No es de extrañar que, a la hora de criticar un disco de forma constructiva, recurramos en una constante a la anterior trayectoria del autor. Así, es frecuente la comparativa, con intención de averiguar el porcentaje de material novedoso que podemos encontrar en el nuevo trabajo. Si la trayectoria es estática, el disco suele ser juzgado de monótono. Si, por el contrario, el giro profesional es de ciento ochenta grados, podemos decir que el artista ha traicionado sus principios, o que no es su nuevo estilo aquello que buscamos de él.
Independientemente de que no sea el método más eficaz a la hora de valorar un disco, Two Door Cinema Club no pertenecen a ninguna de las dos mencionadas comparaciones, pues maduran hacia el dance sin olvidar por completo sus comienzos. Como ya ocurrió con el paso de «Tourist History» a «Beacon«, los norirlandeses han confiado plenamente en los motivos que ensalzaron su primer LP, pues lo cierto es que con aquel debut lograron una fórmula triunfadora. Cosechando el mismo éxito con «Beacon», es lógico que no renuncien a aquello que impulsa su trayectoria profesional.
No obstante, es apreciable un giro hacia el synthpop más incipiente, que ahora, con la ola de tecnostalgia, revival y las grabaciones en analógico, vuelve a cobrar significado en el panorama musical. Con este lanzamiento, Two Door se ha acercado a Duran Duran o a D Train, de modo que se asemejan al sonido de Sequential Circuits más que al actual sintetizador de Yamaha. Todo ello, junto con un acercamiento al funk de los años ochenta (lo que se puede apreciar, sobre todo, en el bajo, más rítmico que en trabajos anteriores y, en ocasiones, rozando el slap), supone una renovación en la música de la banda, si bien la estructura compositiva de la misma no varía en absoluto: los motivos de la guitarra eléctrica que colman gran parte de sus temas (véase el mítico riff de “What You Know”, metonimia parte-todo por excelencia de «Tourist History») siguen vigentes, aunque realizados sobre una tímbrica diferente.
Quizás “Bad Decisions” sea la canción en la que sea más apreciable el giro de esta banda, mientras que “Gameshow”, la que aporta el nombre al disco, sea la más cercana a los anteriores trabajos.
Hay mucho analista musical que, a modo de broma, afirma que da igual lo que los compositores nuevos traten de innovar: el maestro Johann Sebastian Bach lo hizo primero. Por supuesto, esto no es más que una hipérbole asociada a lo complicado que resulta marcar una tendencia novedosa en un mundo en el que todo parece ya escrito. Dejando esta hazaña por imposible, lo realmente importante quizás sea no mancillar el material antiguo, o reinventarlo de un modo que no pierda significado por descontextualizado o monótono. En este sentido, parece claro afirmar que lo que ha hecho Two Door Cinema Club con «Gameshow» no es nuevo, pues lo hemos escuchado millones de veces anteriormente: lo que los norirlandeses han logrado ha sido volver a contextualizar el funk dentro de un sistema propio, contribuir a que aquella edad dorada de la música no muera, ni por obsolescencia, ni por saturarla de modernidad.