternamente, al igual que para todos los afortunados allí presentes. La gala, patrocinada por el LG G6 y servía de excusa para que Loquillo y su banda dieran la correspondiente clase de rock and roll en un marco incomparable, el Teatro Real de Madrid.

Con puntualidad británica, empezaba a sonar la ya clásica introducción de cada uno de los conciertos con los que lleva recorriendo la península durante año y medio, grabando y publicando incluso un disco en directo: «Salud y Rock and roll» (2016).

El tema que da título a este disco daba el pistoletazo de salida a su actuación. Un sonido algo irregular, complicado de calibrar por el espacio en el que nos encontrábamos, que se prolongó durante dos o tres canciones más. Sin embargo esto no fue impedimento para ver de primera mano cuál era la actitud, la predisposición y la calidad técnica de Loquillo y su banda, compuesta por tres guitarras, bajo, batería y órgano.

“Línea clara”, “El mundo necesita hombres objeto” y “A tono bravo”, esta de su último álbum de estudio «Viento del este» (2016), sirvieron para caldear el ambiente, y alcanzar la armonía y sonido óptimos, conectando con un público, más que entregado, a su Rock and roll Star. Pasan los años, los discos, las giras y sigue siendo uno de los mejores frontman que ha parido este país, creo que no hay duda de ello.

Le siguieron la siempre imponente “Territorios libres” con una de las primeras demostraciones vocales de la noche y el desencanto nostálgico de “El mundo que conocimos”.

Se presentaba finalmente Loquillo en este punto del show, lanzando un mensaje claro, con la seguridad que le garantiza ser el rey de todo un género: “Por fin el rock and roll está donde merece estar”. Y por si quedaba alguna duda, arrancaron con el clasicazo de Johnny Cash, “El hombre de negro”, una de esas adaptaciones que le quedan al artista barcelonés como anillo al dedo. Sonido acústico exquisito y origen de un extenso tramo álgido del espectáculo, con un ritmo y calidad sonora que enriqueció más si cabe la actuación.

“Cruzando el paraíso”, con ese mensaje que te araña las entrañas y el sonido dixie de “Viento del este”, con steel guitar y acordeón incluidos, dieron paso al primero de los himnos en forma de canción con los que cuenta el Loco. “El rompeolas” y pelos como escarpias al escuchar los primeros acordes del tema y primero de los estribillos cantado por un respetable al que ya le costaba aguantar sentado en su asiento. Seguía prolongándose un estado de emotividad musical al alcance de pocos en cuanto a repertorio de canciones se refiere.

Proseguía con “Memoria de jóvenes airados”, entrelazando clásicos con los mejores temas de su carrera reciente. Con los correspondientes solos de guitarra eléctrica interpretados a la perfección por cada uno de los magníficos guitarristas: Igor Pascual, Josu Garcia y Mario Cobo.

Llegó entonces el momento de revolucionar y alborotar definitivamente al personal. “Carne para linda” interpretada caminando entre el patio de butacas del teatro, haciendo levantarse a cada uno de los asistentes, estrechando sus manos y escoltado por una banda contagiada que acabó interpretando el tema de manera íntegra fuera del escenario.

“La mataré”, observando a su banda justo a los pies del escenario sirvió como antesala de la última canción, antes del correspondiente bis. “El ritmo del garaje”, otro de clásicos que nos devuelven a la época de la movida y que definen  a la perfección la estampa y personalidad que Loquillo se ganó y se sigue labrando con el paso de los años… «tu madre no lo dice, ¡no! pero me mira mal». Teatro Real al completo en pie y coreando a su banda de rock and roll.

Despedida y regreso en el único de los bises que nos brindó Loquillo y su maravillosa formación. Volvieron para realizar una preciosa versión del “No volveré a ser joven”, poema musicalizado de Jaime Gil de Biedma. Momento íntimo con contrabajo, guitarra acústica y steel guitar y que sirvió como punto de retorno a la calma que ya habíamos olvidado hace tiempo.

Volvió entonces a su último y flamante disco de estudio, uno de los mejores de su última etapa, al menos desde el aclamado «Balmoral» (2008). Disfrutamos del solemne y a la vez potente “En el final de los días” y de “Rusty”, tema compuesto por Carlos Zanón y Mario Cobo y que sirvió para lucir sus sobradamente demostradas dotes de baile.

El espectáculo se acercaba a su fin, y era hora de practicar rockabilly en tan señalada escena. El acordeón y el contrabajo marcaban el ritmo para que sonara “Quiero un camión”, público en pie y bailando sobre el sonido cincuentero que marcaban los punteos de guitarra. Disfrute. Por si a alguien no le pareciera suficiente, “Esto no es Hawaii” tomó el relevo y el surf rock al más puro estilo The Beach Boys hizo las delicias del personal que no podía dejar de moverse.

El protocolo hacía mucho tiempo que había pasado a la historia. Nadie aguantaba sentado en su asiento y al borde del escenario se agolpaban ya varias hileras de público cercando a los protagonistas de la noche.

La triple F, “Feo, fuerte y formal” nos devolvía al rock más clásico de Loquillo y Trogloditas, quizás su tema más exitoso entre las nuevas generaciones, aunque cuente ya con más de 15 años a sus espaldas. Momento para los abrazos, exaltación de la juventud y sentirse más vivo que nunca. Felicidad.

Y para despedirse, la satisfacción del propio artista por poder interpretar esta canción en un marco tan incomparable: “Cadillac solitario”. Nostalgia, emoción, pelos de punto y nudo en la garganta. Pocos pueden permitirse el lujo de provocar dos emociones tan extremas de una canción a otra.

Con la banda finalizando la canción y Loquillo admirándoles desde el fondo del escenario se puso punto y final al concierto. El Teatro Real sirvió para coronar, por enésima ocasión, al Rey del Rock and Roll en España.

¡Hasta la próxima, Loco!

 

Iñaki Molinos M

Iñaki Molinos M

Redacción

La honestidad no es una virtud, es una obligación.