«Monstruos», el nuevo disco de Leiva, sale a la venta este próximo viernes 26 de agosto
Texto: Carlos H. Vázquez.
Siempre tiene que haber primeras veces si se quieren tener segundas oportunidades. Camino hacia el nordeste de Madrid, a su casa, Leiva habla de la furgoneta que está conduciendo: una Wolksvaguen Type 2 de 1972 de colores naranja y blanco que le compró a un hippie de Cantabria. “Es muy bonita, pero te puede dejar tirado. Como con las guitarras, lo antiguo o de la época se paga. Pero tiene su encanto, como esta furgoneta. Está conmigo desde Pereza”. El 15 de febrero de 2014, un día después del San Valentín de turno, la rula lo volvía a dejar tirado. “Again. Un sábado sin que me deje tirado la rula es un jardín sin flores. L”, firmaba Leiva en Twitter.
Suena Blues en la furgoneta y hace mucho calor en Madrid al caer la tarde de las últimas horas de la primavera. Se conduce con camiseta de tirantes y con sombrero, enfriando la cabeza y enseñando tatuajes, alguno compartido con el automóvil y con la guitarra. El cabello de una cara psicodélica se peina con el título de «Lucy in the sky with diamonds» en su piel, sobre la madera de una Telecaster y en la chapa de la rula.
Leiva conserva todavía algunos collares, anillos y pulseras, la mayoría de La Reserva, una pequeña joyería india de la calle Fuencarral. Cruzando un túnel, a punto de entrar en su barrio, mantiene el hilo de las guitarras y de los riesgos que tiene comprar por eBay. Para ciertas cosas, prefiere la tienda (“una de las últimas me la compré en Nueva York”).
Las paredes de su casa también están tatuadas. Allí, la cerveza se abre, como la curiosidad por los discos que se apilan a un lado del sofá, bajo el dibujo de una calavera donde se escribe «violento amor«. “Estoy de mudanza y tengo esto con cajas”, se disculpa Leiva mientras ofrece un botellín. La colección de guitarras que exhibe una de las paredes del salón es un sencillo pero orgulloso memorando de lo que la música puede darte. Durante el paseo por los instrumentos, sale en la conversación el inicio de la canción «Wildflowers«, de Tom Petty y producido por Rick Rubin. Lei conoce los acordes y coge una de las guitarras para tocar el tema en cuestión. “El sonido de las cuerdas tiene otro brillo y un sonido más metálico porque Tom Petty cambió las originales por unas más agudas. Además, era una de doce cuerdas”, matiza. Se presenta su gato Bowie y su perro Jagger, ambos de color negro. El felino es ciego, pero se orienta y no se queda colgado por los tejados de Madrid. Es una casa con maletas que tiene las paredes pintadas de hogar. “Luego le preguntaré a Juancho [su hermano, vocalista de Sidecars] por si la tiene él en el local”, dice Leiva buscando una guitarra.
Arriba, en el segundo piso (escaleras de caracol mediante), yacen algunos restos de gintonic en la terraza. A la derecha, tras una cristalera, el estudio. En un Mac, Leiva busca la carpeta donde tiene varios archivos de audio que formarían parte, más tarde, de su próximo disco, «Monstruos«. Cuando los encuentra, se levanta y coloca mejor los altavoces de su lado. Cuando se vuelve a sentar, añade un dato más sobre el estudio: “Aquí grabamos con Joaquín [dice refiriéndose a otras canciones y a «Tiramisú de limón«]”. Al primer quinto de Mahou le sustituyen dos más que se combinan con un té. Leiva juega hoy al catenaccio, a la italiana.
Se acomoda en la silla subiendo una pierna al asiento y dejando la otra colgando sobre la moqueta. Escucha las canciones en silencio. No se habla hasta que termina el último acorde. “¿Qué te ha parecido?”, pregunta Leiva antes de ponerle un acuse de recibo sincero a su cuestión. “Tiene un concepto de banda”, explica sobre «El último incendio». En ella, hay coros de Juancho y Ovidi (Los Zigarros). Es la primera en abrir «Monstruos» y debe tener importancia al ser el inicio y presentación. Incluso pudiendo comprometer el contenido del resto del álbum. Le sigue «Guerra mundial«, un corte con dos detalles importantes: Rhodes y los vientos (trompeta, saxo, trombón y saxo barítono). El autor sintetiza el ejemplo: “Son unos arreglos como los del «A day in the life» de los Beatles”. Va poco a poco, el estribillo, aquí, no tiene prisa.
“Lo bueno que tiene haberlo producido con Carlos Raya es que por fin tengo a alguien que tiene un punto de vista externo al disco. A mí me cuesta mucho quitar canciones de un disco, pero él lo tiene claro y sabe cuál hay que quitar. Confío en él”. A diferencia de «Diciembre» y «Pólvora«, «Monstruos» está producido por Raya (aunque es cierto que «Pólvora» estuvo co-producido por los dos). De ese modo, Leiva puede centrarse más en grabar. “Antes tenía que estar pendiente de cómo iba a sonar todo, sin estar centrado en las canciones, que es lo que realmente hago”, vuelve a añadir. Pero Carlos no se limita a la producción, sino que también aporta guitarras –como es costumbre- en el disco. En «Breaking bad» se le escucha y se le distingue. “Es una guitarra Raya total”, comenta Leiva. Llama la atención los coros y, sobre todo, una frase de la letra: “la gloria me ha tumbado en el segundo asalto”. Tiene algo de combatiente, de pelea, pero sin amor de por medio. De hecho, el propio Leiva confiesa que «Monstruos» es el disco que menos habla de amor de su carrera. También es donde más criba ha hecho aunque también es el disco para el que más ha escrito.
Ha pasado ya un rato y tres canciones (y dos cervezas más). “Ahora vamos a escuchar el single. Es muy Ennio Morricone”. Leiva se refiere a «Sincericidio«, que ya suena a Western con “dos Les Paul y una Telecaster”. Está elegida por Leiva como single y es, en realidad, una buena elección. Se le reconoce y da ese chance entre el rock y el pop. ¿Comercial? Puede, pero con gusto. “Te quiero como tantas cosas que no tienen solución”, dice el estribillo. Es Leiva, desde luego, y no pierde coba con su propia forma de ser.
Con la siguiente, «Dejándose caer» (“la más Arcade Fire que he hecho, por la instrumentación”), podría tener una cierta unión con «Sincericidio«, por temática, aunque en este caso “habla de la ansiedad”. Un silbido parece sustituir a la guitarra en este tema. Un accidente creativo en el estudio que vino por el oficio de la prueba y el error: “Estaba probando el silbido para que fuese como la guitarra, pero al final se quedó así, como la escuchas”.
Leiva es un tipo curtido pero todavía guarda ciertas inseguridades. Sin embargo, y a pesar de todo, cuida de las canciones y de su significado. “El verso dice: ‘el universo en llamas, la lluvia en los zapatos’”. Se refiere a «La lluvia en los zapatos«, un segundo single potencial que es el favorito de Leiva, sobre todo por el verso. Tiene algo de Tom Petty («Refugee«) y de George Harrison (por el pedal de la guitarra). “Ahí me has pillado”, admite Leiva.
Se acuerda de Leiva de Argentina. No ya en la conversación, sino en el disco. “He escrito tres o cuatro temas allí”. «Hoy tus ojos» es una de ellas. “Yo la hubiera dejado fuera, pero Carlos dijo que tenía que ir”. Tiene un aire argentino, a lo Calamaro. El riff de la guitarra lo delata. También hay efectos de fondo -también de guitarra- similares a los de «Heroes» (Bowie) o «La edad de oro» (Loquillo). Condensa influencias y vivencias que se repiten, más tarde, en el mismo disco.
Llegando a la mitad del elepé está la canción que da título al álbum. «Monstruos» es, por derecho, una parte bonita con mellotron y xilofón. “Puede recordarte a Beck”, sugiere Leiva. La guitarra acústica constante de fondo y la eléctrica de Carlos Raya al final dejan dividir todo el conjunto con ojo, antes de un momento importante del disco con «Electricidad» “por el texto y por el sonido”, igual que en «Medicina«, la siguiente. ¿La razón? “Hay un punto de traición”, contesta Leiva. “Viví un tiempo de traiciones y la mejor manera era sacarlo así en una canción”. Lo lógico sería pensar en que la canción tiene destinatario o destinataria, pero nada más lejos. Es una forma de exponer el sentimiento, no de devolverlo. “Nunca he escrito una canción revanchista”, incide Lei.
En momentos así, Leiva se decanta por Wilco. Ha escuchado mucho el disco homónimo (conocido como “el del camello”) y se siente inspirado. De ahí nace «San Sebastián-Madrid«. Es una canción muy acústica, incluso de viaje interior: “Por una vez en la vida, me recordaste a mí”, canta para enlazar, casi, con «Palermo no es Hollywood«, que recuerda, por el título, al documental que se publicó en 2015. Un dato: en ese mismo vídeo se puede ver y escuchar parte de la grabación de «Sincericidio«. “¿Hay algún buen silbador aquí?”, lanza Leiva a César Pop, Juancho, Niño Bruno… El título viene de una pintada que había en un mercado argentino. “Esa reivindicación me gusta”, comenta Leiva. Convertida en verso, la frase formó parte de una canción que respiró en el hemisferio sur en la gira pasada.
Leiva pregunta: “¿Quieres que volvamos a escuchar alguna?”. Se repasan, por petición, unas melodías y un detalle del riff de una de las guitarras de Raya. La nueva banda suena bien y está integrada. Ya lo decía Leiva al principio: Éste es un disco de banda. Por eso, como con las canciones, también la cuida. “Tocar antes de los Stones fue increíble, tío. Después me dijeron que podía ir a hacerme una foto con ellos, pero no fui. Ese momento tenía que vivirlo con mi banda. Además, no sabría qué cara ponerle a Mick Jagger o a Keith. No, tío. Tenía estar con los chicos. Era nuestro momento”.
A la vuelta, el metro y un transbordo. A esas horas, la gente se sacude el barro de la camiseta. Hay viajeros que se desabrochan los párpados y cuelgan la cabezadita en el perchero del vestuario, que acaba de hacer su segunda parada. Más gente sube. “Al otro lado de las vías estoy. Tú no respondes. Palermo… Hollywood, siempre es de noche”. Entre los tacos de las botas se les ha quedado más barro, y un guardameta tiene un poco de humo en el codo. En el último tramo de la temporada, hay quienes aprietan la delantera al trasero de las vacaciones de verano con disimulo para robarle días del calendario con la cremallera abierta.